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Entre Navidad y Año Nuevo habita un extraño interludio que, a falta de un mejor nombre, llamo el paréntesis de la introspección. Antes del 24 de diciembre hay trabajo, posadas y compras, y el 2 de enero regresa el ajetreo. Pero esa semana que transcurre silenciosa entre una celebración y la otra constituye para mí el reencuentro anual conmigo mismo. Aun cuando estoy con mi familia tiendo a ensimismarme para reflexionar sobre muchas cosas, hacer el inventario de errores y aciertos, abrir el baúl de los recuerdos lejanos y, sobre todo, dar rienda suelta al idealismo. Las ideas y emociones que mantengo a buen resguardo en el tráfago cotidiano salen a retozar a sus anchas en tanto dura lo que concibo como un personalísimo y desordenado retiro espiritual.
Una de esas nociones clandestinas es la del inexorable Triunfo del Bien. Me he dado cuenta de que la tesis pueril e irracional de que los malos están condenados a perder y los buenos a ganar, y no en otra vida sino en esta, sobrevive agazapada en algún lugar de mi inconsciente. Quizá su origen sea una distorsionada creencia religiosa pues, en buena tesis católica, el premio o el castigo se recibe después de la muerte. Huelga explicar que eso de que la corrupción será ineluctablemente exhibida y tarde o temprano pagada con cárcel es mero wishful thinking, un buen deseo estimulado recientemente por golpes justicieros y mediáticos aislados. En la cosa pública mexicana sobran ejemplos de personas honestas que cargaron con la cruz de la calumnia y de pillos que murieron sin previa expiación. De hecho, lo que hacen en otros lares —honrar al honrado y sancionar al deshonesto— aquí suele invertirse.
Obviamente, el porcentaje de corruptos que purgan condenas por sus delitos es directamente proporcional a la calidad de los mecanismos anticorrupción. Y los nuestros, de por sí deficientes, operan bajo un pacto de impunidad reforzado. Y es que el manual del PRI que funcionaba en el siglo pasado se presenta ahora en una nueva edición, corregida y aumentada durante la restauración autoritaria, la cual incluye un nuevo capítulo sobre la cartelización de los partidos. Se trata de una suerte de omertá transpartidista (que en los últimos días, por cierto, parece haber completado el espectro). Por eso, porque rara vez entra en juego la voluntad política de alguien que está fuera de las componendas y ha adquirido el poder para desfacer entuertos, y porque de las pillerías que quedan impunes sólo una pequeña minoría llega a la opinión pública, a menudo gracias a medios extranjeros, en este país la fe en la justicia es esquiva.
El caso que desató mi ilusión decembrina es, naturalmente, el de Chihuahua. La decisión de no hacerse de la vista gorda ante los presuntos delitos fue de Javier Corral, y la de documentarlos y exhibirlos en detalle de The New York Times. El gobernador dio a los priístas machetazo a caballo de espadas, sazonando la anécdota de López Mateos con el ingrediente ético: para gobernar bien, como para desayunar, basta un guisado de sesos y un par de huevos. El proceso legal apenas empieza, por supuesto, y falta mucho para conocer su desenlace, pero el paso que se dio contra la corrupción a gran escala, contra el mismísimo pacto de impunidad, es extraordinario. Se encontró suficiente evidencia y se actuó, pese a que los supuestos implicados han sido intocables.
Tras conocer la historia me asaltó una esperanza: México tiene remedio. De pronto, en medio de mis cavilaciones, de mis entrañas brotó una emoción que subió sigilosamente a mi mente: el bien va a acabar triunfando en mi país. Mi razón me obligó de inmediato a matizar y concluí que, si bien nadie es totalmente bueno ni absolutamente malo, los mexicanos podemos darnos un sistema en que el castigo a quienes se corrompan sea regla y no excepción. Decidí quedarme con esa idea. Con el Frente vamos a sacar al PRI de la Presidencia, me dije, y sin ingenuidades vamos a acabar con la intocabilidad y con la cleptocracia que tanto daño nos han hecho. Hay tiempos en que el realismo tiene que sacar al idealismo de su clandestinidad para derrotar a los cínicos disfrazados de pragmáticos. Son esos los tiempos en que el mundo se transforma. Y son esos los tiempos que vive México.
Diputado federal. @abasave