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A lo largo de 2017 he dedicado profusas líneas a la presidencia de Donald Trump, pero pocas a los esfuerzos de la oposición y grupos de la sociedad civil –articulados en redes sociales en torno a la etiqueta “Resistan”- para encarar al Presidente. En el año que ha pasado desde la victoria aciaga de Trump, ¿qué ha aprendido el Partido Demócrata sobre cómo y por qué perdió? y ¿en qué se traduce?
No cabe duda que los Demócratas están en una posición política precaria a nivel nacional. No controlan ninguna de las ramas del gobierno federal y sólo gobiernan 16 de los 50 estados y 13 legislaturas estatales. Y las secuelas de la elección primaria los dejaron resentidos y al partido dividido: el sector alineado con Clinton convencido que Sanders la debilitó, y el ala progresista persuadida que el liderazgo secuestró al partido para decantar la primaria a favor de la ex Secretaria de Estado. Pero la derrota electoral de 2016 finalmente ha comenzado a energizar a los Demócratas, que hasta hace pocas semanas seguían sin brújula. Las recientes elecciones para gobernador en Virginia y Nueva Jersey, en donde las bases del partido, altamente motivadas y movilizadas (a diferencia de lo ocurrido en la elección presidencial) salieron a votar de manera masiva para mantener al partido en el poder en Virginia y arrebatarle al GOP la gubernatura de Nueva Jersey. Los Demócratas están mostrando mayor brío en parte como respuesta natural a la gestión atroz de Trump, pero también porque su base se está volviendo un poco más como la Republicana: más extremista. Esto, dada la balcanización ideológica que Estados Unidos padece desde hace más de una década, puede ser una mala noticia para el país al augurar mayor polarización en el largo plazo. Pero en el corto y mediano plazos, cara a las elecciones intermedias de noviembre próximo y sobre todo la presidencial de 2020, es maná del cielo para los Demócratas. La base liberal del partido es mucho más amplia que la base conservadora del GOP y está más energizada que nunca. Esto hace que sobre todo en el Congreso, estén haciendo algo que no habían hecho en décadas: responder a la presión de la izquierda del partido. Desde la derrota que Ronald Reagan le propinó a Walter Mondale en 1984 y la consolidación del Democratic Leadership Council impulsado por Bill Clinton y articulado sobre premisas de la “tercera vía”, los legisladores y la cúpula Demócratas habían evitado ser percibidos como demasiado liberales. Hoy son más proclives a querer evitar ser vistos como insuficientemente liberales.
Estos meses de gobierno trumpiano han hecho que el Partido Demócrata se unifique en torno a toda política pública a la que se oponen. El problema es que aún no saben a favor de qué están. Como apunté en una columna previa, los Demócratas tienen la mejor tonada, pero aún no encuentran la letra para acompañarla. Y es un dilema sobre el cual probablemente puedan procrastinar por algún tiempo más. Toda elección intermedia en EU es siempre un referendo sobre el Presidente en turno, así que lo único que tienen que hacer los Demócratas como estrategia general entre ahora y noviembre de 2018 es -como lo demostró Virginia- mantener a su base lo suficientemente motivada contra Trump y el GOP para incentivar elevados niveles de participación electoral. Sin embargo, una vez pasada esa aduana, van a tener que definir la narrativa sobre lo que quieren como partido. La gran pregunta es qué tan a la izquierda se correrán y qué tanto los seguirá el electorado, sobre todo aquellos que habitualmente no votan (todas las encuestas sugieren que el abstencionismo se identifica más con el partido Demócrata). Si bien los líderes Demócratas en la Cámara y el Senado, Nancy Pelosi y Chuck Schumer, están encabezando la oposición a Trump, es Bernie Sanders quien hoy por hoy está forjando el futuro ideológico del partido. Camino al 2018 y 2020, los Demócratas no la tienen fácil para persuadir al 4% del electorado (7 millones que habiendo votado por Obama en 2008 y 2012 votaron por Trump en 2016, otorgándole el Colegio Electoral) que requieren para recuperar la Casa Blanca. No pueden atacar la misoginia, racismo y chovinismo de Trump sin de paso alienar a votantes que necesitan recuperar; tendrán que ir más allá de las políticas de identidad como factor de movilización electoral e ideológica para crear una coalición genuina que abarque distintas clases sociales y diversos grupos étnicos en torno a una narrativa de justicia social, solidaridad y equidad. Y deben confrontar con franqueza la crisis que Trump ha detonado para un EU plural, tolerante, incluyente y abierto. En suma, tendrán que reencontrar al Roosevelt o al Kennedy que llevan dentro de ellos.
Consultor internacional