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Herodoto en sus historias, hace poco más de 2300 años, escribía:
“Cuando el pueblo gobierna (democracia), es imposible que no se origine la corrupción en la esfera pública; la corrupción no genera enemistades, sino solidas amistades entre los malvados, los que actúan contra el bien común y tal cosa existe hasta que alguno de ellos, habiéndose puesto al frente del pueblo; y siendo admirado, aparece siendo Monarca”.
Los discursos beligerantes y enconados sobre la lucha contra la corrupción y el cambio de régimen de López Obrador son en el fondo sólo una de las estrategias más viejas para legitimar las intenciones de un personaje predominantemente autoritario, ante ello, sus postulados críticos sobre el nepotismo y el amiguismo en el ejercicio del poder son sólo palabras y se quiebran cuando aquel hombre, el hoy único precandidato presidencial lo suficientemente soberbio para nombrar gabinete, también temerariamente enuncia los nombres de sus más cercanos amigos para que en caso de ser electo ocupen la Fiscalía General y la Fiscalía Anticorrupción, vaya congruencia. En el imaginario del otrora presidente de la República Amorosa, es verdad que se ve a sí mismo como el príncipe, del que escribiera Juan Jacobo Rousseau en El Contrato Social, aquel que obtiene su poder del amor de los pueblos o del pueblo, pero que siendo este precario y condicionado, es decir, sujeto a beneficios netamente materiales, el príncipe no se contentará hasta no convertirse en dueño de la voluntad y la vidas de sus súbditos.
En ese escenario, los discursos amorosos, donde se escucha —con el pueblo todo y sin ellos nada— en el cual siempre el compromiso es por el bienestar, la mejoría y la justicia, es tan falso como los espejos dados en calidad de joyas preciosas a nuestros nativos a la llegada de los españoles en 1492, porque ante todo el interés personal del monarca exige que los que le siguen se muestren débiles, sumisos y que jamás se resistan, sólo así será de su interés que el pueblo sea poderoso, porque ese poder en sí mismo le pertenece ya. Es así que tener claridad de lo que realmente se encuentra detrás del discurso, es sin duda trascendente y necesario; y preguntarse ¿se estaría mejor en la monarquía populista?
En una democracia la concentración del poder es sinónimo de extinción de libertades, ahora mismo el poder del presidente derivado de las facultades otorgadas al Ejecutivo en el artículo 89 de nuestra Constitución, son ya un punto en la agenda de la izquierda progresista. Para que nuestra democracia realmente vaya hacia adelante, debemos fortalecer la división de poderes, la distribución de funciones y la autonomía de los órganos encargados de la justicia, la rendición de cuentas y la transparencia, posiciones que el monarca no tiene interés en abanderar. El gobierno de coalición que se impulsa desde el frente, es por otro lado la materialización de una nueva etapa de nuestra vida política, y busca que la administración pública encuentren un punto de equilibrio en su ejercicio, desconcentrando el poder y distribuyéndolo de forma incluyente, evitando el presidencialismo autoritario que buscan los monarcas, así nos encontramos en la disyuntiva de adoptar a la monarquía populista o la evolución democrática de un gobierno de coalición, y en el PRD estamos conscientes de ello, por lo que hemos puestos por encima de ideologías el interés general, avanzamos en la construcción de un frente común e impulsamos la unidad ciudadana como base de un verdadero Estado democrático.
Secretario general del Partido de la Revolución Democrática