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¿Influyen los debates en la percepción de la gente sobre los contendientes? Sin duda. Más de 20 millones vieron a Ricardo Anaya ganar el debate presidencial, y atestiguaron las evasivas y problemas de lenguaje corporal de su contraparte.
El debate que en 1960 sostuvieron John F. Kennedy y Richard Nixon es didáctico respecto a la importancia del lenguaje verbal y corporal. El desempeño desigual de ambos aspirantes marcó la diferencia. Ganó Kennedy.
El pasado domingo fue una reedición de aquel debate estadunidense, pero ahora los protagonistas fueron Ricardo Anaya vs. López Obrador. El primero en control, el segundo evasivo. Dos visiones de país, dos estilos opuestos. Lo rancio contra lo innovador; el pasado contra el futuro; la lentitud contra la agilidad. El primero ganador, el segundo, dedicado al control de daños en los días posteriores.
El mito del Andrés Manuel impoluto cayó, ante la corrosiva evidencia de sus perniciosos aliados, de su incapacidad para explicar la amnistía a delincuentes y el nepotismo que ejerce en Morena. Intentó evadirse a través de frases que a fuerza de repetirlas ya son lugares comunes. AMLO perdió el debate y mostró su vulnerabilidad.
La agilidad del formato fue una bocanada de aire fresco a la campaña, exhibió cualidades o defectos, y aunque con algunas deficiencias por lo estricto del tiempo, que dejó preguntas sin responder, genera una saludable expectativa para los debates posteriores, que deben irse perfeccionando.
La retirada del candidato de Morena del escenario al término del encuentro, sin saludar, sin mirar atrás, sin dar espacio para la fotografía del encuentro; dice más que mil palabras, es el niño que no hizo la tarea y se escabulle para no enfrentarse a sí mismo.
Las encuestas inmediatas dieron como ganador a Ricardo Anaya. Masive Caller redujo a siete puntos la diferencia entre los punteros.
Es cierto que este proceso electoral tiene un gran componente emocional, pero no perdamos de vista que la ira nubla el entendimiento. Ir a las urnas enojados no es buena idea, corremos el riesgo de tomar una mala decisión. Pero a México sí le urge un cambio inteligente.
Durante años el PRI ha sembrado encono, corrupción, desigualdad y violencia y ahí están las 7de7 que mencionó Anaya: Odebrecht, el socavón, la Estafa Maestra, Cesar Duarte, Javier Duarte y Borge. El futuro de México no puede ser tan sombrío.
Aunque en el encuentro organizado por el Instituto Nacional Electoral hubo cinco participantes, al final del día, queda claro que sólo hay dos jugadores.
Sigue cerrar filas a favor de México. Margarita Zavala, El Bronco y la militancia del PRI deben reflexionar sobre el papel histórico que juegan, no deben ser un obstáculo para la alternancia, y tomar la decisión que mejor le conviene al país: un cambio con certeza.
Faltan dos debates a los cuales Andrés Manuel seguramente dudará en acudir, porque sabe que nuevamente va a perder. A los 64 años es difícil reinventarse. Queda amarrar a los demonios internos, seguir con los estribillos.
La moneda está en el aire. El porcentaje de indecisos es elevado, son casi un tercio; y si el origen de la indecisión es el escrutinio, el razonamiento, un cambio de futuro, con toda seguridad se inclinarán por Ricardo Anaya.
Ex secretaria general del PRD