Más Información
3 de cada 10 veces que se vende bacalao en México es carne de otras especies: ONG; llaman a CONAPESCA a rastrear productos
Vinculan a proceso a “El Mero Mero”, tío de Ovidio Guzmán; lo acusan de delincuencia organizada y delitos contra la salud
México cierra 2024 en medio de crisis de violencia: Alito; destaca más de 208 mil homicidios en gobiernos de la 4T
Dan prisión preventiva a 2 sujetos por portación de armas exclusivas de las Fuerzas Armadas; fueron detenidos con explosivos
2025 será “extremadamente difícil” para los mexicanos: PRI; señala a recorte presupuestal, megaproyectos e impuestos
La máxima de ‘Tip’ O’Neill, el legendario presidente Demócrata de la Cámara de Representantes de Estados Unidos a lo largo de una década, de que “todo en la política es local”, explica en gran medida por qué un presidente estadounidense, conocido por el reflejo aislacionista de su política exterior caótica y chovinista -decretando repliegues militares contra el consejo de sus propias agencias gubernamentales, como en el caso de Siria o ahora Afganistán, y su embestida constante a la OTAN y al involucramiento estadounidense en la alianza Atlántica - se ha zambullido de lleno en la crisis venezolana. Y es que en el caso de Venezuela y la postura que ha asumido l a Administración Trump , toda la política exterior es local, y lo que está en juego es nada más ni nada menos que Florida cara a la elección presidencial de 2020.
A partir de los comicios de 2000, Florida se ha convertido en uno de los estados bisagra clave en el país. Con 29 votos en el colegio electoral (el cuarto estado con el mayor número), Florida ha votado por el candidato presidencial ganador desde 1992 y jugó un papel determinante en decantar el resultado en el Colegio Electoral a favor de George W Bush, Barack Obama y Donald Trump. En 2000, Bush obtuvo la presidencia gracias a un recuento controvertido que le dio la victoria por apenas 537 votos (de seis millones de votos totales en el estado). En 2016, Trump ganó el estado por 200 mil votos, equivalente a un margen de victoria de 1.1%; Obama lo ganó en 2012 por un margen de 0.8%, menor al obtenido en su primera elección en 2008, de 2.8%. Y todo indica que Florida volverá a ser, en 2020, uno de los estados decisivos para determinar si Trump se reelige o no.
En el estado, hoy son los votantes hispanos los que están creciendo más rápidamente y ya representan el 16.4% del electorado, un incremento importante en los últimos dos años, cuando en la elección presidencial de 2016 representaban el 15.7% del total de votantes. Y en momentos en que la encuesta de enero de PBS/NPR y Marist Poll muestra que 50% de los adultos de origen hispano aprueban la gestión de Trump (un aumento notable comparado al 31% registrado en diciembre), cómo se comporte el votante hispano en Florida se vuelve crítico. Los puertorriqueños han sido el grupo de origen hispano que más ha crecido en el estado durante la década pasada, y a partir del huracán María en 2017 que asoló a Puerto Rico, más de 100 mil puertorriqueños llegaron a Florida, la mayoría de ellos asentados en el corredor de la carretera interestatal 4, que va de Tampa a Orlando. Fue ahí donde Trump le arrebató Florida a los Demócratas. Los puertorriqueños no pueden, si viven en Puerto Rico , votar por el presidente en una elección general, pero si radican en alguno de los cincuenta estados, sí pueden ejercer su derecho al voto en las presidenciales. El votante puertorriqueño invariablemente se decanta de manera abrumadora por el Partido Demócrata. Trump perdió con estos votantes por más de 20 puntos en 2016; 71% del total de votantes hispanos en el estado votó por Clinton. Pero en cambio, Trump obtuvo el 54% del voto de cubano-americanos y venezolano-americanos en Florida. Y aquí es donde Venezuela viene a cuento.
La arremetida contra Maduro, que hay que subrayar cuenta hoy con el apoyo tanto de Republicanos como de Demócratas , se origina con la presión del vicepresidente Mike Pence a favor de una posición más dura frente al régimen de Maduro y se ahonda con los cambios en el gabinete de Trump: la llegada de Mike Pompeo como secretario de Estado y de John Bolton como asesor del Consejo de Seguridad Nacional, quien a su vez trajo a Mauricio Claver como su director para el hemisferio occidental, y la designación de Eliott Abrams como encargado de los “esfuerzos de democratización” en Venezuela. Bolton y Abrams se forjaron en las guerras ideológicas del fin de la Guerra Fría y se foguearon a través del rol estadounidense en los conflictos centroamericanos (de esa época viene su animadversión a México y nuestro papel en la región, lo cual explica además por partida doble el encono con la actual posición de México hacia Venezuela). Y a todos los une su militancia anticastrista. No sorprende que Bolton haya usado un referente de Guerra Fría –la “troika del mal”- para ligar a los gobiernos cubano, nicaragüense y venezolano ni que el discurso en el que lo acuño, al igual que el que pronunció Pence este fin de semana pasado sobre Venezuela, fueran en Florida.
Todo lo anterior no implica que restaurar una democracia liberal en Venezuela y presionar a un régimen represor para que deje el poder y se convoque a elecciones equitativas no debiera ser en sí mismo -de paso rechazando tajantemente la amenaza de una intervención armada- un objetivo central. Pero hay otros ángulos que también explican por qué Washington está actuando como lo ha hecho en las últimas semanas. Más allá de la decisión de quitarse los guantes con Maduro, desde la Casa Blanca hay una intención clara de neutralizar el potencial impacto puertorriqueño en las urnas en Florida en 2020, movilizando a votantes motivados por ideología. La pregunta central en este sentido es ¿quién ganará el pulso electoral en dos años?, ¿puertorriqueños cabreados por la deplorable actuación de Trump en respuesta a la devastación que dejó a su paso María , o los cubano-americanos y venezolanos espoleados por las acciones de Trump en la región?