Porque el círculo rojo está muy verde, y aunque el círculo verde se pone cada vez más rojo, todavía hay en ambos segmentos de la población quienes no ven el enorme daño que este PRI-gobierno le está haciendo a México. Los engaña la faceta más perniciosa del presidente Enrique Peña Nieto: su estilo mexiquense de hacer política, que cortésmente coopta a tirios y troyanos. Pero lo melifluo no quita lo autoritario. No me sorprende que los columnistas de nado sincronizado digan que debemos agradecer a esta versión edulcorada e hipócrita del ogro filantrópico que no reprima a sus críticos a la vieja usanza, pero sí me causa estupor que haya quienes no entiendan que la cleptocracia es más nociva cuando salpica, cuando somete a la gente con dádivas y canonjías. Y es que los mexicanos padecemos un régimen tóxico, capaz de acabar de corromper el tejido social.
Su efecto en los medios es notorio. Va un ejemplo reciente: cuando el Frente Ciudadano detuvo la imposición del #FiscalCarnal nos bombardearon con invectivas por impedir por dos días la elección de una nueva Mesa Directiva, pero no mostraron indignación ante la estratagema priista de imponer como fiscal durante nueve años a una persona ostensiblemente vinculada al priñanietismo, un verdadero guardaespaldas que garantizaría su impunidad transexenal. Increíble pero cierto. Ríos de tinta, cascadas de ondas fueron arrojados contra líderes y legisladores del PAN, del PRD y de MC, mientras que al presidente no se le tocaba ni con el pétalo de un reportaje. Más aún, el espléndido trabajo periodístico de la #EstafaMaestra, que puso al descubierto una vez más la corrupción gubernamental rampante, curiosamente pasó casi desapercibido. Así opera el control mediático en el México del autoritarismo restaurado. La mayoría de los medios minimizan declaraciones que en otros países serían la nota principal, especialmente cuando se trata de señalamientos serios sobre la podredumbre en el vértice del poder, mientras presenta a prinosaurios impresentables como grandes estadistas.
El corruptor sutil es mucho más peligroso que el corruptor burdo, y la corrupción silenciosa es mucho más grave que la que hace ruido. Cuando se roba y se reparte el botín se evita que alguien denuncie a los ladrones. De pronto aparece un socavón y la gente ve de cerca los inmensos y obscenos negocios que se hacen desde la Secretaría de Comunicaciones y Transportes; se despierta la indignación, se protesta, se exige la renuncia del secretario, y a fin de cuentas no pasa nada. Y no pasa nada porque, como he dicho aquí, a Peña Nieto ya no le importa la opinión pública: está engallado por el resultado de la elección del Estado de México y su apuesta en el 2018 no pasa por convencer al elector apartidista sino por echar a andar la maquinaria de la compra del voto y el aparato clientelar. Que digan misa. Así ganó el Edomex y así piensa conservar la Presidencia de la República.
El PRI-gobierno compra, acalla, ignora. Uno puede gritar y el grito no se oye. Si bien las redes sociales ofrecen una salida, hasta allá llegan sus tentáculos. Hay ejércitos de peñabots y de trolecitos priistas prestos a desvirtuar cualquier denuncia contra su partido con la penosa pero taimada cantaleta del “todos son iguales”. A veces me siento como en una de esas pesadillas en las que tengo que pelear y por más que me esfuerzo no puedo moverme, los brazos y las piernas no me responden, la voz no me sale de la garganta. ¿Cómo es posible que no vean la atrofia democrática que provoca este régimen? Coopta medios, carteliza partidos, engaña a la sociedad. El que le entra al juego recibe beneficios, el que se opone es estigmatizado como radical, estridente, enemigo de las instituciones. Así fuimos calificados quienes impedimos que se impusiera al #FiscalCarnal.
El modus operandi del priismo se puede resumir en una palabra: perversidad. Una perversidad seductora, dadivosa, y por ello aún más pervertidora. Con la astucia y sagacidad que en el siglo XX le permitió perpetuarse en el poder, el PRI intenta ahora aferrarse a la silla presidencial por otras tantas décadas. Lo que quiere el priñanietismo es que sociopolíticamente México -el país- sea como México -el estado-, y que la sociedad entera acabe dentro de las redes del clientelismo priista, tan corrupto como corruptor.