¿Cuánto tuvo que pasar?, ¿cuántas majaderías e imbecilidades hemos tenido que padecer como país, antes de que el presidente Enrique Peña —quien tiene la atribución constitucional de conducir la política exterior—, cobrara conciencia de que la mansedumbre no era la manera de defender los intereses del país ante los insultos, el discurso de odio y las acciones antimexicanas de Donald Trump? ¿Aprendió Peña, finalmente, que hay más opciones que la injuria o la sumisión?

Frente a un escenario global de extrema complejidad, lo que el gobierno de Peña ha exhibido es el extravío de nuestra política exterior y, particularmente, de la política hacia Estados Unidos, como se evidencia con el tránsito de tres cancilleres en sólo cinco años: José Antonio Meade, Claudia Ruiz Massieu y Luis Videgaray, ninguno de los cuales tenía experiencia diplomática, y la designación de cuatro embajadores ante Washington: Eduardo Medina Mora, Miguel Basáñez, Carlos Sada y Gerónimo Gutiérrez; así como en la adopción de decisiones tan reprobables como la invitación al candidato Trump a Los Pinos, la expulsión de diplomáticos de Corea del Norte, como una señal de obsecuencia a la línea marcada por la administración estadounidense, y la recepción del yerno presidencial dándole trato de secretario de Estado.

Mientras México se ha convertido en el punching bag de Trump, Videgaray sigue apostando a una diplomacia escolar. Como si estuviera aún en la sociedad de alumnos del ITAM, El Aprendiz apuesta a su relación personal con Jared Kushner, en lugar de la que le ofrecen las vías institucionales.

La más reciente agresión trumpiana, su decisión de desplegar a la Guardia Nacional en la frontera con México, es una medida teatral pero ineficaz, como el mismo muro, pero de una insolencia que no podía pasar desapercibida, de ahí la importancia del pronunciamiento unánime del Senado de la República que exige al presidente Donald Trump respeto al pueblo de México y, a un tiempo, condena las expresiones infundadas y ofensivas sobre México y los mexicanos y demanda el trato que requiere la relación entre países vecinos, socios y aliados.

La fortaleza de la diplomacia mexicana reside no en la fuerza militar de la que carecemos, sino de la legitimidad de nuestro gobierno y de nuestras causas. Pero el de Peña es un gobierno reprobado por una inmensa mayoría de los mexicanos que parece dispuesto a encubrir a quienes tanto daño le han hecho al país. ¿Procederá, finalmente, la PGR contra Rosario Robles, Gerardo Ruiz Esparza, Emilio Lozoya y otros altos funcionarios severamente cuestionados?, ¿ordenará el Presidente que se descongele el voluminoso expediente Odebrecht, que según anunció Raúl Cervantes al presentar su renuncia, ya estaba concluido?, ¿quedarán impunes la Estafa Maestra y tantos otros hechos presumiblemente delictivos denunciados ante la PGR por la Auditoría Superior de la Federación?

Aún en los largos años del régimen autoritario, la política exterior de México fue una excepción de lucidez y dignidad en la defensa de los intereses nacionales. Sin embargo, hoy aparece medrosa y vacilante. Nuestro país podría acudir a distintos foros internacionales, la ONU incluida, para denunciar el comportamiento amenazante del gobierno estadounidense y lograr un enorme respaldo.

Más allá del discurso del jueves pasado, garbanzo de a libra, lo evidente es que desde hace años los gobiernos mexicanos han ido cediendo soberanía ante Estados Unidos y que mantenemos con la potencia una relación caracterizada por la subordinación.

Ya marcó un límite, señor Presidente, pero ¿y ahora qué sigue? Una golondrina no hace verano. Si al mensaje no le sigue un replanteamiento estratégico de nuestra política hacia Estados Unidos, que no sólo se traduzca en una relación de “mutuo respeto” —necesario pero insuficiente—, sino de beneficios compartidos, el instante de dignidad presidencial quedará como mera anécdota y sepultado por un sexenio de obsecuencia e inoperancia ante nuestro vecino del norte.

TEPJF: una decisión aberrante. El Tribunal Electoral se ha auto infligido un daño severo que lastima su ya precaria respetabilidad y también a nuestra democracia párvula. El mensaje que porta su resolución: permitirle a un tramposo como Jaime Rodríguez Calderón estar en la boleta, es indignante, perturbador. Señores magistrados Felipe Alfredo Fuentes Barrera, Indalfer Infante Gonzales, Mónica Aralí Soto Fregoso y José Luis Vargas Valdez, ¿quién manda al diablo a las instituciones?

Presidente de Grupo Consultor
Interdisciplinario. @alfonsozarate

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses