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El viernes pasado Donald Trump declaró una emergencia nacional derivada de la supuesta inseguridad fronteriza con México, en una decisión que busca canalizar varios miles de millones de dólares a la construcción de su muro. Al hacerlo, recurrió a una atribución del Ejecutivo usada a partir de 1976 en casos de verdaderas crisis o amenazas a la seguridad de Estados Unidos (como a raíz del 9-11 o la pandemia de H1N1) para reasignar recursos ya autorizados al gobierno. De paso, desafió al Congreso, el cual, como resultado de la tenaz oposición demócrata, se ha negado desde 2017 a aprobarle los recursos que ha demandado para su bandera electorera más emblemática.
No hay nada nuevo en alertar que Trump sistemáticamente ha erosionado normas democráticas, y esta decisión dramática y maximalista —que será confrontada en las cortes— abona a ese patrón. Tampoco debiera ser novedad destacar el peligro que la retórica y narrativa empleadas por él tienen para el bienestar y seguridad de México y la vida de 11 millones de mexicanos —5 millones de ellos indocumentados— en EU. Pero llevamos más de dos años —con dos sucesivos gobiernos escudándose en que todo esto del muro es tema de política interna de EU— sin que en México se aquilate el daño estructural que representa para los intereses de nuestro país. La política aborrece el vacío y si no se llena con la verdad, alguien lo va a llenar con el miedo. Y el arma más potente en manos de un demagogo es la mente de quienes lo siguen; al recurrir a esta figura de emergencia nacional, el chovinista de Trump alimenta a su base nativista y xenófoba que se imagina a su país asediado por olas incesantes de migrantes de piel morena, narcotraficantes viciando a la juventud y terroristas acechando desde suelo mexicano.
Hoy en día hay muy poco de la política interna de nuestro vecino que sea eso: interno. Pensar que se puede dividir nítidamente la interacción con EU en compartimientos-estanco de temas de política interna que no atañen a México, refleja una relación bilateral que dejó de existir en 1993, cuando el TLCAN entreveró las políticas exterior e interna entre ambas naciones, y en 2001 cuando los atentados terroristas produjeron una segunda vuelta de tuerca que hizo que la línea divisoria entre lo internacional y lo doméstico en nuestra relación se desvaneciera y ésta se volviera verdaderamente “interméstica”. Si bien son comprensibles las decisiones del anterior gobierno mexicano (evitar contaminar la renegociación del TLCAN) y del actual (no incurrir en un conflicto con Trump que distraiga de las prioridades internas), México va a tener que sumar su voz —más temprano que tarde— a la de nuestros aliados en EU en desafiar esta narrativa tóxica sobre la supuesta crisis de seguridad que se cierne desde el lado mexicano de la frontera. Lo que ocurrió el viernes es la extensión lógica del discurso que postula Trump: la emergencia en la frontera es tan grande que tiene que pasar por encima del Capitolio para confrontarla. Esa es la imagen que quiere perpetuar. No nos toca a nosotros encarar el reto constitucional que eso implica, pero sí nos toca desmontar su narrativa sobre México. Para ello no hay herramienta más radical que los datos duros. Y es correcto que no sea el presidente López Obrador el que se suba al ring. Para ello tenemos un aparato de Estado que debe ser usado como instrumento de contextualización y respuesta. El mensaje es claro: es falso que en 2018 hayan cruzado 4 mil terroristas a EU desde suelo mexicano, como declarara la vocera de Trump. Es falso que hay invasión de migrantes desde México; la inmigración indocumentada ha caído 75% desde 2000. Es falso que un muro evitará que drogas ilícitas sean consumidas en EU; la gran mayoría de ellas no ingresa entre puertos de cruce fronterizo, sino a través de ellos. Y el muro es una solución del siglo I para retos de siglo XXI.
No hay crisis de seguridad nacional emanando de la frontera. La única crisis —y emergencia— se llama Trump y el reto que encarna para la relación con México. El muro será el gran tema de la elección en 2020. Si todos los actores posibles —aquí y allá— no trabajan para desmontar el mito que el mandatario estadounidense pretende seguir abonando, el futuro de la agenda bilateral y las percepciones sobre México en EU estarán en aprietos. Nosotros no escogimos el momento, pero el momento sí nos ha escogido a nosotros.
Consultor internacional