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Sin duda, uno de los hechos más relevantes de los últimos años en las relaciones interamericanas fue la decisión de Estados Unidos y de Cuba de emprender la normalización de sus relaciones diplomáticas, rotas desde 1961, anunciada simultáneamente el 17 de diciembre de 2014 por los presidentes Barack Obama y Raúl Castro. El encuentro amistoso de ambos mandatarios en la Cumbre de las Américas, celebrada en Panamá en abril pasado, fue el hecho más significativo de la misma por su trascendencia histórica.
Ello tiene un enorme impacto para el futuro de Cuba y también para las relaciones de EU con América Latina y el Caribe. Dicha decisión fue el resultado de un paciente y discreto proceso diplomático de 18 meses que permitió hacer a un lado las posiciones más extremas y rígidas que impedían superar los resabios anacrónicos de la Guerra Fría en la región. Mientras que EU condicionaba una eventual normalización a los temas de democracia y derechos humanos en un proceso de transición que implicaría un cambio de régimen político, Cuba estableció que el levantamiento del bloqueo era una condición previa a cualquier avance diplomático. Ni uno ni otro. La reciprocidad en la liberación de presuntos espías en la mejor tradición de la Guerra Fría y la liberación de un contratista estadounidense cuya salud se deterioraba peligrosamente, abrió la brecha bajo la hábil diplomacia del Vaticano para establecer las bases del acuerdo.
Cuba representó una piedra en el zapato para diez administraciones gubernamentales en Washington como resultado de la orientación comunista de su régimen revolucionario, del apoyo brindado a diversos movimientos revolucionarios en América Latina hasta principios de la década de los noventa, de la crisis de los misiles de 1962, la audacia de su actividad diplomática y militar en África y sus posiciones militantes en contra de la política de EU en instancias internacionales.
En la medida en que Cuba perdió su valor estratégico con el fin de la Guerra Fría, la desintegración de la URSS y la pacificación de Centroamérica, dejó de representar una amenaza para los intereses estadounidenses. Teniendo en cuenta además la asfixia de su economía y su consecuente crisis social, la política de aislamiento, rechazada en todos lados comenzando por América Latina, carecía cada vez más de sentido siendo mantenida más por razones de política interna que de política exterior. Libre de las ataduras electorales y ante la imposibilidad constitucional de un tercer mandato, Obama ha marcado su legado en la historia con esta iniciativa y otras recientes, como la limitada orden ejecutiva en materia migratoria. Obviamente su administración enfrenta la resistencia de los sectores más conservadores y de algunos representantes de la comunidad cubano-estadounidense que amenazan con revertir las medidas adoptadas.
Si bien el Congreso, el único facultado para eliminar el embargo y las medidas restrictivas que lo endurecieron, como la Ley Helms-Burton, está dominado por el Partido Republicano, la nueva política de Obama ha sido bien recibida en diversos sectores, incluyendo el propio partido, además de que el cambio generacional ha modificado actitudes y visiones del exilio de Miami. A ello debe agregarse el enorme interés favorable de importantes grupos del sector empresarial estadounidense en la normalización de los vínculos económicos y en las oportunidades que se ofrecen en el futuro.
Un mejor ambiente regional
En términos de política exterior, EU genera un mejor ambiente en América Latina y le permite recuperar algo del terreno perdido después de su relativo abandono de la región frente a sus nuevas prioridades post 11 de septiembre. Por su parte, el gobierno de Raúl Castro ha demostrado su pragmatismo ante los desafíos que enfrenta el país bajo un cambiante escenario regional no necesariamente favorable. La situación económica de la isla sigue siendo difícil en el momento en que Venezuela, su principal aliado y apoyo económico, se adentra en un periodo de dificultades acentuadas por la crisis petrolera y el deterioro de la situación política. Resulta por demás irónico que un día después de que se anunció la normalización de las relaciones con Cuba, EU impuso sanciones en contra del gobierno de Nicolás Maduro.
Cuba inició desde 2011 una serie de reformas tendientes a la llamada actualización de su modelo económico incluyendo una nueva Ley de Inversión Extranjera adoptada en 2014 y la creación de una Zona Especial de Desarrollo en el puerto de Mariel. Se está abriendo una ventana de oportunidad para consolidar a la economía cubana gracias a un mayor intercambio con el mundo en términos de comercio, inversiones, tecnología y turismo.
En esa misma dirección, Cuba y la Unión Europea reanudaron este año el diálogo bilateral poniendo fin a la política única de aislamiento decretada por Bruselas en 1996 a instancias del gobierno del presidente español José María Aznar. La reciente visita del presidente de Francia, François Hollande, se inscribe bajo ese espíritu constructivo, abriendo el camino a otros países miembros de la Unión. Cuba ha procurado un equilibrio en su política exterior fortaleciendo lazos en América Latina, Asia y Europa y suscribiendo también acuerdos estratégicos con China y Rusia. Las delegaciones gubernamentales y empresariales que visitan La Habana se suceden día a día, demostrando el enorme interés en este nuevo capítulo de la atribulada y fascinante historia de Cuba.
El proceso de normalización entre Washington y La Habana no será nada sencillo. La agenda es larga y llena de aristas que van desde los reclamos de indemnizaciones por expropiación de compañías y propiedades hasta de compensación por los efectos económicos del embargo. Prevalecerán también las diferencias sobre temas de la agenda internacional teniendo en cuenta el posicionamiento de Cuba sobre temas sensibles para EU, y su papel protagónico en los foros multilaterales.
Pero el proceso ha sido lanzado con la adopción de medidas prácticas que favorecen los contactos entre las dos naciones vía el transporte y las comunicaciones, la celebración de varias rondas de conversaciones de alto nivel tendientes a la formalización de las relaciones diplomáticas, y sobre todo la notificación del presidente Obama al Congreso, el 14 de abril, de su decisión de eliminar a Cuba de la lista de Estados terroristas que elabora el Departamento de Estado, superando así un escollo más.
El gobierno cubano ha declarado que está dispuesto a discutir cualquier tema sobre la mesa, pero debe tenerse claro que, fiel a su acendrado nacionalismo, aspirará a un trato digno y de iguales en el que no están contempladas las imposiciones políticas. El presidente Raúl Castro fue categórico en la II Cumbre de la CELAC, en febrero pasado, en cuanto a la decisión de Cuba de preservar su sistema político y económico, recordando además el necesario levantamiento del embargo económico y la devolución de la base de Guantánamo. En ese contexto, es de esperarse que persistan diferencias en los temas de democracia y derechos humanos, pero sin las amenazas del pasado.
El impacto en las relaciones interamericanas es positivo. En el corto plazo, las conversaciones en La Habana entre el gobierno de Colombia y las FARC, a pesar de sus dificultades, han encontrado un nuevo aliciente.
También son de notarse los discretos contactos diplomáticos que se vienen sucediendo entre EU y Venezuela, desactivando el tema de la orden ejecutiva del 8 de marzo de la administración Obama definiendo la situación venezolana como una amenaza para la seguridad estadounidense. Ello generó en su momento reacciones negativas en América Latina y hubiera podido descarrilar la misma Cumbre de las Américas.
No todo es miel sobre hojuelas
Obviamente no todo es miel sobre hojuelas, dada la diversidad de problemas que afectan a países de nuestro continente y los focos rojos existentes en la agenda hemisférica. Pero tal vez el anuncio del 17 de diciembre ha sembrado el camino demostrando que el diálogo y la negociación son la vía para resolver las diferencias entre los Estados, que es a lo que apostó la diplomacia latinoamericana desde las gestiones del Grupo de Contadora, en la década de los años ochenta.
México tiene una responsabilidad fundamental en esta nueva etapa interamericana tanto por su vecindad y amistad con EU y Cuba, como por el papel histórico que llegó a desempeñar. En ese marco, nuestro país debe recuperar su capacidad de interlocución seriamente dañada en el pasado inmediato, sobre todo durante la administración del presidente Vicente Fox. La voluntad de acompañar el proceso de actualización económica que se expresó durante la visita presidencial a la Habana en enero de 2014 debe traducirse en hechos concretos.
Ya se han firmado importantes acuerdos que han renovado el marco de la relación, incluyendo la condonación del 70% de la deuda cubana con BANCOMEXT. En 2012 México era el tercer socio comercial de Cuba en América Latina (después de Venezuela y de Brasil) y el comercio bilateral rondaba apenas los 500 millones de dólares. La agenda bilateral es amplia y debe ser aprovechada.
El apoyo político al levantamiento del embargo, mientras éste subsista, y al proceso de normalización, la intensificación de los intercambios educativos, culturales y de cooperación, la gestión ambiental en el área del Caribe, expuesta además a huracanes cíclicos, el impulso al turismo y la promoción de negocios e inversiones en la isla en un nuevo contexto sin las inhibiciones que produjo la Ley Helms-Burton que obligó a las empresas mexicanas a optar por sus negocios en Estados Unidos o Cuba, son algunos de los temas más relevantes. Es tiempo de desempolvar valiosas iniciativas de la sociedad civil como la de la apertura de una Casa de la UNAM en La Habana que proyectaría la presencia de México, tal como lo intentó en 1995-1996 el ex rector José Sarukhán, pero que no fue posible por las circunstancias del momento.
Otros temas revisten una dimensión trilateral con EU, como la delimitación de las fronteras marítimas y la explotación de recursos en el Golfo de México, la cooperación en materia migratoria en función de los cambios que puedan acordar Cuba y EU derivados de la nueva situación, y la lucha contra el narcotráfico y el crimen organizado. En 2016 proseguirán los cambios en Cuba con la celebración del Congreso del Partido Comunista y la elaboración de una nueva ley electoral. Asimismo, el presidente Raúl Castro ha anunciado que no aspirará a un nuevo mandato en 2018.
La renovación generacional y la profundización de las reformas marcan la agenda cubana de los próximos años. Se abre una oportunidad promisoria para las relaciones interamericanas después de una larga noche de desencuentros, presiones indebidas y violaciones del derecho internacional. De ello depende en amplia medida que América Latina y el Caribe estén en condiciones de asumir los retos del presente.