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El olfato político del PRI lo advirtió. Ricardo Anaya, el presidente del PAN, parecía distinto a sus antecesores. No era tan fácil chamaquear al chamaco, había escalado con rapidez sorprendente dentro de su propio partido, había ido marginando a políticos tan experimentados como Gustavo Madero; llevó a Margarita Zavala a renunciar a su larga militancia y orilló a los senadores calderonistas a plegarse, sin disimulos, al PRI.
Ese personaje, suponían los analistas del PRI, que parecía querer comerse al mundo de un bocado, podría hacerse de la candidatura presidencial del PAN y convertirse en un adversario duro. Tenían razón. Por eso desplegaron todas sus baterías para destruirlo. Desde el poder hurgaron todo: sus cuentas, las finanzas de la familia de su mujer, sus viajes frecuentes para visitar a su esposa e hijos en Georgia, Atlanta. Cuando esto no fue suficiente, inventaron cosas.
Pero Anaya no sólo se hizo del control del partido, también armó una alianza inédita con el PRD y Movimiento Ciudadano que, sumada a la presencia del PAN en doce gubernaturas, doce congresos estatales y 461 presidencia municipales, le da al Frente una base muy sólida para disputar la Presidencia; ya está en la pelea.
La estrategia de Anaya se mueve entre el hartazgo social con este gobierno y el temor que les inspira a muchos (sobre todo en las clases media y alta) Andrés Manuel López Obrador. Quienes parecían resignados a votar por José Antonio Meade, ahora tienen otra opción.
En una campaña en la que los medios jugarán un papel importante, el Frente dispondrá del mayor número de spots de radio y televisión, además, el Joven Maravilla podrá desplegar su agilidad mental y su oratoria incisiva en los debates entre candidatos que se multiplicarán, atrayendo el voto de muchos indecisos.
A diferencia de Ernesto Cordero, que no supo distanciarse de Felipe Calderón, Ricardo Anaya ha admitido los errores de los dos gobiernos de la primera alternancia: el decepcionante de Vicente Fox y el de una violencia desbordada de Felipe Calderón. Durante los gobiernos panistas, dijo Anaya durante la ceremonia del auto-destape el domingo pasado, “las estructuras del PRI quedaron intactas... Hubo un pacto de impunidad”.
Lo que sigue para el Frente es la agregación de grupos y personalidades. En la casa de Raúl Padilla (presidente de la FIL) en Guadalajara, se reunieron hace unas semanas Jorge Castañeda, el inventor de Fox, Héctor Aguilar Camín, María Amparo Casar y otros actores sociales que parecen simpatizar con el Frente. La iniciativa Ahora, que encabeza Emilio Álvarez Icaza, también dialoga con Anaya. Unos y otros podrán dotar de contenidos a los compromisos hoy vagos de Anaya —sin mayor experiencia en la administración pública ni de gobierno—: el cambio de régimen, lo que haría diferente en materia de seguridad, cómo encararía la brutal pobreza de muchas regiones de México...
El tablero de la sucesión se modificó. Malas noticias para el PRI y para Morena. Meade no será el único beneficiario de un eventual “voto útil” que generaría el desfonde panista, porque quizás no se dará tal desfonde. Y a Andrés Manuel no le va bien una oposición que, como él, también expresa el hartazgo social con un gobierno que entrega malas cuentas en materia de seguridad, corrupción e impunidad y desempeño económico.
Ricardo Anaya ya está en la antesala, empero, su biografía política está sembrada de muertos vivientes con agravios y ánimo de venganza. Con una frialdad que sorprende, el queretano ha ido removiendo uno a uno los obstáculos que ha encontrado en su ascenso hacia el poder. Es implacable, un autócrata. Los “compañeros de viaje”, PRD y MC, serán los enemigos de mañana, porque su astucia lo lleva a seguir este dictum: “tírese después de usar”.
Malas noticias para la sociedad. Lo que se perfila es una disputa entre un Mesías, un autócrata y un priísta que no lo parece, que le promete a una sociedad lastimada: más de lo mismo.
Presidente de Grupo Consultor
Interdisciplinario. @alfonsozarate