Andrés Roemer

Ajedrez: natura contra cultura

03/08/2019 |00:45
Redacción El Universal
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¿Los hombres son realmente mejores jugadores de ajedrez que las mujeres? En el ranking internacional hay una mujer por cada 17 hombres pero, ¿no se debe ello a que la población que juega ajedrez es mayoritariamente masculina? Por ende, en términos estadísticos, los mejores y los peores serán varones. Hoy, tan solo una mujer pertenece al grupo de los 100 jugadores de ajedrez más destacados (la Gran Maestra Hou Yifan, ubicada en el lugar 64, con un puntaje de 2,680). La pregunta relevante entonces es: ¿Por qué hay mas hombres que se dedican a dicha actividad que las mujeres?

El asunto es multifactorial y tiene implicaciones políticas, educativas, de recursos y de justicia trascendentes. Depende de cómo se defina lo que nos hace ser lo que somos, más allá de debates sencillos, que mejor podremos avanzar como sociedad. ¿Se debe a razones socio-culturales?, ¿psicológicas?, ¿biológicas?, ¿educativas?, ¿de entrenamiento y/o habilidades?, ¿o realmente es un tema de acceso y barreras de entrada?, ¿o de todas las anteriores?

De igual manera, distintas interpretaciones han intentado justificar por qué las mujeres sobresalen con creces en las evaluaciones de manejo del lenguaje, de reconocimiento facial, de memorización inmediata y de diseño interior, entre muchos otros temas, en relación con los hombres.

Anteriormente, la única mujer capaz de competir con los grandes ajedrecistas masculinos fue Judit Polgár de Hungría —conferencista magistral en La Ciudad de las Ideas (CDI)— quien nos compartió cómo logró alcanzar el octavo lugar del mundo durante su cúspide profesional. Probablemente ello nos pueda ayudar a comprender un poco lo que sucede en este campo como en las disciplinas (STEM) ciencias, tecnología, ingeniería y matemáticas, que han sido —por decir lo menos— temas tabú de discusión.

Gran lección nos ofreció Judit Polgár al revelar que su padre Lászlo —un psicólogo de la educación— defendió siempre la premisa de que todo niño (independientemente de su género o aptitud genética) llevaba “un genio por dentro” si tenía la salud adecuada y se le dotaba de los recursos, educación y atención necesarios para ser exitoso.

Muy al estilo del psicólogo John B. Watson, quien sentenció: “Dadme una docena de niños sanos, bien nutridos, para que los eduque y yo me comprometo a elegir uno de ellos al azar y adiestrarlo para que se convierta en un especialista de cualquier tipo —médico, abogada, artista, hombre o mujer de negocios y, sí, incluso mendigo o ladrón— independientemente de su talento, género, inclinaciones, tendencias, aptitudes, vocaciones y raza de sus antepasados”.

Lászlo y su esposa Klara tuvieron 3 hijas para poder demostrar dicha hipótesis: Susan, Sofia y Judit. Susan, la mayor, comenzó a jugar ajedrez a los cuatro años y a los pocos meses ganó el campeonato femenil de menores de 11 años en Budapest, con un score del 100 por ciento. Más tarde, se convirtió en la campeona femenil del mundo a los 15 años y logró ser Gran Maestra a los 22.

El entrenamiento que tuvieron las tres hermanas era aproximadamente de nueve horas diarias; además, su padre las preparaba en matemáticas e idiomas. Sin embargo, aun cuando Susan llegó a ser brillante en el tablero, fue Judit, la más pequeña quien resultó ser la más prominente. Ella se hizo del título de Gran Maestra a la edad de 15 años, cuatro meses y 28 días de edad —la más joven en la historia del ajedrez— superando al controvertido Bobby Fischer con un récord previo de 15 años, seis meses y un día y desbancando su lapidaria frase: “Todas las mujeres son débiles. Son estúpidas comparadas con los hombres. Nunca deberían jugar al ajedrez”.

Asimismo, durante su ponencia en La Ciudad de las Ideas, Judit nos narró cómo logró vencer a Anatoly Kárpov, Garry Kasparov y Magnus Carlsen. Sofía nunca alcanzó los niveles de sus hermanas. Sin embargo, Judit la consideraba la más talentosa pero, de igual manera, la más perezosa.

Recién terminé el libro de Matthew Syed: Bounce: Mozart, Federer, Picasso, Beckham, and the science of success; (Syed formará parte de CDI en su próxima edición); el cual, en el fondo, sustenta de igual manera que el éxito se debe a la suerte y a las 10 mil horas de entrenamiento y dedicación tan reiteradas por Malcolm Gladwell (autor, entre otros libros, de Outliers e igual, participante de CDI).

Lászlo Polgár en su experimento (como en muchos otros casos expuestos por Syed) obtuvo resultados claros: un método educativo y de intenso énfasis en la especialización de una actividad (matemáticas, ping-pong, ajedrez, etc.) produce gente exitosa, independientemente de cualquier variable, con excepción de la salud.

La fuerza de dicho concepto fue detonada en 1973 por el premio Nobel de Economía, Herbert Simon quien, junto con William Chase, publicó ese año en Scientific American un estudio donde estimaba que los grandes maestros del ajedrez pasaban entre 10 mil y 50 mil horas de su vida practicando, incluidos genios precoces como Bobby Fischer ...o las hermanas Polgár. En los años siguientes, el análisis de Simon, uno de los padres de la Teoría de la Decisión, se extendió a decenas de disciplinas, deportes y profesiones.

Entonces, ¿dichos “experimentos” prueban que nurture (crianza) es más poderosa que nature (constitución genética)? Realmente sí. Sin embargo, es condición necesaria más no suficiente. La evidencia requiere de estudios más robustos para explicar el resto de las variables. Sin duda “la práctica hace al maestro (a)” pero el diseño experimental de aquellos casos carece de un elemento estadísticamente significativo: selección aleatoria de los participantes. Hubiera sido de gran utilidad tener a “tres hermanas Polgár” adoptadas desde pequeñas por padres distintos y educadas en ambientes diferentes (pues no podemos descartar que ellas tuvieran una predisposición innata hacia el ajedrez) o simplemente elegir al azar grupos de niños y niñas bajo procedimientos de control/comparación. Tomemos en cuenta también que hay factores motivaciones que oscurecen los resultados.

Para los interesados en la etología, el ajedrez es un juego agresivo. Se trata de una guerra y, sin duda (según los estudios socio-biológicos) los hombres son mucho más violentos de manera directa que sus contrapartes femeninas.

Los antropólogos hablan a la vez de un panorama socio-cultural que —como consecuencia del machismo— crea un “techo de cristal” construido por arreglos institucionales formales e informales que discriminan severamente contra las mujeres. (En ajedrez, en particular, la competencia es más transparente y equitativa por razones de puntaje y accesibilidad a concursos internacionales, que en matemáticas y otras disciplinas STEM). Pero ambos elementos existen.

Para la teoría psicoanalítica en materia de ajedrez se suma una propuesta “edípica” que asume que los hombres desean “matar al rey”, para quedarse con la reina (su madre); lo cual hace que el juego sea —de manera inconsciente— más atractivo para los varones jugarlo. Personalmente, descarto este tipo de lecturas por falta de sustento científico.

Un ejemplo a considerar en el debate sería el del baloncesto. Por supuesto, existen barreras psicológicas impuestas en la cultura subyacente, pero las 10,000 horas de dedicación no hacen a un jugador de baloncesto más alto, característica particularmente útil en aquel deporte. No obstante, aquel que entrene eficazmente y con pasión 10 mil horas —y cumpla con la estatura mínima exigida— será por mucho, el mejor o uno de los mejores jugadores de baloncesto. Es decir, no se necesita ser el más alto para ser el mejor, pero medir menos de 1.85 puede ser un obstáculo significativo.

En suma, el triunfo requiere tanto de la capacidad con la que se nace, las horas con las que se entrena y la pasión (bio-cultural) que existe, como de un entorno que permita equidad de oportunidades en temas de justicia, cultura, educación y motivación. La biología puede llegar a ser (en casos excepcionales) condición necesaria —más no suficiente— para llegar ser, la o el, número uno.


Doctor en Políticas Públicas. Embajador de Buena Voluntad UNESCO