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La situación en la que vivimos actualmente como sociedad moderna se debe, casi en su totalidad, al uso y aprovechamiento intensivo de los hidrocarburos y otros minerales. Se puede asegurar casi sin duda que no existe otro bien natural en la historia de la humanidad que haya favorecido tanto el crecimiento económico como lo ha hecho el petróleo y sus derivados, por la facilidad de su extracción, manejo y múltiples formas para transformarlo.
Precisamente porque este bien se convirtió en un elemento clave para el modelo económico hegemónico, la mayor parte de los conflictos bélicos que ocurrieron en el mundo durante el siglo XX y las luchas que se siguen presentando han estado relacionadas de alguna manera con él. Dicho recurso en la actualidad representa 31% de la matriz energética internacional y si se le suma el resto de los combustibles fósiles (gas natural y carbón) alcanza más del 80% (BP, 2018). Es decir, se ha creado una política mundial que nos obliga a depender de forma casi absoluta de un recurso que puede agotarse rápidamente dadas las tendencias modernas de producción y las guerras (ya que éstas también consumen muchos combustibles).
El problema de escasez futura por este bien se observa en diversos estudios académicos públicos y privados (ASPO, 2003; Bowden, 1985; Chapman, 2013; Global, 1980; Shell, 2013; WOS, 1995) que concuerdan con algunos informes de uno de los mayores consumidores de este recurso en el mundo. En el año 2010, Estados Unidos de América (EUA) -quien consume la quinta parte del petróleo mundial-, declaró que el petróleo en su forma convencional había alcanzado su pico productivo desde el año 2006, con 70 millones de barriles diarios (EIA, 2010) de acuerdo con su Agencia de información Energética (Energy Information Administration, EIA).
Hasta comienzos de este siglo, la nación norteamericana se había mantenido como espectadora del mercado energético, pero comenzó a impulsar y fomentar la inversión en técnicas de explotación y fracturación subterránea (conocidas comúnmente como fracking), esto le ha permitido superar el mencionado pico productivo, debido a los hidrocarburos no convencionales. Esto no signica que la escasez se haya resuelto, sino que se ha estirado la duración de la extracción a través de métodos destructivos a nivel socioambiental, además se ha transformado la situación energética mundial al situar a EUA en el centro de este escenario.
El interés de Washington por alcanzar la autosuficiencia energética y al mismo tiempo por competir con Rusia (mayor exportador mundial de petróleo) y Arabia Saudita (principal productor petrolero de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP)) llevó a EUA a potenciar la explotación de sus propias reservas energéticas a través del fracking, lo que le permitió convertirse en el primer exportador de este hidrocarburo durante 2018 (EIA, 2019) e influir directamente en el precio del combustible.
A pesar de lo anterior, EUA sigue dependiendo del petróleo extranjero para mantener activas sus refinerías, situación que le obliga a asegurar una fuente más o menos estable, con la que pueda negociar con ventaja con países que dependen primariamente de esta nación o que mantienen acuerdos comerciales muy cercanos. Un ejemplo de una región que cumple con estas características es Latinoamérica, pues hasta el 7 de enero de este año, 41% de las importaciones de crudo de EUA provenían de Venezuela (EIA, 2019); además, las declaraciones de los nuevos mandatarios de Argentina y Brasil sobre una mayor apertura energética con el vecino del norte también han dado pie a que EUA tenga mayores cimientos en esta área, por lo que se puede deducir que más allá de las fricciones políticas o migratorias en la zona, existen intereses por mejorar el acceso a las reservas petroleras de América Latina, las cuales ascienden a la quinta parte de las que existen actualmente en el mundo.
Por otra parte, México se encuentra en una posición privilegiada al ser la vía de tránsito más eficiente entre EUA y el resto de Latinoamérica, así como por su potencial extractivo nada despreciable, por lo que su participación como aliado de EUA para asegurar un verdadero cinturón petrolero en la región es fundamental. Pero, la posición nacional ha sido más moderada y neutral que la de administraciones anteriores, por lo que puede ser una traba para las intenciones norteamericanas, que obviamente incluyen a Canadá, ya que este último es uno de los inversores más importantes en la explotación minera y de hidrocarburos a nivel regional.
Si EUA logra nuevos acuerdos en temas referentes a los hidrocarburos con el sur del Continente americano (independientemente del resultado de la situación venezolana) y con México, se podría establecer un nuevo núcleo económico mundial que no solamente superaría a la OPEP y a Rusia en cuanto a producción y exportación de combustible, sino que transformaría completamente la dirección de las políticas energéticas globales hacia un escenario benéfico principalmente para EUA.
Esta hipotética situación puede resumirse en la formación de una nueva institución denominada “Países exportadores de petróleo de América del Norte y América del Sur” (North American-South American Petroleum Exporting Countrie, NASAPEC), la cual se mantendría bajo el control operativo de EUA, de la misma forma que funciona actualmente la OPEP (organización liderada unilateralmente por el príncipe Mohammed Bin Salman, viceprimer ministro de Arabia Saudita).
La cereza del pastel se observa en el trato cercano que EUA ha tenido con Catar, a pesar del rechazo de Arabia Saudita hacia este país (modificando la forma de relación de EUA con medio oriente, en donde Arabia Saudita había sido tradicionalmente su principal aliado), lo que podría ser resultado del notable potencial de este país como productor de gas natural (el segundo mayor en el mundo) que impulsaría notablemente la influencia de EUA en la producción del 80% de la matriz energética mundial.
Lo cierto es que estos juegos políticos mundiales sirven únicamente para administrar la escasez y refuerzan la imagen de una sociedad que está orientada a crecer por incentivos económicos a pesar del evidente peligro futuro que el actual modelo productivo representa para el planeta entero.