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Las calcomanías en los automóviles de personas que en Estados Unidos votaron en contra de Donald Trump y que hoy se oponen a su gestión rezan, “Si eliges a un payaso, tendrás un circo”. Y es eso, una rutina circense, lo que estamos atestiguando a diario en la capital estadounidense. Pero más allá de la retahíla constante de escándalos y actitudes y decisiones reprensibles por parte del actual inquilino de la Casa Blanca, vivimos un momento en el tiempo en el cual no hay amenaza mayor para la comunidad internacional, y para el propio EU, como la que encarna el actual inquilino de la Casa Blanca. Las decisiones de Trump de abandonar el Acuerdo Transpacífico, el Acuerdo de París, el acuerdo nuclear con Irán, de repudiar la alianza transatlántica o forzar la renegociación del TLCAN son, golpe a golpe y tuit a tuit, no sólo la erosión del sistema internacional creado y apuntalado por Washington primero en las postrimerías de 1945 y luego a partir del fin de la Guerra Fría. Son en gran medida uno de los autogoles geoestratégicos más insólitos de las relaciones internacionales contemporáneas. La recién concluida cumbre del G-7 en Canadá lo evidencia de manera rotunda; ratifica que Trump está desvaneciendo el otrora formidable poder diplomático global de Washington.
La petulancia de Trump ante los aliados estadounidenses del grupo y sus amenazas cara a la Cumbre, junto con los insultos posteriores al anfitrión y primer ministro canadiense muestran que aquel está siempre buscando —por principio— crear conflicto por crear conflicto, en busca de un adversario a quien humillar o derrotar. Pareciera que Trump está convencido de que la desestabilización internacional permanente genera ventajas para EU. Durante meses, sus pares alrededor del mundo, sobre todo Justin Trudeau, Emmanuel Macron y Shinzo Abe, intentaron instrumentar estrategias variopintas para interactuar con él, desde el golf y la adulación, pasando por no acusar de recibo las declaraciones y posturas del líder estadounidense. Todos ellos han fallado. La Cumbre del G-7 ha remachado que esas estrategias no funcionan, y esta es una lección que todos los mandatarios en funciones —y potenciales mandatarios futuros— deben procesar. Nadie debería decirse sorprendido. Desde su primer —y prácticamente único— discurso sobre política exterior durante la campaña de 2016, Trump advirtió que buscaría que EU fuese “impredecible”, y adelantó que se guiaría por una especie de Doctrina Sinatra, a su manera o a ninguna. El ejercicio unilateral del poder estadounidense es un concepto que ha articulado desde hace tiempo el nuevo asesor de Seguridad Nacional de Trump, John Bolton. Pero hoy, de la mano de este titular del Ejecutivo, que concibe toda negociación como una de suma-cero y tanto el legado de presidentes estadounidenses previos como la arquitectura de cooperación en el sistema internacional como un lastre a ser desechado, el unilateralismo y el enconchamiento estadounidenses se han exacerbado. Ello, aunado al total desprecio de Trump por la diplomacia, su desdeño por la preparación diligente previa a todo evento o decisión crucial de política exterior, de improvisar día con día, de pensar que si le dan la pelota con eso basta para driblar a todos y solito meter gol, lo están consagrando como el idiota útil en Moscú y Beijing.
El poderío diplomático estadounidense, sobre todo a partir del deshielo bipolar, no sólo estuvo construido sobre la base de sus capacidades económicas, militares y diplomáticas. Como Gulliver, que de alguna manera se deja amarrar por los liliputienses, la influencia y peso de EU se derivaban en buena parte de su voluntad de dejarse constreñir por un sistema internacional liberal basado en reglas. Hoy EU con Trump navega sin atadura alguna hacia una postura basada en el despliegue de poder. Pero más que un paradigma de “América primero”, el que Trump está articulando es el de “América sola”, aislando a su país, confundiendo y alienando a aliados y socios y de paso mermando el papel de EU en el mundo. En el mejor de los casos, las secuelas de la Cumbre del G-7 serán las de un G-6 + 1; en el peor de ellos, la inoperancia de los mecanismos de concertación internacional. Pero más grave aún, al enarbolar para el país más poderoso una visión hobbesiana del mundo, Trump prácticamente garantiza reciprocidad hobbesiana por parte de todas las demás naciones hacia EU.
Consultor internacional