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En nuestro sistema político el poder presidencial prevalece sobre los otros poderes: a las enormes facultades que la Constitución le confiere al titular del Ejecutivo se suman las que le otorga la costumbre. Ante tal supremacía, gobernar sin excesos depende en gran medida, no de los contrapesos institucionales o fácticos, sino del buen juicio del presidente.
Don Adolfo Ruiz Cortines no tenía título académico y en el Ejército apenas alcanzó el grado de mayor, pero era un hombre juicioso, honesto y austero. Los límites a su gran poder lo daban su autocontención, su inteligencia y su patriotismo. “No siembro para mí”, solía decir. Su gobierno rindió frutos.
A partir de la experiencia inglesa —un parlamento que moderaba al monarca—, Montesquieu desarrolló su teoría del equilibrio de poderes que sintetizaba en una frase: “le pouvoir arréte le pouvoir” (que el poder frena al poder). La democracia en Estados Unidos consagró en su Constitución el sistema de checks and balances, diseñado para que ninguna rama —Ejecutivo, Legislativo o Judicial— pudiera excederse en el uso del poder o asumir el poder absoluto (Tump ha puesto a prueba ese sistema).
Pero ante la concentración de poder que la mayoría de los electores le concedió a López Obrador, una duda mayor es la ausencia o precariedad de los contrapesos. Los saldos del primero de julio y “la cargada” le están dando, lo mismo en el Congreso de la Unión que en muchos Congresos locales, los votos necesarios para impulsar cambios mayores, como cancelar la reforma educativa.
Las instituciones del nuevo tiempo democrático que podrían ser un contrapeso —el INE, el Inai, el TEPJF, incluso la SCJN— han mostrado su fragilidad en estos años: han sido parcialmente capturadas. Si el gobierno de Peña Nieto pudo hacerlo, con mayor razón lo podrá hacer el de López Obrador.
¿Tendrá un contrapeso interno? Los estudiosos de la administración suelen distinguir entre distintos estilos de liderazgo. Los líderes más eficaces son los que integran sus equipos con los mejores, trabajan en espacios colectivos y se benefician de la experiencia y creatividad de su equipo; los temas mayúsculos son sujetos a reflexión, se analizan sus ventajas, desventajas e implicaciones, lo que permiten una decisión informada. En contraste, los líderes autocráticos concentran las decisiones, sus colaboradores son sumisos y sus ocurrencias devienen políticas públicas.
En el equipo de López Obrador no parece haber mucho espacio para la reflexión colectiva, menos aún para disentir. La manera de hacerlo será presentar su renuncia. La salida de funcionarios clave, que ofrecen certidumbre, como Carlos Urzúa o Alfonso Romo, enviaría a los mercados financieros una señal inquietante.
Los gobernadores tampoco cumplirán el papel de contrapesos debido a nuestro sistema federal defectuoso, en el que el gobierno de la República tiene una supremacía que convierte a los gobiernos estatales en meras dependencias del Ejecutivo (aunque la alternancia en el año 2000 los dejó sueltos y peor nos fue). Los movimientos de los gobernadores ante el triunfo aplastante de López Obrador han mostrado hasta dónde podrán llegar en su vasallaje. Adicionalmente, el gobierno federal dispone de poderosos instrumentos políticos de control: el Cisen con sus expedientes “negros” que registran las tranzas de los gobernadores, sus familiares y sus cercanos; la PGR y las Fuerzas Armadas, el SAT y su inteligencia financiera… Pero está también el peso de las inversiones federales: las obras de infraestructura, de salud, de agricultura, etcétera. Por si fuera poco, los gobernadores van a tener una amenaza permanente en sus Congresos locales dominados por Morena y en los súper delegados que representarán a la Federación.
Otras instancias de contrapeso, los partidos de oposición, están aturdidos y metidos en sus crisis de sobrevivencia; el proceso de jibarización ha llevado a tener dirigentes cada vez más chiquitos y un respaldo social más flaco. Y, en lo tocante a los medios de comunicación, enfrentarán la disyuntiva de ejercer un periodismo libre o atenerse a las consecuencias.
¿Entonces, dónde estarán los verdaderos contrapesos? Por una parte, en el Banco de México, los mercados financieros y las calificadoras; en segundo lugar, en las organizaciones sociales como México Evalúa, Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad y el Imco, que mantendrán un escrutinio al desempeño gubernamental. Los intereses estadounidenses y la inestabilidad emocional de Donald Trump serán otros factores a considerar.
Pero el último contrapeso, definitivo, será la realidad. El país necesita cambios esenciales en la conducción y en el proyecto, pero sería un retroceso que el que manda solo pudiera darnos como argumento rotundo: “me canso, ganso” o, por decirlo de otro modo: “¡por mis pistolas!”.
Presidente del GCI. @alfonsozarate