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La población del mundo se divide en dos: humillados y no humillados. Conforme pasan las décadas, los primeros aumentan y su imposibilidad para acceder a la vida crece. El incremento conlleva todas las cargas de quienes entienden que, hagan lo que hagan, el presente no mejorará y el futuro siempre será difuso, inasequible, impensable. Sobrevivir es la meta. Para quienes viven el día a día, hoy es reto suficiente. Mañana es término lejano, futuro es idea muerta.
La población del mundo se divide en dos: humillados y no humillados. Los primeros siempre son víctimas de alguien, de sucesos políticos o de la Naturaleza. Alguien, esto es, seres humanos, significa mal uso del poder en cualquiera de sus formas: empleadores, sectores con mayor capacidad económica, personas con más estudios, seres “bien nacidos” inconscientes, individuos sanos cuyo bienestar casi siempre depende de otros. Sucesos políticos implica pervivir en países expoliados, padecer guerras fratricidas, ser vecinos de plantas nucleares, ser blanco de dictadores, ser víctimas de pobreza, de políticos ladrones, de empresarios indiferentes cuyo leitmotiv es aumentar el capital sin saber quiénes son las personas cuyo trabajo es la fuente de su riqueza. La suma de los argumentos previos explica las sinrazones de los nuevos ciudadanos del mundo: refugiados, desplazados y apátridas. Naturaleza significa tsunamis, maremotos, sequías, deforestación, terremotos. deshielos, aumento de la temperatura mundial, desaparición de especies; algunos de esos sucesos son comprensibles —la Naturaleza tiene ciclos—, y muchos, producto de la inconsciencia humana cuya incapacidad para comprender que la Tierra tiene límites ha devenido en el antropoceno, i.e., el impacto negativo global de las actividades humanas sobre los ecosistemas terrestres. La Naturaleza no elige víctimas. No se trata de escoger, se trata de supervivencia: pervivir al lado de ríos, del mar o de zonas aledañas a deslaves no es una elección, es el único sitio donde para ellos fincar una casa es posible.
La población del mundo se divide en dos: humillados y no humillados. Las posibilidades de los segundos, de salir adelante y vivir con dignidad son casi nulas; basta pensar en los sesenta millones de pobres mexicanos o en los 3,400 millones de personas que subsisten en el mundo con menos de cinco dólares al día. Los datos alegres del Banco Mundial son números, no más, números. Lo mismo sucede con las palabras entusiastas de quienes afirman que la humanidad nunca ha estado “tan bien” como ahora.
La población del mundo se divide en dos: humillados y no humillados. Arriesgar la vida y migrar no es serendipia: es apostar por la vida y huir del destino, esto es, de la pobreza, del narcotráfico, de dictadores. Quienes escapan de la muerte con hijos pequeños y sin pertenencias, ponen en entredicho el optimismo de los dueños del mundo como sucede en Siria, en El Salvador o en Etiopía. La fotografía de John Moore, ganadora del premio World Press Photo 2019, explica todo: una pequeña hondureña, de entre dos y tres años, llora al ver como su madre es revisada por un agente estadounidense tras cruzar ilegalmente la frontera entre México y su país. El miedo y la angustia de la pequeña reflejan la realidad actual, no líquida como diría Zygmunt Bauman, sino espesa, infranqueable, demoledora.
La población en el mundo se divide en dos: humillados y no humillados. Nacer en una casa donde priva la desolación acota las posibilidades de salir adelante. La humillación se contagia, se transmite de una generación a otra. Nacer endeudados abrasa. Vivir resentido, sobrevivir el día, convivir con vecinos cuya realidad y lúgubre destino es idéntico, multiplica el agobio. Sin futuro, sin oportunidades, sin esperanzas y sin dignidad son constantes en personas atenazadas por vejaciones y deshonras. Mientras el mundo siga albergando dos poblaciones no habrá tranquilidad. El problema es inmenso y quizás irresoluble. Escuchar a la Tierra y ser testigos de las sandeces de los dueños del Poder es suficiente para comprender la magnitud del entuerto.
Médico