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Donald Trump enfrenta tres peligros innegables y perentorios en el camino hacia su campaña de reelección para el 2020: una desaceleración o —peor aún— una nueva crisis económica, agravada por el uso de la política comercial como arma; una Cámara de Representantes de mayoría demócrata, hostil a la Casa Blanca; y el gota a gota de la investigación sobre colusión de su campaña con Rusia y los subsecuentes intentos de obstrucción de justicia desde la Casa Blanca.
Con los dos nuevos expedientes judiciales que se interpusieron ante la fiscalía del distrito sur de Nueva York el viernes pasado contra Paul Manafort y Michael Cohen, ex jefe de campaña y ex abogado de Trump, respectivamente (uno por los propios fiscales federales de ese distrito y otro por el fiscal especial Robert Mueller), está claro que la investigación que éste encabeza en torno a los potenciales vínculos con Moscú en los comicios podría cobrarse nuevas cabelleras y tocar al circulo más cercano del Presidente. Incluso ha trascendido en Washington que su hijo, Donald Jr., ha comentado a varios de sus amigos cercanos que piensa que él será el siguiente en ser acusado formalmente por Mueller. La gran interrogante que abren estas nuevas pruebas es qué tan malo es el peor de los escenarios. Es cierto que no sabemos lo que no sabemos y que aún hay mucha información que no es del dominio público, como lo demuestra un elemento ominoso del documento de Mueller: las cerca de 60 oraciones que han sido censuradas con marcador negro.
Pero con base en lo que ya ha divulgado Mueller, poseemos información demoledora e incontrovertible. Sabemos que varios funcionarios rusos sí se acercaron —empezando en noviembre de 2015 y acelerándose en la primavera de 2016— a catorce republicanos cercanos a Trump y a su campaña, incluyendo a su hijo mayor, su asesor más cercano, su abogado y su jefe de campaña. Sabemos también que —contrario a lo declarado por éstos y el propio Presidente— aceptaron reunirse, durante y después de la elección. Sabemos que Rusia ofreció en esos encuentros apoyo —“sinergia”, lo llamaron— para la campaña y que nadie en el entorno de Trump alertó al FBI de este esfuerzo extranjero para subvertir la elección. Sabemos que Roger Stone y Jerome Corsi, dos operativos de Trump, contactaron a WikiLeaks y tenían conocimiento previo sobre la eventual publicación de correos electrónicos hurtados a la campaña Demócrata. Sabemos que los 12 oficiales de inteligencia rusos acusados por Mueller de hackear al Comité Nacional Demócrata, filtraron información de manera sistemática a WikiLeaks con objeto de dañar a la campaña de Clinton. Pero ahora también sabemos que Trump estaba negociando un desarrollo inmobiliario en Moscú durante la campaña, y que ocultó esto al público y mintió al respecto. Y sabemos que Mueller cree —como estipula su documentación ante el tribunal— que el “Proyecto Moscú fue una oportunidad de negocios lucrativa que buscó, y probablemente requirió, la asistencia del gobierno ruso”. Sabemos que el equipo de Trump siguió hablando con los rusos durante la transición y que Jared Kushner —quien sugirió establecer un canal de comunicación secreto con Moscú— y otros de entrada no revelaron ningún contacto con los rusos al asumir cargos públicos.
Las explicaciones y justificaciones que ha dado Trump a lo largo de los últimos dos años se han ido colapsando una a una. De los escenarios más inocuos y nimios —una fabricación para desacreditar al presidente— al más delicado y exagerado —el presidente es un agente ruso—, el grado de avance en la investigación de Mueller y la mano que nos ha mostrado hasta el momento parecen colocarnos ante dos escenarios plausibles: la inteligencia rusa penetró activamente la campaña de Trump y éste sabía o debería haber sabido, o hay “kompromat”, es decir Moscú posee información incriminante sobre el mandatario para chantajearlo. El documento divulgado el viernes por Mueller marca un punto de inflexión y deja claro que estamos ante un escenario en el cual parece prevalecer el principio de la navaja de Ockham (la explicación más sencilla suele ser la más probable). Y ese escenario es que la colusión entre la campaña de Trump y Rusia y los negocios de éste en Moscú está entreverada y es real. La situación que podría encarar el presidente se ve hoy más peligrosa que nunca. Ahí viene Mueller y parece que viene por Trump.
Consultor internacional