Betty Zanolli

11S de 1973: cuando el Cóndor acabó con el Zorzal chileno

11/09/2018 |12:31
Redacción El Universal
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¡Viva Chile! ¡Viva el pueblo! ¡Vivan los trabajadores!
Estas son mis últimas palabras y tengo la certeza de que mi sacrificio no será en vano, tengo la certeza de que, por lo menos, será una lección moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición.



Salvador Allende

Cuarenta y cinco años han transcurrido desde aquel fatídico día en que la voz del Zorzal chileno enmudeció. Él, cuyo oído finísimo le permitía escuchar hasta el más bajo de los sonidos que provocan los movimientos telúricos de su tierra andina y que ningún humano podría advertir, embelesado con su propio canto, no alcanzó a esquivar el poderoso vuelo del Cóndor inclemente que llegaba a Chile, surcando los aires en pos de él, su presa canora, decidido a todo, con tal de impedir que el himno de la democracia continuara elevando sus notas y congregando más voces a su llamado.

Sí, era la Operación Cóndor orquestada desde el hemisferio austral, presta para acribillar en el Palacio de la Moneda al que la historia ha reconocido fue el primer presidente marxista: Salvador Allende.

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Casi medio siglo ha transcurrido desde su artero crimen, pero su voz, su espíritu y su canto siguen vivos, palpitantes, en las venas de todos los que creen en la verdadera democracia. Su mística era clara y congruente: su Patria y Chile: su misión. Por eso cuando en 1972 vino a México y Julio Scherer lo entrevistó, puntualizó convencido: Los Andes no son la Sierra Maestra, Chile no es Cuba, no es Checoeslovaquia. No estamos viviendo la “

primavera de Praga ’. Es la primavera de Chile. Hemos vivido siempre en un invierno, bajo el frío de los intereses creados”. De ahí que su imperativo fuera no defraudar al pueblo y hacer del chileno “un hombre integral. Un hombre nuevo con una nueva moral, un nuevo horizonte, nuevo sentido de los valores. Una sociedad nueva de todo.” Nadie mejor que él sabía que la historia es nuestra y que son los pueblos los que la hacen. Solo que en aquellos momentos –aún más graves que los presentes-, esto era demasiado y el Cóndor no lo dejaría. No permitiría que un pueblo latinoamericano aspirara a defender sus más caros valores, mucho menos la justicia y la dignidad.

El asalto al Palacio de la Moneda, fue una de las páginas más cruentas de la historia reciente: cinco horas eternas en las que la democracia se vio acribillada por la traición de las fuerzas armadas y el cuerpo de carabineros que, apoyados por los Estados Unidos, asestaron el golpe de Estado que dio paso a la dictadura militar pinochetista que cortó, de tajo, la vía chilena que aspiraba a instaurar legítimamente un socialismo sin violencia. Pero no podría haber sido de otra forma. Allende jamás habría aceptado la “rendición incondicional” que Pinochet le exigía. Supo desde el primer momento que él no podría claudicar. De hacerlo, la sangre correría aún más por las calles de su amado Chile y él optó por lo único que podía elegir: encarar con valor el artero ataque perpetrado por la ambición, la cobardía y la traición. A pesar de ello, hubo infinidad de exiliados, torturados, desaparecidos y asesinados.

Chile fue devastado, su voz aniquilada y el mayor anhelo de Salvador Allende que era hacer de la democracia en su Patria una realidad: abortado. Las condiciones se lo impidieron: huelgas en el sector minero, desabasto y movimientos estudiantiles, contribuyeron a enrarecer el clima social. El mandato del zorzalino fue efímero, pero a pesar de ello su ejemplo pervive, radiante, hasta nuestros días, haciendo vivo lo que prometió en su último discurso: “Siempre estaré junto a ustedes”, proclamó por las ondas de Radio Magallanes. “Mi recuerdo será el de un hombre digno que fue leal a los trabajadores”, y agregó: “El pueblo debe defenderse, pero no sacrificarse. El pueblo no debe dejarse arrasar ni acribillar, pero tampoco puede humillarse”.

En el fondo sabía que su obra, su semilla, su canto, se habían enraizado y vibraban latentes en la conciencia de su pueblo, por lo que no podrían ser segados definitivamente.  

Sí, tal fue el legado del Zorzal chileno: un legado de honor que, a casi medio siglo de distancia, recoge hoy no solo su Patria, sino todo aquel que al creer en la Justicia y la democracia hacen de ellas su credo.

@BettyZanolli