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Lo dijeron muchas veces, casi siempre en voz baja, mientras las encuestas mostraban a un López Obrador que parecía imparable en su camino hacia la Presidencia: “no lo dejarán llegar”. El mensaje, casi críptico, sugería que desde algún lugar, alguien o algunos no identificados pero con enorme poder y operadores en el ultramundo, harían lo necesario para impedir que el temido “populista” llegara a la Presidencia de México.
Si el PRI había orquestado en 1986 el “fraude patriótico” que impidió que Pancho Barrio, es decir, “la reacción”, gobernara el estado de Chihuahua, algo tendría que hacerse para cerrarle el paso al Mesías tropical. Sin embargo, el pasado miércoles 8, el hombre que en solo cuatro años hizo de Morena una fuerza política incontestable recibió el pergamino que lo acredita como presidente electo.
La vía “civilizada” para frenarlo —un mega fraude— fue abortada. Se frenó la idea de replicar a lo bestia el operativo del año pasado en el Estado de México (compra de votos, cooptación de los funcionarios electorales, intimidación a los adversarios); para eso estaban dispuestos los recursos de la Estafa Maestra y miles de millones de pesos más desviados a través de distintos artilugios hacia empresas fantasmas y cuyo destino final es desconocido.
La entrega de la constancia constituye uno de los pasos principales del proceso que llevó a millones de ciudadanos a las urnas el 1 de julio. El siguiente será la toma de posesión el primero de diciembre y, venturosamente, las posturas extremas que caracterizaron los meses de campaña hoy parecen atemperadas y los hombres del gran poder, antes de intentar movidas desesperadas, se muestran dispuestos a pagar por ver.
¿Qué ha caracterizado estos cuarenta y tantos días? El activismo febril de López Obrador, la prisa por gobernar. Ha anunciado la descentralización de la administración pública y el aumento de días y horas laborables para funcionarios públicos, decisiones controversiales que además de sus impactos sobre los derechos adquiridos y las condiciones de trabajo, tendría otros adversos para las mujeres trabajadoras y para la armonía y el disfrute de las familias. Pero hay tiempo para rectificar, convendría que el presidente electo conociera la frase: “trabaja eficazmente, no arduamente”; no es un tema de cuántas horas sino de cómo se emplean.
López Obrador ha anunciado la designación de representantes únicos del gobierno federal ante los gobiernos estatales, cuyo perfil, claramente político y no técnico, genera inquietud porque parece reeditar a los jefes políticos del porfiriato.
Ahora empieza formalmente el proceso de transición: la entrega-recepción. Y, a partir del 1 de diciembre, llegará la hora de la verdad. ¿Cómo será el López Obrador presidente? No es fácil descifrarlo. Mucho de su quehacer lo muestra como un activista social, un hombre legítimamente cercano a los más pobres. Pero, están también rasgos que inquietan: una personalidad narcisista, sus anuncios sobre lo que viene: la cuarta transformación histórica, que lo ubica al nivel de Hidalgo, Juárez, Madero... Su oferta no de combatir la corrupción, sino de acabarla.
¿Qué hará López Obrador en su segundo o tercer año de gobierno, cuando la terca realidad le enseñe que no hay fórmulas mágicas para detener la violencia delincuencial ni la corrupción que nos corroe?, ¿cuando sea evidente el fracaso de algunas de sus líneas de gobierno?, ¿cuando los muertos ya no sean los de Calderón o Peña, sino sus muertos?, ¿cuando sea evidente que la descentralización de la administración pública resulte un galimatías que lastima derechos y separa familias?
En este fin de sexenio hay, al menos en la clase política, dos reacciones contrastantes: los simuladores de siempre, los que hace meses querían sacrificar a López Obrador y ahora convierten crucifixión en genuflexión. Y, por otro lado, los cínicos, valemadristas que están en la lógica del agandalle: en vez de poner sus barbas a remojar porque pronto se les puede aparecer el diablo, están preservando la muy mexicana costumbre del Año de Hidalgo —y de Carranza, por si el de Hidalgo no alcanza—.
Con apresuramiento, López Obrador va imponiendo la agenda y le va torciendo el brazo al que se va para que envíe una iniciativa de reformas a la Ley Orgánica de la Administración Pública que cree la Secretaría de Seguridad Pública y envíe una terna para fiscal general de la República, fiscal anti corrupción y fiscal electoral... Apenas es presidente electo, pero ya empezó a gobernar.
Presidente de GCI. @alfonsozarate