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La CNTE nos ofrece un ejemplo notable de la manera en que una organización que surge como respuesta legítima a condiciones sociales muy duras y que en su origen lucha por justas reivindicaciones —frenar el empobrecimiento del magisterio y repudiar el liderazgo caciquil de Carlos Jonguitud—, termina convertida en una organización que reniega de su razón de ser y lastima a lo más valioso que tiene un país: su niñez y su juventud.
Algunas de las “formas de lucha” de la Coordinadora (bloqueos de carreteras y aeropuertos, asalto a oficinas públicas y destrucción de sus archivos, secuestro y quema de transportes, captura y vejación de sus adversarios) son claramente constitutivas de delitos, sin embargo, los profesores que se auto llaman “democráticos” son profundamente autoritarios y actúan con total impunidad. Los raros intentos de meterlos al orden han resultado fallidos y los han encrespado más.
Durante la administración de Peña Nieto, distintas acciones de gobierno le dieron a la CNTE nuevos pretextos para crecer y multiplicarse (por ejemplo, la “estrategia Luis Enrique Miranda”: negociar con la cartera por delante), pero una más que todas: una reforma educativa mal diseñada, que disparó la inconformidad y contaminó incluso a segmentos de los maestros institucionales.
Bajo la conducción de Miguel Ángel Osorio Chong, la Secretaría de Gobernación pasó de las mesas de concertación, en las que el gobierno doblaba las manos, a las advertencias: en algún momento Osorio advirtió que la reforma educativa no era negociable, pero la negoció; llegó incluso a presentarles un ultimátum, pero casi de inmediato los profes de la Coordinadora se burlaron de ese gobierno blandengue.
En el proceso electoral reciente, los liderazgos de la Coordinadora encontraron la manera oblicua y tramposa, de apoyar a Morena, incluso lograron meter en las listas de candidatos de ese partido a muchos de sus cuadros dirigentes que hoy son legisladores federales o locales y alcaldes.
Nadie puede llamarse a engaño, los profes de la Coordinadora no dan paso sin huarache, hoy que López Obrador está por asumir el poder, sus propósitos permanecen inmutables: ganar cada vez más privilegios para su organización y sus líderes y utilizar para ello a un ejército de decenas de miles trabajadores de la educación catequizados, fanatizados, pero también intimidados.
La Coordinadora no le dará una tregua al nuevo presidente, su compañero de viaje, sino que le exigirá que revierta ipso facto la “mal llamada” reforma educativa, que les devuelva el Instituto de Educación Pública de Oaxaca (IEPO) y el presupuesto educativo a los estados, donde más fácilmente pueden apropiárselo y que reinstale a los maestros despedidos.
¿Cómo responderá la administración que encabezará Andrés Manuel López Obrador ante los reclamos y los desplantes de los profesores llamados “democráticos”? Al parecer, la nueva administración intentará evitar caer en el error de establecer “mesas de concertación” que terminan siendo mesas de claudicación. Pero lidiar con ellos reclama, además de inteligencia estratégica, mucha determinación porque, con los maestros disidentes no hay diálogo posible, el vandalismo y el chantaje son las herramientas que usan para imponer sus condiciones. Todo es relación de fuerza, pulseada. Lo ocurrido hace unos días en Acapulco, la irrupción en el Foro de Consulta Estatal Participativa, para acabarla a golpes y sillazos, los muestra de carne y hueso.
Por fortuna, el pasado miércoles 10 de octubre, durante un mitin en la Plaza de los Mártires de Toluca, López Obrador envió una señal estimulante: sin citar a la CNTE la describió y le puso límites: “Esos que se dicen muy radicales y no lo son, son en realidad muy conservadores, porque no querían el cambio, ahora que llegamos dicen ‘sí’, pero son lo mismo, son iguales”. Y anticipó que no atenderá su reclamo de devolver la nómina magisterial a los estados. Aún no conocemos la respuesta de ese grupo que es “un hueso duro de roer”; seguramente están diseccionando esas palabras y construyendo su respuesta.
Si López Obrador decidiera poner un alto a los desmanes de la Coordinadora, se ganaría un enorme respaldo social y, lo más importante, podría empezar a revertirse el desamparo en que han dejado a los niños y jóvenes de los estados donde actúan, para quienes una educación pública de calidad es casi la única alternativa para superar la pobreza. Lo contrario sería dejar la iglesia en manos de Lutero, claudicar muy temprano y, sobre todo, cancelar una de las principales vías de la Cuarta Transformación. Pronto lo veremos.
Presidente del GCI. @alfonsozarate