La crisis de la democracia es la crisis de los partidos. La detracción que los representados enderezan contra los representantes pasa por esas instituciones “de interés público”: la sociedad civil las ve como fuente de los vicios de la sociedad política. Por eso, porque la partidocracia absorbe la mayor parte del desprestigio, los esfuerzos por contrarrestar la deserción democrática apuntan a la ruptura del monopolio partidista de la representación. Los mecanismos de democracia participativa -plebiscito, referéndum, iniciativa ciudadana- son un bypass a la intermediación política y su lógica partidocrática, y las candidaturas apartidistas abren la puerta a representantes ajenos a intereses de los partidos. Si las extremidades partidarias están gangrenando al organismo democrático, parecen razonar algunos médicos de la democracia representativa, hay que amputarlas. El problema es que las prótesis no están funcionando bien y, sobre todo, que no se ha ideado la cura y la reimplantación de brazos y piernas amputados.
Un ejemplo mexicano de los ineficaces remedios contra los males de la representatividad es, justamente, la introducción de los candidatos “independientes”. Muchos vimos con buenos ojos esa figura porque nos pareció un instrumento correctivo, un aliciente para que los partidos políticos se acercaran a la sociedad. Pero he aquí que el desempeño procedimental de los tres punteros en la puja por obtener una candidatura presidencial por esa vía dejó mucho que desear. El Instituto Nacional Electoral invalidó una enorme cantidad de las firmas recolectadas por Margarita Zavala, Jaime Rodríguez y Armando Ríos Piter. De confirmarse la dictaminación del INE, el tercero de ellos hizo una trampa monumental, el segundo consiguió demasiados apoyos anómalos y la primera apenas libró la cuota mínima exigida por la norma.
Sé que la ley fue hecha para dificultar el ingreso de los apartidistas a la boleta. Pero los obstáculos sembrados por los legisladores estaban a la vista de todos desde el principio, y las marrullerías de la partidocracia no justifican las irregularidades o, peor aún, las trapacerías de los independientes. Ahora bien, solo la ingenuidad llevaría a creer que el gobierno #priñanietista no intervino en esta empresa. Si algo ha quedado claro es que el presidente Enrique Peña Nieto está metido hasta el cuello en el proceso electoral, y que su obsesión es impedir el triunfo de Ricardo Anaya. Por ello es razonable suponer que con un escenario en mente intervino en la recolección de respaldos y que, en otro contexto y con otra estrategia, ejerce presión para que solo Zavala sea aceptada por las autoridades electorales. Porque mire usted, a ella le encontraron más de 700,000 firmas inválidas. Y hay dos preguntas obligadas: 1) si pasó “de panzazo”, ¿no será que se revisó su caso con menos rigor que los otros dos?; 2) ¿por qué se permitiría participar a alguien que incurrió en una ilegalidad de semejante magnitud y a los otros no?
Vamos a ver. El PRI-gobierno, con la inmensa mayoría de los analistas, asume que Margarita Zavala le quitaría votos al candidato del Frente, y que si ella va como única abanderada independiente se fortalecería su campaña porque podría conseguir una buena tajada del electorado sin partido. Así, ni siquiera es necesario recurrir a las más sofisticadas tesis sobre acuerdos transexenales entre lo que fue el PRIAN: hay poderosos alicientes para que el #priñanietismo interponga sus malos oficios a favor de la expanista e incluso para convertirla en su plan B. Esa conjetura se fortalece si se toma en cuenta la posibilidad de que el Bronco acabara restando más votos a José Antonio Meade que a Andrés Manuel López Obrador.
Más allá de especulaciones sobre la elección en México, es una lástima que la “marca” independiente haya perdido credibilidad. A nadie debe alegrar que se diluya una esperanza más para remontar la crisis democrática que campea en el mundo. No olvidemos que la democracia murió en Atenas tras de la Guerra del Peloponeso por su insuficiencia militar, que tardó dos mil años en resucitar y que desde su resurrección no se ha inventado un modelo democrático que funcione sin partidos políticos. Cuidado: la segunda muerte de la democracia, acaso por insuficiencia representativa, podría ser la definitiva.