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Los partidos políticos son, entre otras cosas, medios para evitar la pulverización de la lucha por el poder y darle cauce a su ejercicio. Un Estado democrático es disfuncional si la heterogeneidad no se organiza en torno a un puñado de homogeneidades: donde hay menos de dos partidos hay autocracia o totalitarismo, donde hay más de diez puede haber ingobernabilidad. Y si bien en estos tiempos de crisis partidocrática mucha gente piensa que los partidos no deberían de existir, la verdad es que desde la resurrección de la democracia no se ha ideado un mecanismo representativo que funcione sin ellos.
Ahora bien, decir necesarios y pensar inmutables es un error tan común como dañino. Como institución son indispensables, sí, pero los partidos actuales son insostenibles. Hablo de casi todos, aquí y en China (la frase hecha vale aunque los chinos no tengan una democracia liberal, porque obviamente al Partido Comunista de ese país también le hace falta un aggiornamento). Eso sí, aquí en México las cosas están peor que en el “primer mundo”. El Partido Acción Nacional, el Partido Revolucionario Institucional, el Partido de la Revolución Democrática, el Partido del Trabajo, el Partido Verde Ecologista de México, Movimiento Ciudadano, el Partido Nueva Alianza, Movimiento de Regeneración Nacional y el Partido Encuentro Social, todos, a mi juicio, necesitan en mayor o menor medida adoptar reglas más claras y funcionales para sus elecciones internas, instrumentos para castigar eficazmente la corrupción, antídotos contra el verticalismo o la horizontalidad excesiva y, en general, incentivos para garantizar su cercanía con la sociedad.
El problema en nuestro país es mayor de lo que algunos creen. A nivel global urge una operación de reinvención partidaria para salvar a la democracia. Pero los mexicanos, además, estamos obligados a emprender la parlamentarización, porque debido a la fragmentación del voto ya nadie puede gobernar sin alianzas. Y resulta que en el parlamentarismo, o en cualquier modalidad intermedia que se aleje del presidencialismo ortodoxo, los partidos políticos son piezas centrales del engranaje. Por eso en Europa las leyes los regulan más ampliamente que aquí. Y si vamos a un gobierno de coalición como primera estación en esa ruta, y lo hacemos con los partidos que hoy tenemos, las cosas se van a complicar.
El régimen parlamentario requiere de partidos sólidos, con una dosis mínima de respetabilidad y aceptación. He aquí nuestro problema: el desprestigio de los nuestros es tan grande que no podremos entrar de lleno en la nueva normatividad sin someterlos al mismo tiempo a una cirugía mayor. En los países presidencialistas de nuestra América queda siempre el recurso del caudillismo. Los presidentes pueden sobrevivir las debacles de sus partidos apelando al culto a la personalidad, mientras que a los primeros ministros, quienes llegan al poder gracias a la votación partidista, les cuesta mucho más trabajo hacerlo. No me queda la menor duda de que es peor el remedio personalista que la enfermedad partidaria, pero así funcionan las cosas en el presidencialismo e incluso en el semipresidencialismo.
En México se discute la próxima coalición gobernante pero poco o nada se dice del imperativo de depurar a nuestros partidos. Aun si mantuviéramos el régimen presidencial como existe ahora sería imprescindible mejorarlos, dotarlos de mayor representatividad social, darles credibilidad, prestigiarlos. Mientras persista el divorcio de la sociedad política y la sociedad civil ningún gobierno va a dar buenos resultados. Pero si hemos de iniciar la peregrinación hacia el parlamentarismo —y yo estoy convencido de que tenemos que empezarla ya— la exigencia de refundación de nuestros partidos ha de ser todavía mayor.
Democracia es el nombre de una vieja y maltrecha esperanza humana. Mientras no haya algo mejor, que no se ve en el horizonte, no debemos dejarla morir.
Coordinador de asesores del candidato de PMF.
@abasave