Apesar de que el manejo automotor autónomo lleva consigo la esperanza de un glorioso y ordenado futuro (una suerte de tierra prometida vial libre de atropellos, choques y embotellamientos), existe un costo poco mencionado: la privacidad.
Pequeño detalle: para lograr la conducción autónoma universal, cada vehículo y buena parte de la infraestructura urbana tendrán una inamovible huella digital, contenedora del tiempo, del lugar y, por ende, de la velocidad. La conexión ‘vehículo a vehículo’ (V2V) deberá convertirse en un estándar, con el fin de coordinar el enjambre de movimientos y llamar a la puerta de la utopía.
Futuro nada lejano. Solo para tener una aproximación, la consultora tecnológica Gartner asegura que para el año 2020 la mitad de los vehículos comercializados contará con sistemas digitales de conexión para diagnóstico y telemática. Date cuenta: eso es menos de 32 meses. Business Insider pronostica 10 millones de coches autónomos en las carreteras para ese mismo año.
Incluso algunos osados han puesto fecha para que los autónomos sean mayoría. Será en 2038, según un estudio realizado por la consultora TransPosition, y encargado por la ciudad de Queensland, en Australia, tierra de Mad Max, guerrero del camino y conductor ejemplar.
En parajes menos civilizados de nuestro país o del vecino del norte, una enorme cantidad de automóviles particulares, tractocamiones, taxis, autobuses y patrullas de policía o militares deberán estar bien ‘atados’ digitalmente (coordinación de posiciones, velocidades, orígenes y destinos) en un entorno autónomo so pena de revivir al monstruo del embotellamiento, más enfurecido.
Pero, ¿quién tendrá acceso a la huella digital de estos traslados? Cabe cuestionarse si las autoridades a nivel federal, estatal o municipal, en aras de reforzar la seguridad, podrán tener acceso de rutina a los registros de nuestros vehículos.
¿Cómo justificar un recorrido que incluye, de pasadita, lapsos de inmovilidad en conocida calle dedicada a actividades ilícitas, a altas horas de la noche? ¿Cómo alegar que el usuario estaba ejerciendo simplemente su libertad de tránsito, si el vehículo autónomo contiene varios juegos de cámaras HD, en tiempo real y cuyas capturas estarán en la nube a casi libre disposición?
Ante este blindaje o nana electrónica, en este mundo futuro e ideal no habría ya vehículo automotor disponible para el narcotráfico, el secuestro, la prostitución o el exceso de velocidad.
Pero más allá del ámbito judicial, el traslado más simple dejaría una huella que podría afectar intereses familiares, políticos y profesionales. Impensable el uso del auto de la empresa para acudir a una entrevista laboral en el corporativo del competidor. Encuentros poco afines a la preservación del núcleo familiar con tal o cual amiga(o) cercana(o) quedan descartados.
Crimen de libertad. Pero como suele suceder con cualquier candado, las pinzas cortapernos exactas dejan margen de ganancia para quien sepa desarrollarlas y hacerlas llegar al interesado. Ya se verán en su momento las ofertas de un artilugio o hackeo que desabilite estos mecanismos, a riesgo de que el usuario conductor se vuelva invisible tanto para los ojos de los controladores y como para los vehículos en el camino. El autor de Future Crimes, Marc Goodman, prevé la contraparte espeluznante de este ‘hackeo a la carta’: un ataque basado en la intervención de los mandos de un vehículo para usarlo como coche bomba.
Como hipótesis de trabajo, estos ‘autos negros’, libres de las cadenas digitales requeridas para los caminos autónomos del futuro, serán usados por criminales de alto nivel y actores políticos por igual. En su momento, eso sucedió con los celulares antirastreo. Claro: billonarios y artistas tendrán sus versiones light, que los mantengan lejos de la mirada pública.
Independientemente del grado de complejidad requerido para sobrepasar las medidas de localización permanente, se requerirá llenar el espacio negro en las pantallas de monitoreo con algo, ya sea un simple clon anónimo (Juan Pérez) o un topillo que sea señalado como responsable.
A su vez, las agencias de seguridad pública competentes requerirán de expertos en tecnologías de movilidad y sistemas de detección de anomalías para detectar a esos vehículos en las sombras. ¡Una oportunidad de empleo adicional para compensar la poda de puestos laborales que implicará la autonomía automotor!
Si algo tiene la tecnología es la capacidad de contrariar a los futurólogos. Quizá estas reflexiones parezcan tan inocentes en el futuro como debió parecer en 1893 la propuesta en Francia de las placas de circulación, porque alguien, hace más de un siglo, debió haber cuestionado: “Pero, monsieur, ¿qué pasa si se las quitan?