Una conflagración que arrancó hace seis años con manifestaciones en contra del presidente sirio Bashar al-Ásad hoy está precipitándose vertiginosamente hacia una rebatinga por el control de lo que subsiste de un país quebrado. Es una guerra civil que dejó de serlo hace ya tiempo y que podría devenir en algo mucho más peligroso para la seguridad internacional. ¿Dónde más en el mundo convergen, sobre el terreno, tropas o asesores sirios, rusos, estadounidenses, turcos e iraníes, con un espacio aéreo atascado de aviones caza o bombarderos de media docena de países, además de una variedad de facciones, milicias y mercenarios respaldados por naciones rivales (chiítas iraquíes, libaneses, pakistaníes y afganos desde Irán; kurdos armados y financiados por Estados Unidos; los remanentes de ISIS; y grupos sunitas variopintos pro-saudíes y pro-jordanos), todos enfrentándose en un territorio prácticamente del tamaño de Sonora? Los aliados en un frente de batalla son enemigos en otro, y crecientemente están en colisión. En espacio de sólo unos días, la semana pasada Rusia, Turquía, Irán e Israel perdieron aviones o drones abatidos por fuego hostil, y EU lleva batallando semanas para contener a milicias apoyadas por Irán en el desierto oriental sirio, a nada de involucrarse de manera directa en el nudo gordiano que es ahora esta guerra.
Con la brutalidad de Ásad aplastando la rebelión en su contra e ISIS acorralado en una franja de territorio a lo largo de la frontera con Irak, las naciones implicadas en el conflicto están compitiendo para incidir en su desenlace final y los equilibrios de poder que de éste se deriven. Todas, más allá de sus agendas y objetivos particulares, parecen tener algo en común: no quieren cargar con la responsabilidad de tener que jugar el papel de garante de la pacificación, estabilidad y reconstrucción de Siria. Varias saben (Rusia a raíz de Afganistán, Israel por su intervención en el sur de Líbano, Irán por la guerra con Irak, y EU como resultado de su ocupación en Irak y Afganistán) que sus respectivas opiniones públicas rechazarían un nuevo involucramiento militar extranjero. Por ende, todos esos gobiernos están buscando maximizar sus intereses, consolidar su control y minimizar la influencia de sus adversarios al menor costo posible.
El gobierno sirio, respaldado por Rusia e Irán, controla la mayor parte de su territorio, con más de la mitad del país bajo el dominio nominal de grupos leales a Ásad. Estados Unidos tiene influencia sobre la segunda área más grande, el 27 por ciento de Siria, que fue mayoritariamente retomada a ISIS con fuerzas kurdas en el noreste con la ayuda de armas, cobertura aérea y asesores de operaciones especiales estadounidenses. Turquía, miembro de la OTAN y aliado militar de EU, controla un enclave en el norte junto con los rebeldes sirios y está luchando contra los kurdos, apoyados éstos por Washington y tácitamente por Damasco. Pero, a la vez, Ásad respalda a milicias tribales que han estado atacando a los kurdos. Irán ha proporcionado el músculo —en forma de combatientes y dinero— que permitió al gobierno sirio recuperar la mayor parte del territorio perdido en los primeros años de lucha. Israel, mientras tanto, divisó la influencia de Teherán y sus milicias aliadas con creciente alarma, ahora enfrentándose ahí a comandos pro-iraníes, incluido el grupo chiíta libanés Hezbolá y algunas de las milicias chiítas iraquíes más poderosas que desafiaron a las tropas de EU en Irak hace una década. Y quien detenta el equilibrio general de poder en el país es Rusia, que se convirtió en la potencia dominante en Siria cuando intervino a favor de Assad en 2015. En este tablero multidimensional de ajedrez, EU tiene mayor capacidad militar pero no sabe cuál es su objetivo. Ankara demanda apoyo de EU para contener a los kurdos, pero no tiene con qué pacificar áreas que desea controlar. Y Rusia, que tiene el peso diplomático, no ha logrado generar consensos o confianza. Que EU trabaje con Turquía y Rusia —e interactúe con Irán— podría ser la única opción para propiciar un semblante de estabilidad en una de las zonas más volátiles del mundo, pero el creciente aislacionismo, falta de credibilidad y maniqueísmo de EU se erigen como obstáculo. Mientras tanto, el impasse persiste y un conflicto interno está mutando a un conflicto interestatal combustible. Que nadie aviente un cerillo.
Consultor internacional