A partir de la misma noche del primero de julio —día en que se expresó dramáticamente la rebelión de las urnas—, Andrés Manuel López Obrador inició un proceso de reconfiguración. Abandonó su insistencia en equipararse a los grandes héroes de la patria (Hidalgo, Juárez, Madero), para proponerse algo mucho más realista: pasar a la historia como un “buen presidente”. En su primer discurso como candidato triunfador llamó a la reconciliación; y, para darle consistencia a sus palabras, actuó en consecuencia: en los siguientes días se reunió con los dirigentes de industriales y comerciantes para recoger sus inquietudes y propuestas y presentarle sus proyectos.

Pero la transfiguración alcanzó otros espacios que, no hace mucho, permanecían renuentes a cualquier acercamiento. Los señores del dinero, que unos meses atrás desplegaron una estrategia para descarrilarlo (videos animados que se exhibieron en distintas salas de cine, mensajes a través de las redes sociales, advertencias a sus empleados acerca de los riesgos del populismo), decidieron ofrecerle un apoyo casi sin reservas. La rectificación de unos y otros es muy positiva para un país que ya está harto de pleitos y que reclama acuerdos que lleven a salir de un estancamiento que lleva más de tres décadas.

Quizás contribuyeron a la distención tres elementos: primero, la legitimidad irrefutable que otorga el caudal electoral (30 millones de votos); segundo, el llamado al sector empresarial a trabajar por un México de oportunidades y más igualitario; tercero, muy relevante, la confirmación de algunos integrantes del próximo gabinete, especialmente en una dependencia altamente sensible como la Secretaría de Hacienda, que será encabezada por Carlos Urzúa, un economista que tiene solidez profesional, serenidad e inteligencia, y a quien acompañarán Gerardo Esquivel y Arturo Herrera, dos economistas con credenciales impecables; también se ha mencionado como parte de su equipo económico a Rogelio Ramírez de la O, otro profesional de lujo.

En estos días López Obrador se reunió con el Consejo Coordinador Empresarial (CCE). Su programa Jóvenes construyendo el futuro, que se propone darle empleo y becas a los muchachos, fue bien recibido por los empresarios. Las imágenes de ese encuentro dicen mucho: un sonriente Claudio X. González Laporte, el legendario dirigente del Consejo Mexicano de Hombres de Negocios, le estrecha la mano. En los días siguientes, Carlos Slim Helú, Valentín Díez Morodo, Alejandro Ramírez, Daniel Servitje y otros de los mayores empresarios hablaron de confianza y certidumbre.

Apenas este lunes, el candidato ganador sostuvo una reunión de trabajo con los más de cien presidentes de las cámaras y asociaciones industriales que encabeza Francisco Cervantes. Ante la plana mayor de Concamin se comprometió a impulsar una auténtica política industrial (hace casi treinta años un secretario de Industria y Comercio postuló que la mejor política industrial era “no tenerla”; las consecuencias han sido adversas para la industria y para el país). También aceptó la invitación para asistir a la Reunión Nacional de Industriales (RAI) que se realizará el 13 de septiembre, en el marco de la conmemoración del centenario de la Confederación.

Para los industriales —vale subrayar que más del 90 por ciento de las industrias son pequeñas, medianas y micro empresas, las que generan el mayor número de empleos— es una buena noticia que el próximo gobierno de la República reemplace la obcecación por firmar tratados internacionales (no siempre en las mejores condiciones para los productores mexicanos) por una saludable e indispensable obsesión por el crecimiento sin desatender las variables macro, lo que implica incentivar los contenidos nacionales en las cadenas productivas, procurar mayores compras a las empresas mexicanas o establecidas en el país, y emprender ambiciosos proyectos de infraestructura.

Por lo pronto, los expertos del próximo presidente participarán en el diseño del presupuesto 2019. Allí podrán verse los nuevos énfasis, la reducción o cancelación de gastos absurdos o duplicados y otros cambios no menores; igualmente se preparan las reformas a la Ley Orgánica de la Administración Pública para reducir la dimensión macrocefálica del aparato gubernamental.

Enrique Quintana, columnista financiero, sintetiza lo ocurrido en la última semana: “Lo visto hasta hoy en el actuar y decir de López Obrador ha disipado temores y ha creado esperanzas”.

Presidente de Grupo Consultor
Interdisciplinario. @alfonsozarate

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