La crónica de la vida del narco es uno de los géneros que ha encontrado su mejor nicho en las series de televisión. ¿Qué tiene por ofrecer esta nueva película sobre la vida y obra (es un decir) de Pablo Escobar Gaviria que no hayamos visto ya en alguna serie, como por ejemplo Narcos, de Netflix? La verdad es que muy poco, apenas y dos elementos cuyo aporte es mínimo: la presencia de dos estrellas internacionales que además son pareja en la vida real -Javier Bardem y Penélope Cruz- y una puesta en imágenes que por momentos se regodea en la violencia gráfica, misma que aporta poco al relato.
Dirigida por el español Fernando León de Aranoa (responsable, también en colaboración con Bardem, de una pequeña joya llamada Los Lunes al Sol), la película se basa en el libro, Loving Pablo, Hating Escobar, escrito por la que fuera amante del narcotraficante, la periodista y presentadora de noticias Virginia Vallejo.
Es a través de la mirada de esta periodista (y posterior víctima) que el cineasta explora el nacimiento, auge y caída del narcotraficante colombiano. Virginia (Cruz) conoce a Pablo (Bardem) sin saber a qué se dedicaba. Pronto, el narcotraficante le cuenta su gran (ni tanto) secreto y ella accede a guardar silencio y disfrutar los beneficios. Era un romance que se vivía en la opulencia y el lujo, paseos en Nueva York y compras en joyerías caras.
En contraste a la miel que derramaba la feliz pareja, Bogotá estaba a punto de sufrir la furia de Escobar. Humillado luego de su llegada a la Cámara de Representantes, el creador de la frase “Plata o plomo” instruyó a jóvenes sicarios para asesinar a jueces, ministros, y cualquiera que se interpusiera en su camino.
Aranoa logra armar al menos tres momentos poderosos: el aterrizaje en pleno freeway gringo de un avión lleno de pacas de cocaína, el brutal adiestramiento de los jóvenes sicarios que, usando motocicletas, se volvieron unos expertos en asesinar rivales aprovechando el tráfico de las calles de Colombia y la perturbadora escena donde un Escobar, ya acorralado, le describe a la propia Virginia cómo es que acabará con su familia en caso de que lo traicione.
Pero al absurdo absoluto es precisamente la pareja estelar, Penélope y Bardem son un desperdicio de talento al obligarlos, siendo ellos mismos españoles, a decir sus diálogos en inglés pero con acento colombiano, todo en pos de que el público gringo no descarte la película ante la posibilidad de tener que (dios los libre) leer subtítulos.
Esta tontería rompe completo con la película. Incluso la ya mencionada Narcos de Netflix, no cayó en esa trampa, obligando a su actor protagónico, el brasileno Wagner Moura, a aprender español para decir sus líneas.
Así pues, vemos a una Penélope Cruz horrenda en su intento por hablar espanglish pero con cierto acentito pedestre mientras que Bardem medianamente cumple con el cometido, aunque todo este asunto de los idiomas no hace sino evidente que esto no es más que una fiesta de disfraces: Bardem de la nada saca de repente una timba que se ve demasiado falsa mientras que Penélope Cruz habla cual Sofía Vergara.
Una lástima porque los demás esfuerzos de la película no son desechables: un diseño de producción funcional, una ambientación atinada, la buena fotografía de Alex Catalán e incluso una breve participación de Peter Sarsgaard como agente del gobierno gringo, quien sin embargo sale todo el tiempo con cara como de no saber por qué está ahí.
Esta es pues, una batalla ganada por la televisión y las series, que definitivamente han hecho suyo el género sobre narcotráfico. Son ganadores no por haber llegado primero, sino por tomar provecho de las posibilidades del género y exigirle un poco más a su público, así sea nomás el pequeño esfuerzo de leer subtítulos.
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