Religión y política: conflictos de interés, es el título completo de este artículo. Los conflictos de interés son un tema importante en la agenda pública. En medicina, por ejemplo, los pacientes deberían tener derecho de saber cómo actuaría su médico en situaciones límites, concernientes con el inicio o el fin de la vida. No se trata de invadir la privacidad del galeno, se trata de elegir en forma adecuada. En caso de padecer una enfermedad terminal, ¿me acompañará y ayudará a morir mi médico/amigo? Pregunta vigente que se concatena con la siguiente: ¿es correcto que los enfermos le pregunten a su médico sobre ése y temas afines? Mi respuesta es afirmativa: los enfermos tienen derecho a conocer las directrices que rigen las actuaciones de sus doctores. Los conflictos de interés son universales: directores de televisoras y farmacéuticas, deportistas, religiosos, abogados y políticos son parte del entramado.

Cuando la religión invade la política, la mezcla es incendiaria. La necesidad de aferrarse al poder de algunos políticos “modernos” y a la vez medievales como Benjamín Netanyahu y Jair Bolsonaro, y los crecientes vínculos de López Obrador con grupos religiosos invitan a revivir viejos e imprescindibles discursos sobre la libertad.

John Stuart Mill publicó On Liberty —Sobre la libertad— en 1859, texto avocado a reflexionar sobre la libertad individual. A lo largo del ensayo, Mill defiende la autodeterminación del pensamiento como un bien sagrado: ni gobiernos ni sociedades tienen derecho de imponer acciones contra la voluntad de la persona. Su postura, a riesgo de simplificar, puede resumirse en dos postulados: es necesario cavilar sobre la lucha entre autoridad y libertad y significar la tiranía de los gobiernos versus el derecho a decidir de los individuos. Proteger la libertad de las personas es el meollo de su libro y leitmotiv de sus aproximaciones a la política y a la sociedad.

Seguramente Mill había leído el Artículo IV de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano (1789), uno de los documentos fundamentales de la Revolución Francesa: “La libertad consiste en poder hacer todo aquello que no cause perjuicio a los demás. El ejercicio de los derechos naturales de cada hombre no tiene otros límites que los que garantizan a los demás miembros de la sociedad el disfrute de los mismos derechos”. Librepensador “adelantado”, Mill defiende la autonomía del ser humano como un bien insustituible y fundamental: el individuo tiene derecho de actuar como desee, siempre y cuando no dañe a otros. Nada ni nadie sobre la voluntad de la persona. Las religiones “impuestas” chocan con la idea previa.

En Principio del daño, Mill ahonda: “El objetivo de Sobre la libertad es afirmar un sencillo principio destinado a regir las relaciones de la sociedad con el individuo en lo que tengan de compulsión o control, ya sea por los medios empleados, la fuerza física, las penalidades legales o la coacción de moral de la opinión pública… el único fin por el cual es justificable que la humanidad… se entrometa en la libertad de acción de uno de sus miembros es la propia protección… la única finalidad por el cual el poder puede… ser ejercido sobre un miembro contra su voluntad es evitar que perjudique a los demás”.

La religión no debe ser parte de la política. Demasiados vivos han sido enterrados por ese binomio. La imparcialidad en temas religiosos es parte de la laicidad. Los vínculos entre Morena y el Partido Encuentro Social durante la campaña presidencial y las recientes y crecientes oportunidades brindadas por AMLO a la organización “La Visión de Dios AC” para contar con concesiones de radiodifusión por parte del Instituto Federal de Telecomu nicaciones, amenazan la laicidad. Dicho aval pone en riesgo la libertad de pensamiento. Hacer partícipe a las Iglesias en la política es inadecuado: excluye a librepensadores y empodera a la dupla políticos/religiosos. Al igual que los médicos, los políticos tienen la obligación de ejercer alejados de sus inclinaciones religiosas.

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