Hace unos días se supo que los gobiernos de México y Estados Unidos cancelaron una cumbre planeada entre los mandatarios de los dos países después de una conversación larga y tensa. Simplemente no había condiciones para realizar este encuentro que satisficiera a las dos partes y se abandonó la propuesta. Creo que esta resolución fue lo mejor que pudo pasar a los dos países, aunque por razones más allá de las oficiales.
Para empezar, hay que reconocer que el gobierno mexicano ha sido muy hábil en su manejo de la Casa Blanca aún en una situación muy adversa. El canciller Luis Videgaray y el embajador Gerónimo Gutiérrez han logrado una fluidez de comunicación y un acceso a los actores claves de la administración de Trump que probablemente ningún otro país, quizás con la excepción de Israel, tiene en la actualidad, y esto a pesar de que se inició la gestión presidencial de Trump hace un poco más de un año con golpes muy duros a México.
Si bien esta atención hacia el círculo interior de Trump se ha criticado mucho, la verdad es que ha logrado cambiar lo que empezó como una embestida fuerte a México de parte del mandatario estadounidense, algo que podría haber sido muy doloroso para México y para los mexicanos, y se ha convertido ahora en algo más manejable y menos amenazante, con ataques más simbólicos que sustantivos. En mi opinión, es cada vez más probable que sobreviva el tratado de libre comercio entre los países de América del Norte, y que inclusive se vayan fortaleciendo los vínculos económicos en algunos sectores (pero quizás con golpes en otros). También los esfuerzos para detener y deportar a los indocumentados mexicanos han resultado menos efectivos —por lo menos en el corto plazo— de lo que parecía al principio.
Es una muestra de que una diplomacia activa de parte de México para promover sus intereses tiene mucho más sentido en un mundo globalizado que una diplomacia defensiva basada solamente en principios de no intervención. México tiene mucha capacidad de incidir en su vecino del norte, dado el número de temas en la agenda bilateral, el liderazgo que puede ejercer México en la región y su presencia en organizaciones multilaterales, pero para jugar en el terreno de Estados Unidos, requiere jugar todas estas cartas inteligente y proactivamente.
Sin embargo, Donald Trump no es todo el gobierno estadounidense, ni el único que importa en esta relación bilateral, también se requiere tejer alianzas con otros actores —gobernadores, alcaldes, empresarios, lideres migrantes, sociedad civil así como líderes del congreso— que pueden jugar el papel de contrapeso a Trump en el momento (si se diera) que la diplomacia con la Casa Blanca llegara a fallar o los aliados dentro renunciaran. De hecho, la presión de gobernadores y congresistas ha sido clave para restringir las ambiciones de Trump de salir del TLCAN y los varios municipios claves han marcados límites en su cooperación con las detenciones de indocumentados que no tienen antecedentes criminales. Es esta combinación de diplomacias —dentro de Washington pero también fuera de Washington— que genera las condiciones para mantener una relación bilateral más o menos estable en tiempos difíciles (y para avanzar en mejores tiempos).
Temo que en este ambiente, en que tantos temas, desde el TLCAN hasta el muro y las deportaciones siguen sin resolverse por completo —que una cumbre en este momento podría verse como un acercamiento demasiado pro-Trump, a costa de las otras relaciones en los Estados Unidos y en contra del sentir de la mayoría de mexicanos. De ambos lados habría creado anticuerpos en sectores importantes que son importantes para la defensa de los intereses mutuos entre los dos países.
Desde luego, si hubiera una agenda negociada y favorable que avanzara los intereses mutuos y pusiera un tono nuevo en la relación bilateral, sobre todo de parte del inquilino de la Casa Blanca, una cumbre podría ser útil, pero la llamada parece haber dejado claro qué tan lejos quedaban los dos gobiernos de lograr este consenso necesario.
Por tanto, la prudencia sugiere que es mejor mantener las relaciones protocolarias a nivel de secretarios de Relaciones Exteriores y quizás un encuentro entre mandatarios al lado de una cumbre internacional en un tercer país, más que concretar una cumbre de mucha visibilidad (y alto riesgo) en una capital o la otra.
Insisto en que creo que el diálogo entre los dos gobiernos es sano, y que el gobierno mexicano sí ha logrado mucho en su decisión de entablar estas negociaciones en vez de asumir posturas solamente mediáticas de rechazo. Muestra una capacidad de interlocución e incidencia de parte de la diplomacia mexicana que merece reconocimiento. Pero quedó evidente que tampoco existen las condiciones todavía de pasar de una estrategia pragmática pero sutil a una mucho más pública y visible. Esto sólo se puede hacer cuando haya voluntad de mostrar respeto de parte de Trump a su vecino del sur, si es que se da, y que haya logros concretos que pongan fin a un periodo de tensión e incertidumbre.
La relación de México con los Estados Unidos es mucho más amplia que la que existe con la Casa Blanca y Mexico debe continuar trabajando con los interlocutores que entienden que ya no somos vecinos distantes, ahora menos que nunca.