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¿Qué tienen en común Darkman (1990), Unbreakable (2000), Chronicle (2012) y Brightburn (2019)? Todas ellas son películas sobre superhéroes, todas son muy buenas cintas -al menos una de ellas está en mi Top 3 personal de películas de superhéroes-, y en todas ellas está ausente el yugo de una compañía dueña que dicte, paso a paso, lo que debe suceder en la película.
Con estos cuatro filmes queda claro que el mayor lastre para el género del cine de superhéroes son las propias compañías de cómics que no permiten que sus productos (que no personajes) corran riesgos. La taquilla es el objetivo supremo y hacia el cual todos los esfuerzos están enfocados, el cine queda en segundo o tercer lugar.
En cambio, en estas cuatro películas, la libertad que gozan al no estar atadas a un negocio más allá del de hacer cine, les permite experimentar, correr riesgos, ser osadas, violentas y audaces. Luego entonces el problema no es del género sino quienes hacen películas del género.
En Brightburn , segundo largometraje del videoasta y director David Yarovesky, se mezclan (¿por primera vez?) dos géneros muy populares: el cine de terror y el cine de superhéroes. Estamos en Kansas, Estados Unidos. Un matrimonio de granjeros, Tory y Kyle Breyer (Elizabeth Banks y David Denman), intentan sin éxito tener un hijo. Una noche, del cielo cae una nave espacial y dentro de ella, un pequeño bebé con apariencia humana. Los Breyer rescatan a la criatura y la crían como su hijo.
Todo va viento en popa hasta que el pequeño Brandon (Jackson A. Dunn), que ahora tendrá unos diez años, comienza a sufrir bullying escolar a la vez que poco a poco se le desarrollan superpoderes: fuerza sobrehumana, visión de calor y la capacidad de volar.
Así es. Esto no es más que la historia de origen de Superman (Donner, 1978) pero los guionistas, Brian y Mark Gunn hacen los suficientes cambios como para que DC Comics no los aplaste con una demanda millonaria pero también con los suficientes guiños como para que los fans se emocionen con las referencias: Brandon usa ropa azul y roja, vive en Kansas, usa una capa roja y su escudo forma una especie de diamante.
Así, el tenebroso Brandon manifiesta sus poderes de las formas más terroríficas, y cuando descubre su potencial, no duda en usarlo, ya sea contra los que lo bulean, contra sus padres por negarle sus caprichos (¡más helado!), o incluso para tratar de ligarse, torpe y acosadoramente, a la única niñita del salón que parece comprenderlo.
La paradoja es sumamente desesperanzadora. Mientras que en DC Comics, Supermán es un héroe que aprendió de sus padres sobre la rectitud, la honradez y la justicia, Brandon no aprende nada de ellos sino que se volverá un sociópata asesino que cobrará venganza sobre todos aquellos que alguna vez lo rechazaron.
El experimento funciona. Las claves del terror presentes en toda la película adquieren sentido en el tono lúgubre y terrorífico de la cinta, que se vuelve creíble en gran medida gracias a la actuación seca y fría de Jackson A. Dunn quien con esa mirada perdida se vuelve un villano perturbador, no sólo por su gran poder y su gran odio, sino porque sabemos que en otro universo alterno estaría salvando gente y no masacrando a discreción.
Los superpoderes como una maldición. Brightburn es una película muy por encima de la media en cuanto al género de superhéroes se refiere, y lo es gracias a la libertad que le da el no tener que rendir cuentas a nadie sino al género mismo y tal vez a su público. Urgen más películas de superhéroes así, sin ataduras, o mejor aún, urge que Marvel y DC se den el permiso para arriesgar. Ya veremos si el nuevo Joker de DC va por este mismo rumbo.