En 1980, Ronald Reagan, ex gobernador de California, era electo presidente de Estados Unidos, Blondie encabezaba la lista de éxitos musicales, la secuela de "La Guerra de las Galaxias" retacaba los cines y Kamala Harris era una joven de 16 años terminando el bachillerato. Casi cuatro décadas después, Harris es una de las contendientes más fuertes para la nominación presidencial Demócrata en 2020, la favorita para llevarse la elección primaria del 3 de marzo en California y la primer aspirante seria del estado a la presidencia desde que Reagan ocupó la Oficina Oval.
Las diferencias entre ambos no podrían ser más severas. Reagan era un trasplante del medio oeste del país a California, un Republicano ungido por el establecimiento conservador del sur de California. Harris, ex procuradora estatal de California y senadora en su primer período- es nativa de California, hija de inmigrantes (su padre jamaicano, su madre india) y una Demócrata formada en las políticas progresistas del área de la Bahía de San Francisco. Y si bien tanto Reagan como Harris encarnan la California de su tiempo, entre uno y otra abarcan un arco de 40 años de dramática transformación política y demográfica del estado y, más ampliamente, de los cambios que se han dado en Estados Unidos desde entonces.
La California que condujo a Reagan a la Casa Blanca era predominantemente blanca y de tendencia Republicana, un semillero del fervor anti-impuestos. El electorado del estado era entonces abrumadoramente blanco y la clase media prosperaba gracias a los sólidos pilares de la economía californiana: las industrias de defensa, construcción, agricultura y manufactureras. Pero a principios de la década de 1990, con el fin de la Guerra Fría, la industria de defensa y el archipiélago de bases militares en California se contrajeron, lo cual representó un grave golpe para su economía, especialmente para aquellos que carecían de educación universitaria o las habilidades especializadas necesarias para trabajar en nuevos sectores de la pujante economía californiana como las finanzas y la tecnología. Muchos residentes blancos huyeron a estados con menos impuestos como Arizona y Nevada, o a estados más conservadores, como Idaho y Texas. Fueron reemplazados en parte por inmigrantes como los padres de Harris, atraídos a California por su excelente sistema universitario, y por inmigrantes en la agricultura y el sector servicios. Lo que siguió fue un lento desmoronamiento del GOP estatal. El reprensible apoyo del gobernador Republicano Pete Wilson a la Proposición 187, que buscaba negar los beneficios de asistencia médica, educación y asistencia social a migrantes indocumentados, hostigó y dinamizó a la población hispana de tendencia Demócrata (en un artículo anterior para esta sección de opinión, explico por qué California ha desplazado a Texas como bujía de la relación con México; precisamente estos cambios político-demográficos son parte de la razón http://www.eluniversalmas.com.mx/editoriales/2015/03/75529.php). Al mismo tiempo, la postura de línea dura del GOP nacional sobre temas como la regulación de armas, la inmigración y la creciente prominencia del conservadurismo religioso alejó a californianos moderados del Partido Republicano, impulsando a los Demócratas al poder y convirtiendo a la California reaganiana Republicana en un pálido recuerdo.
Hoy el estado que sirve como trampolín nacional de Harris es sólidamente Demócrata (con el menor número en la historia de legisladores Republicanos en la delegación californiana en el Congreso federal), multirracial, líder en la innovación de alta tecnología y energías limpias, habiendo legalizado el uso lúdico de la cannabis y votado ya dos veces en los últimos años a favor de más impuestos. Y en muchos sentidos, California es hoy un reflejo de cómo se verá sociodemográfica –y políticamente- Estados Unidos en 20 años. De hecho, los cambios que ayudaron a transformar a California del rojo (GOP), tiñéndola de azul (Demócrata), ya se han manifestado en Nevada, Colorado y Nuevo México. Demográficamente, el país se encamina en una dirección similar. En 1980, casi 9 de cada 10 votantes eran blancos. En 2020, los no blancos representarán un tercio del total de todos los votantes elegibles.
La carrera por la nominación Demócrata apenas comienza. Harris tendrá que desempeñarse bien en las primarias de Iowa, New Hampshire, Nevada y, especialmente, en Carolina del Sur, donde cuenta con un fuerte apoyo del importante electorado afroamericano. Aún así, al menos en el papel, el perfil de Harris, una mujer birracial de un estado que es el corazón de la resistencia anti-Trump, le ha permitido recaudar cantidades importantes de recursos financieros y la coloca hoy en las primeras posiciones del pelotón –y de las interacciones en redes sociales- para liderar al Partido Demócrata. Pero su gran carisma y eficacia (como embajador, tuve la fortuna de interactuar mucho con ella durante su gestión como procuradora estatal) y sus posiciones de política pública no serán en sí mismas suficientes para que California vuelva a llevar a alguien a la presidencia. Más importante aún, está la cuestión de si los Demócratas, al correrse decididamente –reflejando las emergentes tendencias demográficas e ideológicas- desde el centro hacia la izquierda, se están poniendo de manera prematura fuera de sintonía con los votantes independientes y de cuello azul que necesitan recapturar para ganar la elección en 2020 (y la última en la cual el voto blanco de la generación de los llamados “baby boomers” jugará un papel relevante en comicios presidenciales estadounidenses). Si se llega a dar una gran reacción de ese sector del electorado en contra de este tipo de coalición Demócrata-progresista-identitaria, la paradoja es que Harris, quien encarna la cara y el futuro tanto de su partido como del país, no solo tendrá problemas en convertirse en la candidata; es muy probable que Trump habrá obtenido un segundo mandato.