Andrés Roemer

El presidente y el sapo

13/01/2019 |06:17
Redacción El Universal
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El calendario del poder en Venezuela estuvo marcado el pasado 10 de enero en rojo. Ese día terminó el primer mandato de Nicolás Maduro y comenzó su segundo periodo constitucional que se extenderá hasta el año 2025. El dirigente venezolano asumirá el poder porque “tiene el respaldo del pueblo, de los militares y de las demás fuerzas cívicas del país”; por ende, su gobierno será legítimo y democrático. México, entre otros pocos países —bajo el estandarte de  “la no intervención” y la “libre determinación de los pueblos”— decidió apoyar al nuevo gobierno. Pero, ¿realmente es posible hablar de libertad tratándose de la ciudadanía venezolana? ¿Debemos avalar dicha “elección popular”?

Antes de responder, estimado lector, recordemos un pasaje narrado por Peter M. Senge en su libro The Fifth Discipline: Un sapo es introducido súbitamente en una olla con agua hirviendo. Salta y huye de inmediato. Otro es colocado, pero en esta ocasión en agua fría que gradualmente se calienta hasta llegar a una temperatura extrema. El sapo cae en la trampa, pierde poco a poco las facultades que lo sensibilizaban ante el peligro y termina cocinado. Se trata de una fábula, por supuesto; sin embargo, estas nacen de la realidad y nos remiten a ella. El sapo son pueblos enteros.

 Anteriormente, vivíamos en una era donde los dictadores eran gobernadores perpetuos —en su mayoría enfundados en traje militar como Castro o Pinochet— que asaltaban el poder sin el sufragio de la población. O, en el léxico de la ciencia política: eran golpistas antidemocráticos que se apoderaban de los gobiernos existentes.

 En la actualidad, aparece un nuevo tipo de dictadura en la cual son personajes disfrazados de civiles quienes asumen el poder con el sufragio efectivo de los electores; pero una vez en su legítimo lugar —teniendo a sus órdenes a los funcionarios y a los militares y disponiendo de todos los recursos financieros y propagandísticos del Estado— crean una nueva constitución (ya sea moral o legal) o reforman la vigente, estableciendo la reelección ilimitada para reinar y ostentar el poder el mayor tiempo posible y colocando arbitrariamente a sus sucesores con el afán de nunca ceder el trono a la oposición.

Bienvenidos al mundo de la “dictadura democrática (DD)” o “demonocracia” (concepto que creó su servidor en conjunto con el Dr. Robert D. Cooter de la Universidad de Berkeley): un oxímoron conceptual, pero una realidad evidente que impera en muchos países del planeta y se propaga viralmente entre estados. ¿El método? Cocinar a fuego lento la simpatía ciudadana; nulificando el pensamiento de los opositores, generando guardias nacionales a modo, estableciendo instituciones políticas a conveniencia, debilitando y dividiendo a las instituciones antagónicas y configurando  universidades de forma masiva para adoctrinar a los votantes del futuro. Se buscan enemigos del pueblo. Señalan y culpan a los que tienen otro modo de ver el mundo.
 
En la demonocracia, la ideología esta por encima de todo. De los derechos humanos. De la libertad de cuestionamiento. De las leyes que rigen los mercados globales. Incluso, se utilizan librerías y casas editoriales del estado para realizar propaganda como revolución cultural. Se “compra” a los ciudadanos a través de becas que incluyen el derecho a no hacer nada a cambio de apoyar incondicionalmente al sistema.

Entonces, ¿realmente el pueblo determina libremente su gobierno bajo este escenario?

Dicho modus operandi puede tener tintes de “derecha o de izquierda” y, a diferencia de las “transformaciones del siglo XX”, las “transformaciones” del siglo XXI no tienen un partido sólido detrás —con su parafernalia revolucionaria y sus manifiestos coloridos— sino a “un caudillo” o “un salvador” que democráticamente es reelegido a través de reformas constitucionales para legitimarse en el poder de por vida.

Los salvadores son mesiánicos. Traen la verdad a través de una magia divina. Se enorgullecen con adjetivos como “imperialista, tecnócrata y neoliberal” (populismo de izquierda) o con epítetos globalifóbicos, contra las migraciones y el libre comercio (populismo de derecha). Ambos tipos se presentan como anti-establishment y prometen salvar a sus estados de las mafias que los preceden. Posteriormente, comienzan a censurar la crítica, convocan a consultas populares y a elecciones para afincar sus intereses en nombre de la mayoría.

Los fundadores de la ciencia de la economía creían en el poder de la libertad humana. Esto es, una sociedad basada en la idea de individuos autónomos y responsables. Para ello, establecieron un mecanismo que pudiera revelar y denunciar las fallas del mercado: “externalidades”, “monopolios naturales y bienes públicos”, entre otros y, como consecuencia, se han propuesto estrategias para atender dichos puntos ciegos.

Es momento de exponer las artimañas de la “demonocracia” para con ello establecer arreglos institucionales que eviten las fracturas del sistema democrático. Todavía tenemos la oportunidad de saltar o resignarnos a permanecer dentro la olla hasta alcanzar el punto de ebullición.



Embajador de Buena Voluntad
ante la UNESCO