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La dura situación que vive el país —la pobreza y el abandono que sufren regiones enteras, la falta de oportunidades para empleos dignos, la inseguridad, la corrupción agobiante— se agrava hoy por los efectos convulsivos de los sismos.
La manera en que la realidad se ha revelado reclama respuestas extraordinarias. Una de ellas, esencial, es racionalizar el gasto público, un gasto caracterizado por el dispendio, la opacidad y el manejo discrecional: imponer la moderación y la sensibilidad en el uso de los recursos públicos, a nivel federal, pero también estatal y municipal. La generación podrida no es sólo la de los gobernadores, es una escoria que se extiende por todas partes… Y si eso no basta —moderación y sensibilidad—, habrá que hacerles pagar la liberalidad con la que gastan. Un solo dato, un estudio de México Evalúa (Las dos caras de tu moneda), muestra que de 2000 a 2015 sólo un año (2001) el gobierno federal gastó menos de lo que le aprobó el Congreso, el resto del tiempo se ejerció un mayor al aprobado y, en el colmo, buena parte se fue a “transferencias, subsidios y fideicomisos”.
Revisar a fondo proyectos y programas, pero sobre todo prácticas (ponerles freno a las asignaciones tramposas, sobreprecios, moches), no como una reacción coyuntural ante la tragedia, sino como un cambio de fondo, estructural, que permanezca. Y hacerlo con sentido de urgencia.
Tenemos que impedir que, pasada la fase de emergencia, la clase gobernante vuelva a las andadas. La opulencia de la clase política y el cinismo con el que exhibe su plétora, son un insulto: sus colecciones de autos clásicos, sus relojes de miles de pesos, sus residencias de descanso en Malinalco y otros pueblos mágicos…
Hoy, como en otros tiempos de crisis, se requiere un acuerdo social que imponga una racionalidad y una austeridad verdaderas, porque en los años recientes, los supuestos ahorros han sido meras simulaciones. Una sobriedad que involucre a los tres órdenes de gobierno y a los tres poderes, porque en esto del derroche, ninguno se salva, ni siquiera los órganos constitucionalmente autónomos.
Es preciso imponer políticas públicas que canalicen esos ahorros a verdaderas prioridades sociales, que cancelen proyectos faraónicos o fatuos, para poder atender los enormes rezagos regionales, fortalecer una infraestructura que detone proyectos productivos y comunique regiones; que mejore la educación y la formación de profesionales y técnicos…
En el caso de la Ciudad de México y en otros centros urbanos, hay que frenar la voracidad del pulpo inmobiliario, asociado con funcionarios corruptos, que está generando un desorden que, en el corto plazo, va a resultar catastrófico.
Los escombros no pueden tapar el hallazgo de los miles de millones de pesos desviados de dependencias federales hacia empresas fantasmas, la Estafa Maestra. Los mismos funcionarios denunciados por esa y otras estafas, como Gerardo Ruiz Esparza y Rosario Robles, en vez de ser separados de sus cargos, investigados y sometidos a proceso, siguen tan campantes. Es inadmisible que empresas como Odebrecht, OHL, Grupo Higa, Aldesem, Epccor y las demás que han chupado con voracidad inaudita del dinero público, sigan cosechando contratos y concesiones.
Pertenezco a la generación de 1968, pocas cosas me enorgullecen más que haber sido uno de esos muchachos que abrieron brecha a la democracia, que conocieron en sus marchas la solidaridad del pueblo y el horror de la tarde de Tlatelolco.
Los jóvenes del 68 repudiamos las formas de organización de entonces: las sociedades de alumnos fueron reemplazadas por los comités de huelga con sus direcciones colectivas y sus debates democráticos; impugnaron las “verdades” oficiales.
Como los de ayer, los jóvenes de hoy no creen en los partidos ni en la clase gobernante. La apertura de los medios —a pesar de los rebrotes autoritarios— y las redes sociales exhiben las tropelías y la impunidad que las propicia. Quizás de allí su repudio a la política y el escape de muchos hacia la frivolidad, las redes sociales y el desmadre.
A casi cincuenta años de distancia, la esperanza se renueva. Que esa irrupción de generosidad de nuestros jóvenes no sea efímera, que permanezca y se oriente hacia otras causas. Que los sismos sean un punto de quiebre. ¡Bienvenida la generación del relevo!
Presidente de Grupo Consultor Interdisciplinario.
@alfonsozarate