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Es agosto de 2018 y hasta el momento ninguna cinta le ha quitado a Paddington 2 su lugar como mejor película del año. Pero justo esta semana se estrena otra película infantil cuya génesis y forma de entender al mundo es un negativo perfecto de Paddington. Aquí, un leve ejercicio de paralelismos entre el Christopher Robin de Marc Forster y el Paddington de Paul King.
I: El Origen de Winnie Pooh, o el autor que odia su obra
Canadá. 1914. Harry Colebourn, un soldado y veterinario británico, se encuentra con una osa a la que llama Winnie, como diminutivo de Winnipeg. Los tambores de guerra suenan y el soldado debe regresar a Londres y aunque su idea era llevar a la osa a casa, la termina donando al zoológico.
Años más tarde, un niño de seis años llamado Christopher Robin Milne visita el zoológico. La leyenda dice que cuando Robin conoce a Winnie, la osa parece bailar y dar vueltas, cosa que no hacía con ningún otro visitante del lugar. El niño es hijo de Alan Alexander Milne, prolífico escritor de novelas policiacas, obras de teatro y artículos periodísticos.
Necesitado de dinero pero necio en la idea de que podía vivir de escribir, Milne decide hacer un libro infantil y para ello se inspira en los juegos de su propio hijo, Christopher, que solía jugar con un oso llamado Winnie (en alusión a la osa del zoológico) y sus amigos, todos ellos animales de peluche.
El éxito de aquellos textos sobre Christopher Robin y su osito Winnie the Pooh le trajeron fama y fortuna casi instantáneas. Pero, como dicen, el dinero no es la felicidad. Luego del éxito y ya con mucho dinero en el banco, Milne intenta regresar a sus antiguos escritos “adultos” pero a nadie le interesan, al contrario, cuestionan su validez ahora que es un “escritor de cuentos infantiles”. Resentido, enojado incluso con su personaje al que llama “ese oso tonto”, Milne asume su nueva realidad a regañadientes, aceptando hacer presentaciones públicas donde lee sus textos frente a auditorios llenos de niños. Entre risas y canciones infantiles, Milne maldecía para sí a su propia creación.
Como colofón, al verdadero Christopher Robin (el hijo de Milne), tampoco le fue mejor. Toda su vida tuvo que soportar las bromas de sus compañeros de escuela e internado quienes se burlaban y le cantaban las canciones de Winnie de Pooh.
Lo que inició como una historia casi legendaria de amor entre un animal y un hombre, terminó como una historia de resentimiento entre un escritor, su hijo y su obra; el primero encasillado a causa del personaje que le dió fama y fortuna, y el segundo con una niñez destrozada por culpa del oso que haría de su nombre una marca mundial.
II: El Origen de Paddington, o la creación de un símbolo nacional
En vísperas de la navidad de 1956, Michael Bond buscaba un regalo de último minuto para su esposa. Abandonado en algún estante de un kiosco de regalos dentro de una estación de metro, Bond encontró un pequeño oso de peluche que, al no tener más opciones, decidió llevarlo a casa. El osito fue bien recibido por su esposa y rápidamente se convirtió en el favorito de ella.
Inspirado por esta historia, Michael Bond tardó diez días en escribir un cuento para niños sobre las aventuras de un osito que llega de Perú a una estación de tren en Londres y que termina siendo adoptado por una familia. El nombre de aquella estación (que es la misma donde Bond compró el oso para su esposa) es Paddington.
A Bear Called Paddington fue el título del libro que en 1958 se convertiría en un Best Seller al grado de aparecer en más de 20 nuevos títulos que vendieron 34 millones de copias por todo el mundo, convirtiéndose así en un consorcio multimedia con programas de televisión, juguetes, peluches, libros y ahora, dos películas animadas por computadora.
Paddington se convirtió en un símbolo nacional. En 1997, Bond fue nombrado OBE, Oficial de la Orden del Imperio Británico. En 2005 fue nombrado CBE, Comandante de la Orden del Imperio Británico, y en julio de 2007 la Universidad de Reading le otorgó el Doctorado Honoris Causa en Letras.
Bond murió en junio de 2017 luego de una vida feliz e intensa gracias al personaje que había creado casi cincuenta años atrás.
III - Christopher Robin, o la maldición de la adultez
Dirigida por Marc Forster (ya con experiencia previa de una película casi idéntica, Finding Neverland, 2004) y co-escrita por Mark Steven Johnson (guionista de tres de las peores cintas de superhéroes en la historia: Elektra, Ghostrider y Daredevil), Christopher Robin es a Winnie Pooh lo que Hook (Spielberg, 1991) fue para el mito de Peter Pan: la historia de cómo los personajes infantiles finalmente crecieron y se enfrentan a una regresión a ese mundo de fantasía cuyo abandono los condenó a una grisácea adultez.
Al inicio de la cinta, un resignado Christopher Robin le comunica a sus amigos del Bosque de los Cien Acres que ha llegado el fin de los juegos: tiene que ir al internado, por órdenes de su padre. En un rápido montaje en flashforward, vemos cómo al pequeño Christopher lo separan de sus padres, le reprimen su gusto por el dibujo, se gradúa y busca trabajo, conoce a una chica, se casa, es enlistado para ir a la guerra, sobrevive, conoce a su hija, y vive los días encerrado en una oficina de una empresa que fabrica maletas.
Gris, triste, agobiado por las responsabilidades, el adulto Christopher no es ni pizca de aquel niño juguetón y alegre que fue hace años. Winnie y los demás también lo extrañan, esperando en vano su regreso. El osito toma las riendas del asunto y sale de aquel bosque de fantasía para entrar a esta realidad y buscar a Robin.
Las atmósferas opacas y de colores tenues que componen esta cinta, contrastan con los colores vivos y alegres de las clásicas caricaturas de Winnie Pooh. El cinefotógrafo Matthias Koenigswieser entrega una paleta de colores apagados, bajo una iluminación tenue dominada por las sobras. Ni el reencuentro del Christopher Robin con Winnie the Pooh arrebata al director y a su fotógrafo un poco de alegría tonal. Pareciera que, ni director ni fotógrafo, se hubiesen enterado que están filmando una película infantil. Ellos parecen estar instalados en un capítulo de 'The Crown'.
Una perenne melancolía recubre toda esta cinta cuya moraleja se presta al debate. En este universo pareciera no haber peor condena que el trabajo. El adulto Christopher Robin ha dejado atrás su veta creativa para encerrarse en un trabajo gris como oficinista, donde tiene personas a su cargo y que, ante la proximidad de un recorte, debe decidir a quién correr.
Casado y con una hija, ambas le reprochan aquellos días donde el hombre bailaba y parecía alegre, ahora solo le va en trabajar. Nadie parece agradecer a este hombre ser el sustento de la casa (no recuerdo escenas donde se diga que su esposa también trabaje), al contrario, todos son reproches por el tiempo que le roba a la familia.
En contraposición están Pooh y sus amigos, quienes simplemente no entienden qué es el trabajo, ni tampoco lo valoran como única opción para cumplir los sueños, al contrario, pareciera ser el principal obstáculo. Peor aún, los animalitos celebran la inacción ante cualquier escenario: “Nunca nada se consiguió haciendo nada” le dice Christopher Robin a su hija, pero los animalitos contestan: “Hacer nada a veces lleva a mejores cosas”.
En Hook, Steven Spielberg plantea el mismo escenario. Peter (Robin Williams) es de igual forma un hombre lleno de responsabilidades que al final recupera la ilusión por la creatividad y la imaginación. El quisiera ser un niño siempre, pero el amor que siente por sus hijos lo hace no sólo ser responsable sino querer regresar con ellos al mundo real.
Forster y compañía entregan un filme que no parece tener destinatario. Demasiado aburrido y lúgubre para los niños, demasiado cursi y sinsentido para los adultos. Si acaso algo se rescata, es la actuación de un Ewan McGregor quien contagia el auténtico entusiasmo al encontrarse de nuevo con su propia infancia.
IV - Paddington, o el trabajo como forma de inclusión
Paddington es la cara opuesta a Winnie Pooh. Un extranjero en tierra de humanos (en doble partida por ser un oso y por ser peruano), vive con los Brown pero no es ningún mantenido: busca varios trabajos para poder comprarle a su tía Lucy un libro para su cumpleaños.
No hay trabajo que no sea digno para este oso. Con la misma alegria lava ventanas que ayuda en una barbería, y si tuviera un trabajo "godín" como el de Christopher Robin, lo más seguro es que lo haría con gusto. Mientras Pooh encuentra en el trabajo la forma de matar la creatividad, para Paddington el trabajo es la forma no sólo de dignificarse sino de ganarse un lugar en la comunidad. Al trabajar, como todos los demás humanos, se vuelve parte de ellos.
La moraleja no es, empero, el objetivo primario en Paddington. El humor tiene un papel preponderante, y el cine con el que se finca la puesta en imágenes para narrar su historia, también.
Dirigida por el extraordinario artesano Tom King, Paddington 2 entrega con éxito su mensaje primordial: cuando se es atento con los otros, todo sale bien. Lo hace a pesar de estos tiempos cínicos, eludiendo la cursilería barata o la melcocha facilona. Lo hace entregando una pieza de cine mayor, que no escatima en sus constantes intentos por armar secuencias originales que no niegan nunca sus múltiples influencias: el cine de Charles Chaplin, de Buster Keaton y, por supuesto, el homenaje visual constante al cine de Wes Anderson, principalmente en The Grand Hotel Budapest y Fantastic Mr. Fox.
Paddington es además el osito “anti Brexit”, uno de los últimos reductos de esa cultura londinense que se presumía cosmopolita y abierta al mundo. Paddington 2 no sólo es un filme inteligente, gracioso y divertido, sino que se vuelve contracultural.
Del Pooh contemplativo, inerte y melancólico que encuentra al trabajo como la peor de las enfermedades, al Paddington trabajador, entusiasta y cortés. Dos formas de ver el mundo, dos historias para entender la infancia y proyectar la adultez.
-O-
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