Latinoamérica está viviendo su primera crisis regional migratoria en décadas y probablemente la más extensa de su historia. Si bien son las caravanas de centroamericanos que han acaparado la atención en México, con un mayor número de migrantes de los países vecinos que está quedándose a vivir en México que antes, no es por mucho la única ola de migrantes en la región, ni por mucho la más grande. Hay más de 2 millones y medio de venezolanos quienes han abandonado su país para radicarse en otros países latinoamericanos, llegando a casi todos los países de Latinoamérica, con números especialmente importantes en Colombia, Perú, Ecuador, Argentina, Chile, Brasil y Panamá, como analizamos en un reporte del Instituto de Políticas Migratorias y la Organización de Estados Americanos, que salió esta semana. Mientras tanto, con el conflicto político y económico en Nicaragua, hay más de 60 mil nicaragüenses que han buscado refugio en Costa Rica sólo en el último año.
Lo más notable de esto es que los países latinoamericanos, en su gran mayoría, han acogido a estos migrantes y refugiados sin demasiada dificultad o debate político. A diferencia de lo que estamos viendo en Europa y los Estados Unidos, los gobiernos y sociedades latinoamericanas han abierto la puerta a los vecinos que están buscando refugio, y han intentado buscar soluciones para que tengan documentos legales que les permiten trabajar y tener acceso a servicios básicos.
Los gobiernos de Colombia y Perú, que juntos albergan a más de la mitad de los migrantes y refugiados venezolanos, 1.2 millones en Colombia y más de 600 mil en Perú, han implementado programas masivos de regularización que han dado permisos de residencia temporal a más de un millón de venezolanos. Con estos permisos, los migrantes pueden trabajar legalmente, así como asistir a la escuela y, en algunos casos, servicios médicos. Y en el caso del Perú, los que tienen el permiso temporal pueden acceder a la residencia permanente después de un año.
El gobierno argentino está dando residencia temporal o permanente a casi todos los migrantes venezolanos a través de las visas de Mercosur, un acuerdo recíproco de los países que participan en ese bloque económico de América del Sur, aunque Venezuela está suspendido como miembro. Mientras tanto, el gobierno costarricense ha permitido que los nicaragüenses pidan asilo político frente a la violencia que ha azotado su país. Ecuador y Brasil han efectuado programas para legalizar a los migrantes o creado amplias oportunidades para obtener visas de trabajo.
El gobierno mexicano también está experimentando con esto. México ha tenido un sistema de visas de trabajo bastante accesible, con un programa de asilo político muy robusto, comparado a otras naciones de la región, pero ambos se encuentran rebasados por el flujo de centroamericanos (y, en menos pero también importante medida, venezolanos) que están buscando llegar a México, algunos para quedarse en el país y otros para pasar a EU.
En una primera instancia, la administración actual estaba dando visas de residencia temporal por razones humanitarias a casi todos los centroamericanos quienes las pedían en la frontera, pero esa medida no es sostenible, porque genera incentivos para que vengan cada vez más migrantes, así que ahora se está cambiando el proceso para favorecer una más amplia provisión de visas de trabajo pero que se tienen que pedir dentro de los países de origen antes de empezar el viaje a México. No hay sistema migratorio que pueda existir, aunque sea generoso, sin algunos límites y sin procesos claros. Y faltará también fortalecer el sistema de asilo, que necesita una inversión fuerte de recursos y atención.
Lo que es notable, sin embargo, en toda América Latina es que los gobiernos están optando, en la mayoría de casos, por una apertura bastante loable frente a las olas migratorias que se están viviendo en el hemisferio, a contracorriente de lo que hemos visto en Estados Unidos y Europa. Los sistemas y las políticas migratorias no son perfectas, y siempre se vale cambiar y ajustar estrategias, pero en general los países latinoamericanos, que han vivido la migración de sus propios ciudadanos en otros momentos, están intentando ser generosos con los que llegan a sus tierras con necesidad de protección y un nuevo comienzo. Esta es, quizás, una lección importante para los otros países del mundo.
Presidente del Instituto de Políticas
Migratorias