Arturo Sarukhán

¿Y la política exterior?

04/04/2018 |01:14
Redacción El Universal
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No hay que ser gurú en estrategia electoral para saber que, con contadas excepciones, en casi ningún país o coyuntura los temas de política exterior decantan una elección general. Y México no ha sido —y tampoco será en 2018— la excepción. Pero no por ello es un tema menor o irrelevante, particularmente para un país como el nuestro, con una ubicación geoestratégica tal que lo que ocurre en el mundo nos impacta de manera profunda, y que requiere —o dice aspirar a— jugar un papel internacional de peso. Hoy, y en esta campaña, soslayar lo que ocurre en el exterior conlleva riesgos. Parafraseando a Von Humboldt, la visión más peligrosa del mundo es la visión de quienes no ven el mundo.

Es patente que el proyecto de nación —y la articulación de la política exterior como uno de sus pilares centrales— importa poco a la mayoría de los votantes. El cabreo por la impunidad, corrupción, falta de transparencia y rendición de cuentas, así como la preocupación por la inseguridad pública son tales que muchos mexicanos quieren que alguien le propine sin más una patada a la mesa, y serán esos temas los que al final del día incidirán en cómo votan los mexicanos el 1 de julio. Y l@s candidat@s lo saben. Sin embargo, la mejor política exterior no es la que no existe. Y el momento por el que atraviesan México y el sistema internacional exige una articulación sopesada de la vasta gama de temas de política exterior que deben figurar de manera prominente en las plataformas electorales y los debates. Dado lo que a estas alturas debiera ser meridianamente claro para todos acerca de quién es Donald Trump, ¿cómo blindamos la relación bilateral con Estados Unidos por lo menos durante dos años del nuevo gobierno mexicano? ¿Cómo activamos un Plan B eficaz con otros socios comerciales para mitigar los costos de una potencial —aunque por el momento más remota— denuncia unilateral del TLCAN o el constante golpeteo y chantaje al que nos sujetará Trump aún si se logra renegociar de manera exitosa el andamiaje norteamericano? ¿Cómo le entramos en serio a entender el dilema, reto y la promesa de los jóvenes Dreamers? ¿Cómo debe posicionarse México para defender un sistema internacional del siglo XXI basado en reglas, y cómo abonar a los bienes públicos globales? ¿Cómo articular y proyectar nuestro poder suave y nuestra megadiversidad biológica para avanzar los intereses y de paso mejorar la imagen y percepciones de México en el exterior? ¿Cómo traducir las promesas y limitantes de la relación con China? ¿Avanzaremos con la decisión seminal de participar en operaciones de paz de la ONU? ¿Podemos aportar a apagar focos rojos regionales —como Siria o la península coreana— que amagan con detonar conflictos regionales o globales? ¿Qué hacer con la destrucción de la democracia en Venezuela, la amenaza de la demagogia chovinista y xenófoba para la democracia liberal o el cisma entre sociedades abiertas y sociedades cerradas en distintas regiones del mundo? ¿Realmente estamos dispuestos a impulsar un #MéxicoGlobal o más México en el mundo? Eso conlleva recursos, recursos que no hemos canalizado a fortalecer nuestra huella diplomática (a manera de ejemplo, Brasil en la última década se convirtió en el noveno país del mundo en términos del número de representaciones en el extranjero —221— mientras México ocupa el lugar 14, con 156). Y éstas son sólo algunas interrogantes de temas torales de política exterior que México tendrá que responder en el corto y mediano plazos.

Churchill apuntó que la razón por la cual se mantienen relaciones diplomáticas no es para extender elogios sino para obtener beneficios. Llevarse bien con todo el mundo no es una estrategia de política exterior. Diplomacia es, entre muchas cosas, saber calibrar riesgos, y una diplomacia libre de riesgos es una diplomacia libre de resultados. México no puede confrontar el futuro de su inserción en el mundo con el pasado, ignorando los cambios que se han dado en nuestro país y el mundo desde el deshielo bipolar, con actores no estatales —sociedad civil, ciudades o empresas— jugando un papel tan relevante como el del Estado en el actual sistema internacional. Para quien no sabe a dónde quiere ir, ni las brújulas sirven, y para un país como México, hay una receta muy sencilla: o nos sentamos a la mesa, o estaremos en el menú. Eso, ni más ni menos, es lo que está en juego para el siguiente sexenio.

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