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Lo anticipó Cosme Ornelas: La solución perfecta para el PRI —escribió en la Lectura Política del pasado 2 de agosto—, sería el secretario “todo terreno”, “un priísta que no lo pareciera”.
Y ese priísta que no lo parece fue elevado a los altares este lunes cuando, en estricto apego a la liturgia, los sectores y las organizaciones del tricolor lo reconocieron como “el candidato de la esperanza”.
Imposibilitado para asumir el desafío, Luis Videgaray fue el verdadero “selector”. La decisión de convertir a José Antonio Meade en el candidato es crucial en la estrategia priísta para retener la Presidencia; una estrategia que incluye la fragmentación del voto opositor, el debilitamiento de las principales opciones, el despliegue de todos los recursos y la postulación de un candidato formalmente ajeno a los excesos del grupo en el poder.
El hartazgo social tiene que ver, significativamente, con el desbordamiento de la delincuencia y escándalos de corrupción de la clase gobernante. Por eso resalta la trayectoria de Meade, un funcionario que no se ha aprovechado de sus cargos.
Sin asomo de duda, la postulación de quien es el candidato de las élites económicas manda un mensaje de certidumbre a los mercados y esto se traducirá en apoyos que podrán contribuir fuertemente a los resultados. Baste pensar en las aportaciones económicas y en la influencia que pueden ejercer los principales medios de comunicación.
Meade es un político del siglo XXI, un jugador de las grandes ligas; con sólida formación académica y experiencia en ramos centrales de la administración pública, tiene con qué. Sin embargo, porta importantes vulnerabilidades; la mayor, el partido que lo postula; y otra más: que no puede desvincularse de las malas cuentas de Calderón y Peña. Sin olvidar que aún no está claro si los hallazgos de la Estafa Maestra, sobre desviaciones de enormes recursos en Sedesol hacia empresas “fantasma”, se dieron durante su gestión o en la de Rosario Robles. Le tocará, asimismo, remontar sus bajos niveles de reconocimiento y aceptación.
La interrogante es si podrá conectar con la gente y si logrará, sin romper con Peña Nieto, mostrarse distinto y construir una propuesta que responda a las demandas más sentidas de la sociedad: seguridad pública, combate a la corrupción y a la impunidad y crecimiento económico.
Meade no era parte del núcleo cerrado con el que arrancó Peña que definió dos “vicepresidencias”: la económica, a cargo de Luis Videgaray, y la política, de Miguel Ángel Osorio Chong; sin embargo, logró ganarse la confianza del Presidente, quien fue construyendo las condiciones que hicieron viable su postulación: lo movió de la Cancillería a Desarrollo Social, con lo que lo acercó al otro México, el de la pobreza que no amaina; removió el “candado” que impedía que el PRI postulara a un no militante; lo “placeó” y comprobó que tiene el respaldo de los poderes fácticos, y anticipó que los bajos niveles de reconocimiento no serían un obstáculo porque, como dijo, ya lo conocerán durante la campaña.
Ante la fragilidad y el probable desfonde del Frente Ciudadano por México, la elección podría expresarse en una disyuntiva: ¿continuidad o ruptura? Y allí surge otra duda: ¿cómo se dará el enfrentamiento con Andrés Manuel? Meade carece de experiencia parlamentaria o partidista y siempre se ha movido en los espacios acolchonados de la alta burocracia, mientras López Obrador es un peleador callejero. Puede anticiparse que Meade no entrará a ese terreno, que ofrecerá “sensatez frente a la incertidumbre”, “responsabilidad frente a las ofertas fantasiosas”. A nadie sorprendería que sus publicistas reciclaran el eslogan de “un peligro para México”, aunque en la trinchera de enfrente bien podrían apropiarse del lema y restregárselos: “¿Quién resultó el verdadero peligro para México?”.
No obstante que se ha repetido por décadas, no deja de sorprender la capacidad de simulación de las organizaciones del PRI, el acarreo, la repetición de palabras manidas para mostrar el apoyo a la precandidatura de Meade (o de quien fuera), la emoción y el entusiasmo fingidos de los gritones y matraqueros que parecen llevarnos cincuenta años atrás. La paradoja es que el PRI solo no gana; pero que, sin el PRI, hasta el mejor candidato reduce drásticamente sus expectativas. De ahí la selección de un priísta que no lo parece.
Y una interrogante más: las últimas tres décadas el ITAM ha gobernado el país desde la Secretaría de Hacienda (ahora también desde el Banco de México). ¿Lo hará, finalmente, ya sin rubor, desde Los Pinos?
Presidente de Grupo Consultor
Interdisciplinario. @alfonsozarate