La última semana y media sin duda representa uno de los momentos más desastrosos para la política exterior de Estados Unidos en memoria reciente. Arrancando con los ataques a sus aliados europeos, la serruchada de piso al gobierno británico —el más cercano de todos ellos— y el cuestionamiento al principio fundacional de seguridad colectiva de la OTAN, Donald Trump cerró la settimana terribilis en Helsinki con una conferencia de prensa insólita al término de la cumbre con Vladimir Putin. Lo sucedido corrobora mucho de lo que ya sabíamos del mandatario estadounidense, pero también abre nuevas interrogantes de la relación del Partido Republicano con su abanderado en la Oficina Oval.

Recalca que Trump concibe al mundo como si fuese mercado de bienes raíces, en el que apañas o te apañan; un trato en el cual la contraparte se va contenta denota que se le podía haber exprimido más. Concibe las relaciones internacionales como un reality show: lo absurdo e impredecible elevan audiencia, el recambio de personajes mantiene la atención del televidente, y nunca, pero nunca, hay que dejar de remachar quién es la estrella. Su comportamiento en la conferencia de prensa conjunta fue —bajita la mano— una demostración más no sólo de su extraña y persistente deferencia hacia su homólogo ruso, sino también de profunda alienación de su propio gobierno. Al mando de algunos de los aparatos más poderosos de inteligencia del mundo, Trump prefiere obtener su información de Fox y sitios web de extrema derecha. Jim Acosta, quien cubre la Casa Blanca para CNN, comentó al ver a los dos líderes que la conferencia de prensa parecía más bien boda. Incluso unos días después, Dan Coats, director de Inteligencia Nacional de Trump, en plena entrevista cuando Andrea Mitchell de NBC le informó que Trump anunciaba que invitaba a Putin a visitar Washington en el otoño, respondió con incredulidad, “repíteme, ¿¡que dijo qué!?”. Jim Clapper, el antecesor de Coats, apuntó de manera lapidaria, “no hay otra explicación más que los rusos tienen información comprometedora sobre él”. Hasta Newt Gingrich, ex líder de la Cámara de Representantes y uno de sus defensores más persistentes, calificó el episodio como “el error más grave” de su presidencia.

Las reacciones en Washington han sido brutales. Se respira una combinación de furia y de incredulidad por lo que implican estas acciones para los intereses estadounidenses y para la credibilidad de instituciones gubernamentales del país. Pero hay también un debate ensordecedor en torno al papel del GOP y un cuestionamiento profundo y amplio de por qué no han abandonado o denunciado al presidente. Parte de la respuesta, o quizá la explicación más lineal, es política. Si bien la mitad del electorado desaprueba las acciones y declaraciones de Trump durante la Cumbre, 79% de quienes se identifican como republicanos las aprueban, y 85% de ellos creen que la investigación del papel ruso en la elección es una distracción. Por ello, si bien muchos republicanos en el Congreso en privado dicen estar preocupados, temen que censurarlo en público o marcar distancia con él es suicidio político con el GOP en sus distritos. Muestra además que más allá de lo que pueda encontrar el fiscal especial Robert Mueller, no afectará el apoyo a Trump con la base del partido. Pero hay también otra posibilidad, mucho más compleja, que explica la aquiescencia con Trump. Quizá, más que estarlo solapando, algunos están remojando barbas. La acusación formal divulgada por Mueller inculpando a 12 agentes de inteligencia rusos de hackear servidores demócratas durante la campaña menciona contactos entre aquellos y legisladores (sin nombrarlos) republicanos. Ahora con el arresto esta semana de Maria Butina, acusada de ser agente rusa que infiltró al NRA a través de sus relaciones con republicanos, podría haber varios congresistas que apuesten a que Trump efectivamente logre desacreditar a Mueller.

Sea cual fuere la razón, el hecho es que el GOP se ha convertido en el partido de Trump. Helsinki no parece ser más que un brinco de la aguja, otro mojón en la implosión de un partido. Hay muchas maneras en que los políticos zambullen la cabeza en la arena. Hoy ya no hay duda alguna que el GOP lo está haciendo con Trump. Y el momento en que uno se resigna a creer que el demagogo puede ser impedido de hacer lo peor es el momento en que ya es demasiado tarde.

Consultor internacional

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