La gestión de la migración es uno de los desafíos más profundos para la cooperación internacional de nuestro tiempo.
La migración fortalece el crecimiento económico, reduce las desigualdades y conecta a las diversas sociedades. Sin embargo, también es una fuente de tensiones políticas y tragedias humanas. La mayoría de los migrantes viven y trabajan legalmente. Pero una minoría desesperada pone sus vidas en riesgo para ingresar a países donde enfrentan sospechas y abusos.
Es posible que las presiones demográficas y el impacto del cambio climático en las sociedades vulnerables impulsen un mayor flujo de migración en los próximos años. Como comunidad global, enfrentamos una elección. ¿Queremos que la migración sea una fuente de prosperidad y solidaridad internacional, o un sinónimo de inhumanidad y fricción social?
Este año, los gobiernos se disponen a negociar un Pacto Mundial sobre Migración a través de las Naciones Unidas. Será el primer acuerdo internacional general de esta naturaleza. No será un tratado formal ni establecerá obligaciones vinculantes a los Estados. No obstante, es una oportunidad sin precedentes para los líderes mundiales, para contrarrestar los mitos perniciosos que rodean a los migrantes, y establecer una visión común de cómo hacer que la migración funcione para todas nuestras naciones.
Es una tarea urgente. Hemos visto lo que sucede cuando la migración a gran escala tiene lugar sin mecanismos efectivos para gestionarla. El mundo está conmocionado por el reciente video de migrantes vendidos como esclavos.
Aunque estas imágenes son sombrías, el verdadero escándalo es que miles de migrantes sufren el mismo destino cada año, y no existe ningún registro de ello. Y muchos más están atrapados en trabajos degradantes y precarios que están en el límite con la esclavitud.
Hay casi seis millones de migrantes atrapados en trabajos forzosos, muchos de ellos en las economías desarrolladas. ¿Cómo podemos terminar con estas injusticias y evitar que vuelvan a ocurrir en el futuro?
Para intentar establecer una dirección política clara sobre el futuro de la migración, creo que hay tres consideraciones fundamentales que deberían guiar el debate de los Estados sobre el Pacto Mundial para la Migración.
La primera es reconocer y reforzar los beneficios de la migración, muy a menudo olvidado en el debate público. Los migrantes hacen grandes contribuciones tanto a los países de acogida como a los países de origen.
Toman empleos que las fuerzas laborales locales no pueden llenar, lo que impulsa la actividad económica. Muchos son innovadores y empresarios. Casi la mitad de todos los migrantes son mujeres, que buscan mejores vidas y oportunidades de trabajo.
Los migrantes también hacen una contribución importante al desarrollo internacional mediante el envío de remesas a sus países de origen. Las remesas sumaron casi 600 mil millones de dólares en el 2017, tres veces más que toda la ayuda al desarrollo.
El desafío fundamental es maximizar los beneficios de esta forma ordenada y productiva de migración y, simultáneamente, eliminar los abusos y los prejuicios que hacen la vida imposible a una minoría de migrantes.
En segundo lugar, los Estados deben fortalecer el estado de derecho que da sustento a la forma en que gestionan y protegen a los migrantes, en beneficio de sus economías, sus sociedades y de los propios migrantes. Las autoridades que colocan grandes obstáculos a la migración o imponen severas restricciones a las oportunidades de trabajo de los migrantes, se infligen a sí mismos daños económicos innecesarios, ya que imponen barreras que no permiten satisfacer sus necesidades laborales de manera ordenada y legal. Peor aún, involuntariamente fomentan la migración ilegal.
Aquellos que tienen aspiraciones de migrar y se les niegan las vías legales para viajar, inevitablemente recurren a métodos irregulares. Esto no sólo los coloca en posiciones vulnerables, sino que también socava la autoridad de los gobiernos.
La mejor manera de acabar con el estigma de la ilegalidad y el abuso en torno a los migrantes es, de hecho, que los gobiernos establezcan vías legales para la migración, eliminando los incentivos para que las personas vulneren las leyes, a la vez que satisfacen mejor las necesidades de sus mercados laborales de mano de obra extranjera.
Los Estados también necesitan trabajar juntos de manera más estrecha para compartir los beneficios de la migración, por ejemplo, a través de alianzas para identificar brechas de habilidades significativas en un país que los migrantes de otro están calificados para llenar.
En tercer y último lugar, necesitamos una mayor cooperación internacional para proteger a los migrantes vulnerables, así como a los refugiados, y debemos restablecer la integridad del régimen de protección de los refugiados de conformidad con el derecho internacional.
El destino de los miles de seres humanos que mueren en esfuerzos predestinados al fracaso al cruzar los mares y los desiertos no es solamente una tragedia humana. También representa la falla política más aguda: los movimientos de masas no regulados en circunstancias desesperadas son un combustible que alimenta la sensación de que las fronteras están bajo amenaza y los gobiernos no tienen control.
A su vez, esto lleva a establecer controles fronterizos draconianos que socavan nuestros valores colectivos y ayudan a perpetuar las tragedias que con demasiada frecuencia hemos visto desarrollar en los últimos años.
Debemos cumplir con lo que hemos fallado: nuestras obligaciones básicas de salvaguardar las vidas y los derechos humanos de los migrantes. Debemos tomar medidas urgentes para ayudar a aquellos que ahora están atrapados en campos de tránsito, o en riesgo de caer en la esclavitud, o que enfrentan situaciones de violencia aguda, ya sea en el norte de África o América Central. Tenemos que prever una acción internacional ambiciosa para reasentar a los que no tienen a dónde ir.
También debemos tomar medidas -a través de la ayuda al desarrollo, los esfuerzos de mitigación del clima y la prevención de conflictos- para evitar grandes movimientos no regulados de personas en el futuro. La migración no debe significar sufrimiento.
Debemos aspirar a un mundo en el que podamos celebrar las contribuciones de la migración a la prosperidad, el desarrollo y la unidad internacional. Está en nuestro poder colectivo lograr este objetivo. El Pacto Global que estamos proponiendo para este año 2018 puede ser un hito histórico en el camino para hacer que la migración realmente funcione para todos.