La sabiduría popular sostiene que el ser humano es el único animal que se tropieza dos veces con la misma piedra. Idea acertada: tropezamos muchas veces y caemos otras tantas. Ignoro el origen del término, no ignoro su universalidad: ver el mundo para confirmar. No sé si Marx lo escuchó, pero, la frase que da inicio al 18 Brumario de Luis Bonaparte, “La historia ocurre dos veces: la primera como una gran tragedia y la segunda como una miserable farsa”, amplía la visión de la nunca despreciable sabiduría popular.

Las palabras de una y otra idea se entrelazan. Ser testigo de la realidad contemporánea da cuenta no sólo de la contumacia humana, sino de su desdén hacia la realidad y el menosprecio propio de nuestra especie hacia la vida, hacia las calles de la vida y con los vecinos.

Verdades y mentiras siempre han sido ingredientes de la humanidad. Es veraz la idea que sostiene que debido a la celeridad contemporánea nos enteramos más rápido de cualquier suceso; en ese contexto también debería ser cierto contar con elementos suficientes para diferenciar entre verdad y mentira. El culmen de este fenómeno es el culmen de un suceso impensable hace dos y medio años: el ascenso, la permanencia y la posible continuidad cuando Trump finalice su primer período presidencial. Según el Washington Post, desde que inició su nueva chamba como Rey —las cifras son del 7 de junio—, faltó a la verdad en 10,796 ocasiones.

Sus acólitos, haga lo que haga Donald, no cambiarán de opinión: cuando impera la sinrazón, un fanatismo light se apodera del disenso con lo que las fake news y las mentiras logran su cometido: manipular a la opinión y torcer la realidad a su antojo. ¿Sirve “vigilar” a Trump o lo fortalece? Por ahora, y así considero seguirá siendo, no sólo no ha servido, lo ha entronizado. El conteo de sus sandeces no ha mermado su popularidad. Ante la desinformación y las estupideces, por inmensas que sean, su presencia no disminuye.

En el affaire Trump, y en el de otros líderes que cambian constantemente de opinión como Andrés Manuel López Obrador, o en aquellos que inventan y mienten con descaro como Bolsonaro, Maduro, Netanyahu o al-Assad, trastocar la realidad y edulcorarla se ha convertido en práctica común de la política mundial y de la aciaga cotidianeidad de la población. Mentir es inherente a la condición humana. Mentir reditúa momentáneamente para quien lo hace y perjudica a las personas víctimas del engaño.

Aceptar, como sugieren muchos teóricos, que el mundo siempre ha sido igual con la salvedad de que ahora todo se sabe al momento, no es suficiente para aceptar el maremoto de mentiras que nos sacude día a día. Y si esa frase fuese veraz, peor aún. Se ha repetido hasta el cansancio que en los genocidios del siglo pasado las naciones no actuaron porque no sabían lo que sucedía. Mentira: ¿y hoy?, ¿por qué seguimos siendo testigos y cómplices de matanzas y crímenes de lesa humanidad?

La realidad es exacta. Nuestra especie tiene la capacidad de deformarla, alimentarla y adaptarla según el día y las necesidades. Ese fracaso estrepitoso es la simiente de fake news y de los trumps que vomitan falsedades ad nauseam.

¿Puede lidiar el ser humano con la realidad? El pájaro del Nobel de Literatura, T.S. Eliot, piensa que no: “Bueno, bueno, dice el pájaro:/ la especie humana/ no puede soportar/ demasiada realidad”. La incapacidad humana para afrontar la realidad permite el florecimiento y la diseminación de mentiras y noticias falsas. La pregunta es, ¿qué hacer? El panorama es desolador, no hay “buenas respuestas”. Son demasiados los trumps: hablan idiomas distintos y tienen nombres diferentes, pero, son casi idénticos. Regresar a lo básico es indispensable. Educar y diseminar principios éticos desde el hogar y la escuela podría mitigar los traspiés de nuestra especie pese a las advertencias de Marx y los señalamientos del pájaro de Eliot.


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