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Para el PRI y para quien es el verdadero mandamás del tricolor, todas las señales anticipan un desastre y la emoción fingida no alcanza a ocultar lo que se ve venir: la derrota en ocho de las nueve gubernaturas en disputa, una debacle sin precedente en las candidaturas al Senado y a la Cámara de Diputados y el descalabro mayor: la pérdida de la Presidencia de la República.
Y frente a este escenario convulso, el núcleo de aprendices encabezado por el Aprendiz mayor, Luis Videgaray, sólo acierta a dar “palos de ciego”, como la decisión desesperada y tardía de remover a Enrique Ochoa, decisión histórica porque, de creerle a Meade, es la primera vez que un presidente del tricolor es depuesto por un ciudadano que no milita en el partido. Llega en su lugar René Juárez Cisneros, quien como delegado en múltiples elecciones ha sido un operador eficaz, sin embargo, vale preguntar ¿cuántos votos les puede dar al PRI la operación a ras de suelo de sus gobernadores, si es que lo siguen siendo?
Ciertamente, una debacle como la que se anticipa no se explica por una sola causa, por el contrario, tiene que ver con varios ingredientes, en primer lugar: el legado del gobierno de Enrique Peña y su impacto en el humor colectivo: la voracidad, la ineptitud y la arrogancia de la cofradía mexiquense, que hereda malas cuentas en las materias más sensibles para la sociedad: en seguridad, la barbarie; en economía, el estancamiento; en procuración y administración de justicia, la impunidad y todo esto atravesado por una corrupción desbordada.
Un segundo ingrediente que lastra la campaña es un candidato que no conecta. Dicen que en el pórtico principal de la Universidad de Salamanca hay una frase que advierte: Lo que natura no da, Salamanca non presta, así es, en efecto, y ha sido imposible la reconversión del técnico-financiero en candidato presidencial. Meade ha resultado un personaje desabrido y aunque los estudios de opinión más serios lo ubican en un lejano tercer lugar, se ha resistido a poner distancia del presidente Peña que, aunque no lo admita, sí estará en la boleta (por algo existe el “voto de castigo”); el ciudadano Meade acude a entrevistas en las que despliega un discurso circular contra López Obrador y no es capaz de mostrarse diferente, asertivo, lúcido. Recientemente, en sus encuentros en sendos programas de Televisa y Milenio TV apareció más vehemente, pero sus respuestas frente a preguntas clave han seguido siendo evasivas, timoratas.
Para colmo, su campaña parece diseñada por sus adversarios: lo llevan con la desprestigiada gerontocracia que controla la CTM, o lo que queda de ella, y les pide que lo hagan suyo; va con Antorcha, el grupo de choque más patético del PRI y los llama a detener a López Obrador; le montan escenografías ridículas en las que tiene como fondo a algunos de los íconos de la corrupción, como Carlos Romero Deschamps.
Un tercer factor es el equipo de campaña y la estrategia electoral. Una nota que resalta es el engreimiento de los “mariscales”, aislados en su burbuja creen que podrán replicar a nivel nacional la receta que desplegaron en el Estado de México el año pasado (compra de votos, intimidación, cooptación de autoridades electorales, etcétera), pero se equivocan.
El equipo de campaña comprende una extraña mixtura de tecno-burócratas —algunos parecen genéticamente impedidos para la política—, más los emisarios de Los Pinos (Eruviel Ávila y Aurelio Nuño) y algunos “genios” importados de otras campañas presidenciales y de otros partidos, como Alejandra Sota. Ese amasijo da lugar a un “cuarto de guerra” integrado por ñoños, rudos y aprendices de brujo que no saben que no saben. Muchas cocineras echan a perder la sopa.
De todo esto, es posible imaginar un problema mayúsculo para nuestra democracia enclenque: que, a mediados de junio, Meade permanezca en un distante tercer lugar y en Los Pinos se convenzan de que perder la Presidencia será mucho peor que en el 2000, que significará el descobijo, la persecución y, quizás, la cárcel; entonces, podrán decidir ir con todo para retener el poder, ensuciar (aún más) la elección y jugar al estilo Jalisco, que “nunca pierde y cuando pierde arrebata”.
Quizás no lo logren, pero el simple intento podría ser desastroso.
Amnistía. Me parece repudiable que narcotraficantes, homicidas, secuestradores y otros criminales de esa ralea reciban amnistía, eso es lo que significan los niveles inauditos de impunidad en este país; no nos engañemos, impunidad significa amnistía.
Presidente de Grupo Consultor
Interdisciplinario. @alfonsozarate