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La elección de Donald Trump ha sido una verdadera Vía Dolorosa de chovinismo, demagogia, corrupción cívica y mentiras. Y su victoria también ha elevado a una serie de grupos radicales, hasta hace poco una minoría en los márgenes del espectro político estadounidense, a su mayor prominencia de la era moderna. En momentos en que Trump se descose con injurias porque la frontera no es impermeable, y un núcleo de colaboradores instrumenta la revisión más nativista y profunda de política migratoria en un siglo (con el muro, eliminando protecciones a Dreamers, expulsando centroamericanos y haitianos cobijados desde hace una década a través de un estatus migratorio especial, restringiendo la inmigración documentada y el asilo, o la veda a viajeros de países musulmanes), bien vale la pena entender quiénes son a los que está buscando alimentar y movilizar.
Ciertamente no son grupos cohesionados; algunos son esencialmente distintos entre sí y encarnan diferencias ideológicas reales. Los supremacistas blancos creen que personas de origen europeo son biológica y culturalmente superiores a los no-europeos; en una sociedad multirracial como lo es Estados Unidos, propugnan por una jerarquía racial en la cual la población blanca disfruta de un estatus privilegiado. Los nacionalistas blancos, en cambio, se oponen a sociedades multirraciales y buscan la creación de un Estado blanco. Algunos argumentan que se debe instituir una “limpieza étnica pacífica”, sobre todo regulando la inmigración, mientras otros justifican medidas más extremas. Los neo-nazis —el sector más aislado de la extrema derecha en EU— siguen enunciando la supremacía y el antisemitismo como su principal carta de presentación, aliñadas hoy con un odio a la comunidad LGBT. Sitios web que espetan odio —como Stormfront— están sirviendo como una plataforma descentralizada para sus ideas. El Ku Klux Klan, proscrito después de su fundación por oficiales confederados al término de la guerra civil de EU, renace en la década de 1920 como una fraternidad social dedicada a preservar la supremacía blanca, asumiendo además posiciones anticatólicas, antisemitas y xenófobas. Ello condujo a su última reencarnación en los sesenta, en respuesta al movimiento de derechos civiles afroamericano. Hoy, más que un movimiento unificado, está compuesto por diversas facciones, pero ciertamente es la primera vez en la historia que un candidato respaldado por el KKK —Trump— gana una elección presidencial. Los neo-confederados están regionalmente basados, propalando una revisión de la historia confederada y del “Viejo Sur”. Son hostiles a una sociedad pluriétnica y favorecen la segregación y las posturas supremacistas blancas. Y claro, está la derecha alternativa, principal impulsora de la candidatura de Trump. El término de Derecha Alt fue acuñado en 2008 por Richard Spencer, un nacionalista blanco que pugna por una depuración étnica en EU. Si bien muchos de sus integrantes se identifican ya sea con el nacionalismo o supremacismo blancos, no todos exponen de manera abierta esas proclividades. Lo que sí los une es la hostilidad sin ambages a musulmanes y migrantes latinoamericanos, a la democracia liberal y a sociedades abiertas, tolerantes y plurales. Articulan una lingua franca, a través del uso sofisticado de sitios abiertos de internet y cuentas en redes sociales, de defensa de valores “americanos” contra lo políticamente correcto impulsado por élites globales o “élites judías trasnacionales”. Incluso el defenestrado Steve Bannon declaró que su plataforma digital, Breitbart, es la voz de la Derecha Alt.
Una generación de consultores político-electorales creció con el eslogan de “es la economía, estúpido”. Pero hoy es la migración —y la conversión de la xenofobia en arma— lo que domina el discurso y narrativa políticas de Trump, alimentando a la extrema derecha, populista y demagógica. Él ha apostado todo a su alianza con ésta. Entre más se encuentre a la defensiva, ya sea en respuesta a las encuestas o al oprobio de la opinión pública y los medios, más va a bascular hacia el extremo de su base. Y ese abrazo sólo se profundizará aún más rumbo a los comicios legislativos en noviembre y a su potencial apuesta de reelección. No podemos seguir fingiendo que no sabíamos y que no estábamos advertidos: Trump no cambiará y es mala noticia para México y los nuestros en EU.
Consultor internacional