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“No hay la experiencia suficiente en las empresas mexicanas... Estas cuatro grandes empresas que estamos convocando, recientemente han hecho refinerías; cada una de ellas ha hecho más de 100 refinerías, hay una de ellas que ha construido más de 200 refinerías en el mundo”. Las palabras del presidente López Obrador durante su sesión mañanera del 22 de marzo, caían lenta, pausadamente, para explicar por qué su gobierno había decidido convocar a esas cuatro firmas extranjeras a la licitación restringida para la construcción de la refinería en Dos Bocas, Tabasco.
Pero semanas más tarde, el 9 de mayo, anunció que la licitación se había declarado desierta: “Se pasaron de los ocho mil millones de dólares (y también) en el tiempo de construcción, y nosotros no vamos a hacer ninguna obra que no podamos terminar durante el sexenio”. Sin embargo aclaró que no implica la cancelación de la obra: “se va a construir la refinería con la coordinación, administración, supervisión de Pemex y de la Secretaría de Energía... Vamos a que nos cueste 160 mil millones de pesos en tres años, no más, para que salga en tiempo y con este presupuesto necesitamos hacerla nosotros de manera directa con el apoyo de los técnicos y de los trabajadores mexicanos, a los que llamo a participar.”
Como ocurrió con la cancelación del NAICM y el anuncio de la construcción del Tren Maya, el proyecto de la refinería en Dos Bocas despertó alertas entre expertos, calificadoras e inversionistas. En el caso de la refinería, todo parecía un disparate: la construcción misma porque quienes conocen recomiendan o bien comprar una de las refinerías que están en venta en Texas o usar esos recursos para la modernización de las existentes, incluso así lo propuso el subsecretario de Hacienda, Arturo Herrera, solo para ser desmentido al día siguiente.
Otro absurdo es su ubicación: en Tabasco, distante de los principales centros de consumo del combustible. Sin embargo, las voces críticas fueron desestimadas. Y ahora resulta que como las firmas más experimentadas advierten que no es posible terminarla ni en el tiempo ni por los montos previstos por la Secretaría de Energía, faltaba más, se hará en casa. Un querido amigo lo traduce así: “Es como cuando vas a construir tu casa y le dices a tu mujer: —¿Qué crees, vieja?, ya me mandó su cotización el arquitecto pero nos cobra muy caro y, para colmo, se tarda mucho en entregarnos la obra. ¿Nos la echamos nosotros?”
Lo que se anticipa es la construcción de una refinería por una empresa brutalmente endeudada e ineficiente, Pemex, pero a cargo de un ingeniero agrónomo muy honesto y bajo la dirección de la titular de la secretaría de Energía que no tiene facultades para dirigir o encargarse de la ejecución de la refinería. Y una pregunta surge: ¿qué es más preocupante: el desprecio a los saberes técnicos y el voluntarismo del presidente o la docilidad de sus colaboradores que aunque no compartan algunas decisiones no se atreven a disentir?
La cancelación del aeropuerto en Texcoco y de las Zonas Económicas Especiales y ahora los anuncios sobre Dos Bocas provocan lecturas adversas en inversionistas y calificadoras. ¿Quiénes estarán dispuestos a invertir en proyectos de largo aliento cuando su vigencia dependerá de la intuición o el talante del presidente? Mal están las cosas cuando el jefe del Estado mexicano está convencido de tener la razón en todo. Los caprichos de uno convertidos en políticas públicas.
Posdata. Los funcionarios tienen la mala costumbre de magnificar sus obras y minimizar sus errores y sus problemas. Alfonso Romo calificó los resultados económicos adversos del primer trimestre como “una cachetadita”, pero al día siguiente, el presidente volvió a enmendarle la plana: “Le hemos dado una cachetada, pero a los corruptos”. Según el presidente, en economía vamos requetebién, ¿quién de sus colaboradores se atreve a desmentirlo?
Presidente de Grupo Consultor Interdisciplinario.
@alfonsozarate