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Esta semana, el debate sobre la frontera en Estados Unidos se redujo a una cuestión de construir un muro en la frontera o no. El Congreso estadounidense aceptó sólo 1,375 millones de dólares para barreras en la frontera, unos 80 kilómetros más o menos, muy lejos de lo que quería el presidente Donald Trump pero más de lo que los demócratas habían estado dispuestos a dar.
Hubo marchas contrastantes en El Paso, Texas. De un lado, Trump alabando su muro y prometiendo encontrar más fondos para construirlo, y, del otro, el aspirante presidencial demócrata Beto O’Rourke y la congresista Verónica Escobar, diciendo que el éxito de El Paso radica en los puentes que tiene con México, no en muros.
Mientras tanto, empezaron a filtrarse las primeras evidencias de un experimento mucho más audaz y sutil, pero del lado mexicano de la frontera. Desde que empezó la administración de Andrés Manuel López Obrador, las autoridades migratorias mexicanas empezaron a expedir más tarjetas de visitante por razones humanitarias de lo que se había hecho en el pasado, y en el mes de enero, a casi todos los centroamericanos que querían entrar por los puertos legales al país. En efecto, optaron por documentar en vez de deportar.
Era una medida arriesgada, apostando que era mejor documentar que reprimir en la frontera, el lado opuesto de lo que veíamos en Estados Unidos. El riesgo era justamente que podía llevar a un aumento masivo de migrantes centroamericanos entrando a México y llegando a la frontera con Estados Unidos, lo cual generaría una crisis diplomática con el gobierno de Trump.
Las evidencias sugerían que, hasta ahora, ha sido bastante exitosa la estrategia contra todo pronóstico (incluyendo el mío). Se expidieron un poco más de 13 mil visas humanitarias en enero, y al mismo tiempo ha ido bajando el número de deportaciones significativamente (quizás en un 50 o 60 por ciento, según los reportes disponibles). Sin duda, fue un avance en lo humanitario.
Pero la gran sorpresa es que también resultó ser una medida pragmática para limitar el flujo migratorio hacia Estados Unidos. Según cifras de su Departamento de Seguridad Interna, bajó el número de detenciones en el lado estadounidense de la frontera con México, de 52 mil en noviembre a 51 mil en diciembre y a 48 mil en enero. Desde luego, es una baja muy ligera pero definitivamente no un aumento, como pensamos algunos que iba a pasar. Si estos resultados se mantienen hacia el futuro, entonces resulta que no es solo una estrategia humanitaria, sino también eficaz en bajar la migración irregular.
No es seguro si estas cifras seguirán hacia adelante. Los primeros días de enero siempre son de menos migración, y puede ser que esto haya influido en los números. Habrá que hacer seguimiento de lo que pasa en febrero y marzo, ver si la inercia continúa, pero las primeras indicaciones son alentadoras.
Mientras tanto, la Secretaría de Gobernación ha ido haciendo los requisitos un poco más estrictos para obtener las visas humanitarias y otras visas de trabajo, para no crear incentivos para una migración masiva en la frontera sur, que podría derivar en una migración irregular hacia Estados Unidos. Ahora se requerirá pedir la visa humanitaria o de trabajo en consulados en Centroamérica antes de emprender viaje hacia México, lo cual tiene más sentido, y se ampliará el número (y categorías) de visas disponibles a los centroamericanos.
Pero la idea sigue siendo lo correcto. Tiene mucho más sentido tratar de documentar a los centroamericanos, quienes quieren llegar a México por la vía legal, y usar el control migratorio sólo para los que no lo aceptan. Si se agregara a eso algunas medidas para generar oportunidades de empleo para los centroamericanos en México, en las partes del país donde hay un mercado laboral con demanda (sobre todo en el centro y norte del país), se podría llegar a una fórmula moderna de manejo migratorio.
Sería una estrategia que es humana y pragmática a la vez. Y podría dar a México un liderazgo a nivel mundial en el tema migratorio, mostrando una forma de recibir a los migrantes que dista de la mano dura que se está aplicando en Estados Unidos y Europa. Falta mucho trecho para consolidar esta estrategia, pero los primeros resultados sugieren que la nueva administración está realizando algo que puede resultar innovador a largo plazo.
Presidente del Instituto de Políticas Migratorias