En los últimos años, la industria automotriz ha experimentado una revolución en cuanto a la tecnología y a la ingeniería del producto.

La velocidad de desarrollo ha propiciado que la electrificación del vehículo sea una realidad, al tiempo que nos acerca más y más, a la llegada del vehículo autónomo. Sin embargo, existen todavía ciertos aspectos de la industria que hacen que reflexionemos sobre la forma en que se manufacturan autos y componentes.

Consideremos primero el contexto actual del sector. El ambiente competitivo y la forma de diferenciación ha cambiado de forma significativa en las últimas décadas. Basta con echar un vistazo, por ejemplo, a las empresas dominantes del índice S&P 500.

Muchas de estas empresas están basadas en la economía de la información. Son empresas que funcionan con base en plataformas como Facebook y Airbnb, entre otras.

Estas empresas de la nueva economía tienen un factor común: suelen ser empresas que son “ligeras” en activos, es decir, aprovechan los activos fijos de terceros (como casas y departamentos, en el caso de Airbnb) para crear valor a través de ciertas capacidades como recolección y analítica de datos.

La industria automotriz es, esencialmente, similar a aquellos terceros que menciono. Los actores más relevantes del sector, fabricantes de componentes, armadoras y concesionarios suelen ser empresas con altos niveles de activos fijos representados en propiedades y equipos. Sin embargo, a esto tenemos que sumarle otro problema: el alto nivel de especificidad de sus activos, es decir, gran parte del equipo que vive en esta industria sólo sirve para fabricar o manufacturar un tipo o línea de productos.

Una industria con altos niveles de activos, alta especificidad de activos y que crea, con ellos, productos complejos y tangibles tiene el beneficio de contribuir con altas barreras de entrada a irruptores externos. Tiene, por otro lado, un problema: esto le resta flexibilidad y posibilidad de adaptación rápida a los nuevos retos.

La llegada de las tecnologías asociadas a la llamada Industria 4.0 ha tenido como consecuencia que esas barreras de entrada puedan ser demolidas, o al menos reducidas. Hace algunas décadas, la adopción de la filosofía y los sistemas de manufactura esbelta llevaron a incrementos notables en el nivel de productividad de las empresas. Luego llegó el desarrollo y auge manufacturero de los países asiáticos que permitió que buena parte de la producción se trasladara hacia aquellos sitios con el consiguiente ahorro en costos.

Los elementos tecnológicos de la Industria 4.0 representan entonces una oportunidad real ante el cambio de paradigma y el sector automotriz puede ser terreno fértil para lograr esto. Para empezar, la Industria 4.0 ofrece la posibilidad de adaptar rápidamente especificaciones de manufactura cambiantes asociadas con el automóvil eléctrico y autónomo. Al mismo tiempo, la integración de sensores con internet de las cosas, permite un monitoreo constante y robusto de equipos, priorizando el mantenimiento preventivo sobre el reactivo y reduciendo así, el paro de plantas y los costos asociados. La robotización y la analítica de datos facilita también mayores oportunidades de personalización a pesar de la mayor complejidad de productos.

De igual manera, la irrupción de la impresión 3D y la llegada de granjas de impresoras de este tipo, permitirán que los equipos de manufactura puedan producir distintos tipos de componentes, en lotes más pequeños y en forma simultánea en distintas partes del mundo.

Todo esto abre entonces la oportunidad para procesos de manufactura que sean más ligeros en activos y con una especificidad de estos mucho menor, lo cual brinda mayor capacidad de flexibilidad y adaptación, abriendo así la oportunidad de una disrupción digital en la manufactura de vehículos y sus componentes y por consiguiente, la generación de nuevos modelos de negocios basados en la economía de la información.

*Profesor del área de Dirección de Operaciones del IPADE Business School

Foto: ARCHIVO EL UNIVERSAL

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