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Entre la esperanza y el miedo. Así podrían definirse los sentimientos que caracterizan este tiempo mexicano. El triunfo avasallante de Morena produce en millones de mexicanos una alegría que llega a la exaltación, pero, a un tiempo, la turbación, el desasosiego y el miedo de muchos otros.
El activista social y conductor de masas arrasó en casi toda la geografía del país y con su triunfo arrastró el de sus candidatos (buenos, malos y pésimos) en otros espacios: las gubernaturas en la Ciudad de México, Chiapas, Morelos, Tabasco y Veracruz, la mayoría en ambas cámaras del Congreso de la Unión y también en casi todos los congresos locales en disputa.
El mensaje de la jornada es de repudio a una clase gobernante —la cofradía mexiquense— que resultó excepcionalmente voraz e inepta. Hoy, la mayoría de los mexicanos vive con miedo (la brutalidad de la delincuencia alcanza niveles nunca vistos y la impunidad es casi total) y está asqueada de tanto desenfreno (la Estafa Maestra, Odebrecht). Por eso, lo que ocurrió el domingo fue una rebelión cívica, la sublevación de las urnas.
La casa blanca y la de Ixtapan de la Sal del Presidente, así como la residencia de descanso en Malinalco de Luis Videgaray, exhibieron muy temprano los arreglos de esa camarilla con un puñado de empresarios amigos, el compadre San Román, Juan Armando Hinojosa, OHL y Odebrecht...
El triunfo del tabasqueño anticipa un cambio superlativo, como el que en el año 2000 prometía la primera alternancia y que frustraron la frivolidad e ineptitud de Fox y los “súper gerentes”. Un quiebre por la izquierda que implicará una recomposición de la clase gobernante: el desplazamiento de los tecnócratas que desde 1982 gobiernan desde la SHCP (empezando con Pedro Aspe y terminado con su alumno aventajado, Luis Videgaray) por una mayoría de egresados de universidades públicas, quizás más sensibles socialmente.
En lo tocante al estilo personal de gobernar, Andrés Manuel ejercerá un gobierno austero, cercano a la gente, itinerante, pero también centralizador. Nada que ver con el gabinete deshilachado de Fox.
Le tocará al nuevo gobierno reducir el tamaño de nuestra pesada estructura burocrática y el costo excesivo de nuestro sistema electoral; concretar el Sistema Nacional Anticorrupción; reorientar la política social; reducir la sobrerregulación que asfixia al sector productivo; ejercer de manera eficiente el gasto público... Pero el cambio más importante se dará en el modelo económico: apartarse de la modernización excluyente que impuso desde 1982 la tecnoburocracia y mirar también al sur y a su pobreza ancestral, al campo y a los jornaleros pobres.
En su trayecto cometerá errores y tendrá que rectificar, pero el solo hecho de imponer una austeridad republicana, de suprimir privilegios inmorales de la alta burocracia, hará cambios valiosos y generará ahorros enormes.
En el PRI, el desastre. El legendario “voto duro” del PRI quedó en los huesos. La manera en que Peña Nieto mangoneó a su partido, exhibida con la imposición de un dirigente ajeno y altanero, Enrique Ochoa, y de un candidato presidencial extraño, José Antonio Meade, llevó a los priístas a una huelga de brazos caídos.
La numeralia que se va conociendo es inclemente: el PRI quedó en un lejano tercer lugar en la elección presidencial (a más de 35 puntos de López Obrador) y no ganó una sola de las gubernaturas en contienda: quedó tercero en la Ciudad de México, Veracruz, Tabasco, Puebla, Jalisco, Chiapas y Guanajuato, y cuarto en Morelos. En Yucatán —al final, su única apuesta— quedó en segundo lugar. Por si fuera poco, en los doce estados donde aún gobierna enfrentará legislaturas dominadas por la oposición.
En el Estado de México, patria chica de Peña Nieto, la derrota adopta tintes de humillación: perdió Atlacomulco, el municipio donde nació el grupo legendario... El tricolor solo ganó uno de los 45 distritos locales en disputa y gobernará apenas 23 de las 125 presidencias municipales.
La generación podrida, la de Javier y César Duarte, la de Beto Borge y los gobernadores tamaulipecos coludidos con el narcotráfico, la misma de Enrique Peña Nieto, es hoy el símbolo de la degradación política.
Una pregunta es ineludible: ¿quiénes recogerán los escombros? A partir del primero de diciembre, y quizás antes, vendrán los intentos por recuperar a un partido que les expropiaron los mexiquenses para llevarlo a la ruina.
Posdata. ¡Cosas de la vida! Ahora resulta que, como dice el maestro Helio Flores, quienes se tendrán que ir al rancho de López Obrador en Palenque son otros.
Presidente de Grupo Consultor
Interdisciplinario. @alfonsozararte