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La semana pasada, el presidente de Estados Unidos se obsesionó con el tema de una caravana de migrantes centroamericanos que iban pasando por el sur de México y lanzó, varios días, tuits y declaraciones sobre lo poroso de la frontera entre México y Estados Unidos, la falta de cooperación bilateral y el incremento de la migración indocumentada. Terminó con su decisión de enviar a la Guardia Nacional estadounidense a realizar labores de apoyo en la frontera, una decisión inefectiva para una crisis que no existe, y con una moción del Senado mexicano cuestionando la cooperación con el país vecino. Después de más de un año de provocaciones, que se han tomado con cierta calma en México, esto pareció ser la gota que derramó el vaso.
Primero, hay que empezar con los hechos. La migración indocumentada por la frontera México-Estados Unidos está en sus niveles más bajos desde 1971, según las estadísticas de aprehensiones del gobierno de Estados Unidos, y ha estado bajando año tras año, porque cada vez menos mexicanos intentan cruzar. Es cierto que el número de centroamericanos ha incrementado en los últimos años, pero sumando los dos, el número total sigue siendo menor.
Hay una colaboración robusta entre los dos gobiernos para manejar la frontera cada vez más de una forma conjunta, sobre todo los flujos legales, y de identificar amenazas reales de crimen organizado y de terrorismo. También el gobierno mexicano ha ido incrementando sus políticas de control contra la migración indocumentada en el sur del país, deteniendo y deportando un número de centroamericanos no mucho menor del que hace el gobierno de Estados Unidos. Cooperación y corresponsibilidad, para bien o para mal, sí hay.
Pero Trump sufrió un duro revés hace unas semanas cuando se aprobó el presupuesto gubernamental del año y no se incluyeron fondos ni para su muro en la frontera ni para más agentes fronterizos. Pudo haberlos obtenido con un poco de negociación astuta (a cambio de protecciones para los Soñadores), pero no lo hizo. De repente, algunos de sus seguidores más fieles culparon a Trump de abandonar su compromiso con el muro y con el control fronterizo, los temas con que empezó su campaña política. Frente a este ataque de sus aliados, Trump necesitaba hacer algo que mostraba su dureza en el tema fronterizo. Mandar al ejercito a la frontera le pareció una solución perfecta, la mano dura y decisiva.
Nada más que la Guardia Nacional, que es un grupo auxiliar dentro de las Fuerzas Armadas estadounidenses y no puede hacer gran cosa en la frontera. Tienen prohibido detener a personas y usar armas, excepto en defensa propia. La mayoría quedarán dentro de las oficinas de la patrulla fronteriza haciendo labores administrativas y monitoreando las video cámaras de la patrulla fronteriza. Es una solución que parece dura, pero en realidad es poco práctica y de limitado valor para los fines que Trump propuso. Lejos de la imagen de militarizar la frontera, lo que quiere proyectar Trump (y algunos políticos mexicanos le han seguido el juego) es un acto desesperado, caro e inútil.
Pero eso no quiere decir que no hay problemas reales en la frontera. Sería mucho mejor para Estados Unidos y para México que hubieran flujos mayormente legales por sus fronteras, y que las excepciones fueran de personas que genuinamente tienen casos de persecución o de extrema violencia en su país, que merecen el asilo político. Pero porque están sobre saturados los sistemas de asilo en México y, sobre todo, en Estados Unidos, hay muchos incentivos para los centroamericanos para intentar el viaje peligroso hacia la frontera y poca capacidad para procesar los casos de los que merecen un trato especial de asilados.
Ahí sí hay una oportunidad para los gobiernos de México y Estados Unidos de cooperar en repensar estos incentivos y crear un sistema de asilo que apoye a los que están dejando sus países por miedo (que son muchos, pero no todos), y desincentivar a los que son migrantes económicos, que sí bien pueden ser casos que generan simpatía, no gozan ni deben gozar del mismo marco legal de protección.
Desafortunadamente, el berrinche de la semana pasada dejó un muy mal sabor entre los mexicanos, por justa razón, y alejó la posibilidad de cooperación sensata en estos temas. Al inventar una crisis nacional que no existe y luego imponer una solución inútil que además ofende a los vecinos y socios principales, Trump hizo mucho más difícil solucionar un problema que era sumamente manejable.
Presidente del Instituto
de Políticas Migratorias