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The Boys -la nueva serie basada en el cómic homónimo escrito por Garth Ennis y dibujada por Darick Robertson para el sello Wildstorm- probablemente es lo más cercano a lo que sería una película de superhéroes dirigida por Paul Verhoeven: aquí hay sexo, violencia extrema, sangre y los superhéroes son mucho más humanos que los humanos, dejándose llevar por la lujuria, la depresión, la ira, las drogas, pero sobre todo por el poder absoluto que poseen.
La pregunta que intenta responder The Boys es la misma que hiciera Alan Moore en su clásico fundamental de los ochenta, Watchmen (DC Comics, 1986): ¿cómo sería el mundo si efectivamente existieran los superhéroes. Para Moore era de obviedad que el poder político se encargaría de cooptar a los superhéroes más poderosos y prohibir a los demás.
En The Boys, la premisa se actualiza, mostrando a los superhéroes como títeres de los corporativos, manejandolos cual superestrella de cine o un deportista famoso: giras, entrevistas, películas, merchandising, millones de dólares que giran alrededor de la presencia de los miles de superhéroes en activo y que firman contratos de exclusividad para patrullar estados específicos de la unión americana.
Pero hay siete de ellos que son los mejores, esos son los que mantienen el negocio andando, con sus actos super heroicos, sus apariciones públicas y el patrocinio de cientos de marcas comerciales. Los Siete no son sino una versión bizarra de la Liga de la Justicia: hay una mujer idéntica a la Mujer Maravilla, un tipo oscuro que nunca habla, como Batman, otro más que sabe hablar con los animales y soporta respirar bajo el agua, etc. Y claro, está Homelander (Antony Starr) el líder de los siete, con los mismos poderes que un Supermán, pero sin Kriptonita a la vista.
Al inicio de la serie, el hombre más veloz sobre la tierra, A-Train (un remedo de Flash), mata por un criminal descuido a una civil que iba por la calle y que es arrollada a supervelocidad por este superhéroe que sólo atina a disculparse por el pequeño inconveniente. Nada que el departamento de legal y de relaciones públicas de la empresa no pueda manejar.
Pero no será tan fácil. Hughie (Jack Quaid), el novio de la chica arrollada, es abordado por Billy Butcher (Karl Urban), un mercenario que dice ser de la FBI y que pronto recluta al inocente Hughie para demandar a los Siete por asesinato imprudencial, aunque luego se sabrá que Butcher trabaja por su cuenta y para ello recluta a otros ex camaradas de armas para de una vez por todas desenmascarar a los superhéroes y mostrarlos como lo que son: la peor escoria del mundo.
El retrato que hace The Boys a la cosmovisión de los superhéroes es completamente pesimista y cínica. En un club nocturno exclusivo para metahumanos, los superhéroes le dan rienda suelta a sus vicios, al sexo y al deseo. Cuando las cámaras están apagadas, se muestra su verdadera cara misógina, machista, y homofóbica. El único poder más fuerte que ellos es el del corporativo y sus altos mandos. En una secuencia de la serie, la número dos de la corporación, Madelyn Stillwell (Elisabeth Shue), logra que el poderoso Homelander tenga una regresión infantil, poniendo de rodillas al invencible hombre con solo el poder de su cuerpo semidesnudo.
Estamos ante una serie de superhéroes donde ellos son los villanos y donde un grupo pequeño de humanos renegados está dispuesto a todo con tal de mostrarle la verdad al mundo (tal y como los críticos de cine que insistimos en mostrar al mundo lo sobrevalorado que está el MCU). El guión de Eric Kripke adereza el relato con subtramas donde se permite hacer comentarios sobre el me too, la violencia hacia las mujeres, la homofobia, las sectas religiosas, los grupos de autoayuda, el corporativismo y mucho más. Pocas veces un producto emanado de un cómic mostraba tal nivel de lecturas.
No recuerdo alguna otra serie de superhéroes (al menos no dentro de la era del streaming) de tal calidad como The Boys. El director Dan Trachtenberg y el escritor Eric Kripke encuentran (¡al fin!) algo interesante qué decir sobre estos personajes en mallas que han dominado completamente el mercado del entretenimiento y que no parece que lo abandonaran en mucho tiempo.
La ironía, por supuesto, es que al armar un producto de esta calidad, Ennis y amigos no hacen sino extender el dominio nerd de los superhéroes en los medios. La ventaja en todo caso es que lo hacen desde una voz crítica y disonante al resto de los productos emanados el cómic.
Ante el agotamiento de las historias de las grandes editoriales (DC y Marvel), la industria poco a poco comienza a ver a las editoriales independientes, a las historias más oscuras, a los autores más interesantes.
Con suerte para cuando a estos también se los terminen por consumir, nos habremos librado finalmente de los mentados superhéroes y pasemos a otra cosa.