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Lo que no logró Servando Martínez “La Tuta” cuando ordenó el secuestro y ejecución de 12 policías federales en Michoacán; lo que no pudo Joaquín “El Chapo Guzmán” cuando ofreció un soborno al agente de la Policía Federal que lo capturó y retuvo en un hotel de paso en Sinaloa; lo que no logró el duelo por los agentes caídos con todo y helicóptero en La Pintada cuando llevaban apoyo a las víctimas del huracán “Manuel”; lo que no logró Miguel Osorio Chong con el capricho de crear una división de Gendarmería al interior de la Policía Federal...
No, nada de lo anterior es lo que sí han conseguido el presidente Andrés Manuel López Obrador y su actual secretario de Seguridad y Protección Ciudadana, Alfonso Durazo: destruir a la Policía Federal.
Ambos personajes se han encargado de hacer estallar una institución creada y arropada por el lema de “Proteger y servir a la comunidad”. Una corporación cuyos miembros están en las calles desde del pasado 3 de julio, manifestándose en la vía pública, e incluso cerrando vialidades o plantados en el Zócalo capitalino y caminando con pancartas con rumbo al Senado.
Exacto, ahora vemos a los policías federales del otro lado de la línea. Antes, como prestadores de orden y seguridad. Ahora, como penoso ejemplo de incertidumbre laboral y maltrato infligido directamente por el Primer mandatario de México, para quien sencillamente, “la Policía Federal está echada a perder”.
Nada en este mundo está en blanco y negro como pretende la cosmovisión presidencial. Ciertamente en la Policía Federal hubo y hay elementos negativos. Es verdad que durante el sexenio pasado se relajaron los controles de admisión y permanencia derivados de las evaluaciones de control de confianza. Nadie refuta que en los últimos años hubo incidentes de indisciplina, falta de decoro y honradez que fueron pasados por alto una vez por aquí, otra vez por allá, pero nada de esto fue posible sin la omisión y quizá peor ejemplo, de los tomadores de decisión.
En efecto, durante la pasada administración, los policías federales aceptaron con estoicismo la imposición de jefes advenedizos traídos de Hidalgo o de otros lados para prestarles obediencia. Los elementos de todas las Divisiones (seguridad regional, científica, antidrogas, inteligencia, investigación e incluso, la de Gendarmería) resistieron el envejecimiento de los programas de capacitación, afrontaron las peores condiciones de despliegue territorial en hoteles de mala muerte, sobrevivieron al abandono presupuestal y al desmantelamiento silencioso de sus capacidades tecnológicas como la Plataforma México.
Pero hoy, son los policías federales de a pie y bota, quienes dieron la cara y la vida por la institución y por el Estado los que ven caer a pedazos el proyecto de vida para el que se contrataron originalmente. Es el personal operativo de la Policía Federal, el de los sueldos más bajos y los uniformes más gastados, el que hoy se ve condicionado a integrarse a la Guardia Nacional por las buenas o por las peores.
Son los policías que un día le creyeron al gobierno cuando éste les hizo saber que México necesitaba su talento y valor para ser policías de vanguardia. Son ellos los que creyeron que podrían tener un plan de vida como policías profesionales, honestos, bien remunerados y mejor equipados que cualquier otro policía en el país.
Son esos policías federales los que hoy son maltratados en su dignidad como trabajadores, y en su vocación civil para para verse obligados a formar parte de la Guardia Nacional.
Para el gobierno las protestas de los policías se resuelven con una mesa de diálogo, la promesa de no despedir a nadie que no quiera sumarse a la Guardia Nacional y la propuesta de alternativas laborales. Nada de eso es suficiente. Veamos:
Primero. Desde que existe la política, existen las mesas de diálogo y éstas no garantizan ningún resultado concreto. Lo que está haciendo el gobierno con esa mesa es ganar tiempo mientras el asunto se enfría ante la opinión pública.
Segundo. Si no van a despedir a nadie, y la Policía Federal está en vías de extinción entonces ¿a qué se van a dedicar los policías federales que se quieran quedar? Nadie lo sabe.
Tercero. ¿Cuáles son las alternativas disponibles? ¿Cuidar edificios como parte del Servicio de Protección Federal? ¿Revisar pasaportes en el Instituto Nacional de Migración? ¿Dejar de cuidar a las personas para ponerse a cuidar mercancías en el Servicio de Aduanas? ¿Prestar oído a la Asociación Mexicana de Empresas de Seguridad Privada (AMESP) para convertirse en custodios de valores? Todas ellas son malas ideas por el desperdicio de capacitación de los policías federales, pero, sobre todo, porque distorsionan la vocación para la que fueron reclutados y capacitados.
¿Qué viene? Esperar que los policías inconformes obtengan la suspensión definitiva por el amparo en materia administrativa que ya está en trámite a fin de que no sean obligados a vincularse a la Guardia Nacional. Y más allá del amparo, que será una verdadera proeza, lo que viene es documentar para los futuros textos de política pública cómo destruir de un plumazo una institución civil de policía culpando de sus males a la tropa, en lugar de aprovechar todo lo bueno que tiene para servir al país. #ConlaTropaNo
Investigador del Observatorio Nacional Ciudadano
@PelaezGalvez