Chicago, Illinois.— La economía estadounidense está creciendo a niveles no vistos en décadas y el presidente se adjudicó esta victoria. Sin duda, el 4.1 de crecimiento en el último trimestre es una buena noticia para el mercado doméstico y para quienes hacen negocios con este país. El problema es que la economía de este país tiene pies de barro y no podrá sostener su forma de operar sin reformas dolorosas y profundas.

La reducción de los impuestos a las corporaciones y a los individuos de la reforma fiscal de Donald Trump ha inundado la economía de efectivo y, por tanto, de dinamismo. Es más, la confianza de los consumidores alcanzó un máximo histórico la primavera pasada. No obstante, la psicología nacional difiere de la realidad.

Se supone que los gobiernos republicanos son fiscalmente conservadores y que se limitan a gastar sólo lo que ingresan. La realidad es que demócratas y republicanos han gastado sin pudor ni límite. Tan sólo la deuda nacional de más de 21 billones de dólares supera el cien por ciento del Producto Interno Bruto (19 billones de dólares).

Se sabe también que los programas asistenciales (entitlements) como: las pensiones federales del Seguro Social, la asistencia médica a pobres y ancianos Medicaid y Medicare, el seguro de desempleo y los subsidios de salud Obamacare se tragan el 70 por ciento del presupuesto federal. Estos programas deben reducir sus costos, pero la cobardía de los políticos ha impedido tomar medidas necesarias por ser muy impopulares. Así llegamos hoy a una economía que, si bien ruge como un ferrocarril, carece de bases sostenibles.

Por otro lado, las políticas del presidente también acabarán por frenar el crecimiento, especialmente con la imposición arbitraria de derechos de importación. Luego de castigar las importaciones de acero y aluminio y de amenazar con un arancel del 25 por ciento a carros importados, empresas como Toyota anunciaron que sus autos podrían subir de precio entre mil 800 y 2 mil dólares. Esta empresa fabrica la camioneta SUV y el sedan más vendidos del país, la RV4 y el Camry, que venden juntos unas 800 mil unidades al año. Y el alza de precios impactará a toda la industria automotriz cuyos vehículos son armados parcialmente con piezas de importación, y lo mismo ocurrirá al comprar una lavadora o una secadora de ropa, y con el acero para la construcción de edificios.

Por otro lado, los productores agropecuarios y de carne de puerco están muy preocupados porque están perdiendo acceso a mercados como el mexicano ante la guerra arancelaria de Trump. Pero como estos productores son parte de la base electoral del presidente, éste les va a regalar 12 mil millones de dólares en subsidios para compensar sus pérdidas. Es decir, el contribuyente tendrá que pagar no por inversiones productivas sino para tener feliz a una clientela electoral impactada por las malas decisiones del Ejecutivo. Estos subsidios son gastados por una nación endeudada hasta el cuello, sea en los diferentes niveles de gobierno o la IP. Para ponerlo en perspectiva, estos nuevos 12 mil millones de dólares tirados a la basura equivalen al costo de dos refinerías nuevas como las que AMLO quiere construir y que considera inversiones estratégicas. Así de grande es el tiradero fiscal que ocurre en estos rumbos.

Sí, la economía ruge con la ayuda de los recortes de impuestos y la facilitación de la repatriación de capitales. Lamentablemente, estas medidas equivalen a desarrollar masa muscular tomando esteroides. Sí ayudan a inflar al que levanta pesas, pero también causan disfunción eréctil. Solo esperemos que en Estados Unidos la falta de poder no llegue en el momento que más lo necesitamos. Hoy vivimos la borrachera de una prosperidad insostenible pero ya llegará la cruda. Veremos si la sobrevivimos.

Periodista

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