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Tuve el honor de asistir a la toma de protesta del presidente Andrés Manuel López Obrador hace unos días, entre los invitados extranjeros, y no puedo negar que fue un día emocionante y esperanzador. Si bien algunos pueden discrepar de algunos de sus puntos de vista y propuestas políticas, el nuevo presidente merece mucho respeto por su sencillez frente al pueblo mexicano, su austeridad personal y su ética de trabajo, los cuales auguran bien para el futuro del país. Desde luego, estas cualidades no son un sustituto para las políticas sensatas, pero son una base importante para construir políticas que benefician a México hacia el futuro.
Quedó evidente de sus dos discursos el sábado —uno en San Lázaro y el otro en el Zócalo— que sus prioridades giran alrededor del desarrollo nacional, la seguridad y la lucha contra la corrupción, con poco interés en los temas de política exterior. Sin embargo, en sus primeras semanas como presidente, él no podrá evitar la presencia del país vecino del norte en la vida de México y tendrá que tomar algunas decisiones respecto a esa relación clave para México.
Según fuentes periodísticas, el equipo de transición se acercó a un acuerdo con el gobierno de Donald Trump para que México albergara a los centroamericanos que desean pedir asilo en los Estados Unidos, así evitando que cruzaran la frontera al país vecino. Esto es el deseo más grande de Trump, que México se haga cargo de los migrantes y refugiados centroamericanos lo más posible, sin que puedan pisar territorio estadounidense.
Pero es una propuesta errada y peligrosa. México sí tiene responsabilidades por ir definiendo sus propias políticas migratorias, que tendrán que incluir elementos de control fronterizo, facilitación de tránsito y trabajo en México y asilo para los que huyen de la violencia, pero no debería decidir su política migratoria en función de los Estados Unidos solamente. Un acuerdo de este tipo habría ayudado a Trump a evitar la entrada de centroamericanos a los Estados Unidos, pero también lo habría eximido de su responsabilidad de reformar el sistema de asilo en los Estados Unidos, que está sobrecargado y necesita medidas urgentes para volver a funcionar bien, como ha propuesto mi colega Doris Meissner.
Cada vez más, México y los Estados Unidos tienen debates paralelos, más no iguales, sobre temas migratorios. Hay un deseo de tratar justamente y con respeto a los migrantes extranjeros, porque ambos países tienen tradiciones migratorias (México de emigración al extranjero, Estados Unidos de inmigración desde el extranjero) y también hay necesidades para mano de obra en algunos sectores del mercado laboral. Al mismo tiempo, los ciudadanos en los dos países quieren que los migrantes lleguen por la vía legal y tienen temor del arribo de grandes números de extranjeros sin control alguno, como ha pasado con las caravanas hacia ambos países.
Ambas naciones deberían poder construir puentes de colaboración en el tema migratorio justamente por esta razón, pues están en realidad cada uno tratando de resolver los mismos temas. Esta fue la conclusión de un diálogo que tuvimos algunos colegas mexicanos y estadounidenses en El Colegio de México la semana pasada. Sin embargo, temo mucho que el momento político no permitirá el nivel de colaboración que se debería poder llegar a tener, porque la administración Trump va a siempre pedir más de lo que es posible en la práctica. En vez de la colaboración, va a exigir que México resuelva sus problemas.
Pero eso no le quita a México la necesidad de tener su propia agenda migratoria y de construir un esquema institucional en este tema de acorde a los valores y necesidades nacionales. Eso inicia con la construcción de un Instituto Nacional de Migración (INM) y una Comisión de Ayuda a los Refugiados (Comar) —los dos brazos principales del gobierno mexicano en temas migratorios— robustos y bien financiados. Habrá que invertir en una modernización dramática y rápida de estas dos instituciones, para que tengan la capacidad de construir una política de asilo y de visas, así como controles fronterizos modernos con apego a derechos humanos.
López Obrador ha dicho que quiere un sistema migratorio moderno, que responda al interés nacional de México y que trate con respeto a los extranjeros. Ahora es el momento para hacerlo. Y si México no define qué quiere de la migración y cómo la va a manejar, el gobierno de Estados Unidos seguirá poniendo presión para hacerlo de otra forma, más de acorde a los deseos de Trump y no de los mexicanos. No hay duda cuál de las dos opciones deberían de quererla gran mayoría de mexicanos. Y para los estadounidenses, más allá del presidente en turno, también es preferible un México con un proyecto migratorio propio con el que se pueda colaborar en el futuro.
Presidente del Instituto de Políticas Migratorias