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The Ballad of Buster Scruggs

The Ballad of Buster Scruggs
30/11/2018 |11:28
Redacción El Universal
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Y mientras todos se rompen las vestiduras discutiendo sobre si Netflix está destruyendo el cine, o si Cinépolis debe ponerse de rodillas y exhibir ROMA bajo condiciones nada ventajosas, llega a esa misma plataforma la nueva película de los hermanos Coen. Se trata de una cinta sui generis en su filmografía, un compilado de seis historias que hacen homenaje a uno de los géneros que, al parecer, más le gustan a los hermanos directores: el cine del viejo oeste.

Si bien cada vez es más común encontrar cintas con esta estructura -el compilado de cortometrajes sobre un mismo tema- lo usual es que se trate de trabajos de distintos directores y como tal, el camino sea tan disparejo y disímbolo como aquellos autores que lo componen. En cambio, en The Ballad of Buster Scruggs se trata de una sola pareja creativa aunque no por ello hay uniformidad llana en los relatos. Los Coen aprovechan la oportunidad y hacen una especie de revisión de su propia filmografía y por ende, de sus propias obsesiones.

El inicio no podría ser mejor. La primera historia, que es la que da nombre a la cinta, es una especie de parodia-homenaje a los westerns musicales y cintas tipo Tom Mix, con un  hilarante Tim Blake Nelson como Buster Scruggs, un charrito cantor vestido de blanco, bueno para la cantada pero aún mejor con el revólver. Esta divertida caricatura nos remite a los trabajos más hilarantes y decididamente cómicos de los Coen como The Big Lebowski (1998), O Brother, Where Art Thou? (2000), o incluso Hail, Caesar! (2016).

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El segundo episodio, Near Algodones, es una comedia del absurdo que recuerda irremediablemente a Fargo (1996) donde un ladrón de poca monta (impecable James Franco) intenta asaltar un pequeño banco en medio de la nada. El gran tema de los Coen se hace presente aquí: la mala suerte y el absurdo como variables inmutables del universo. Podremos hacer grandes cosas como humanidad, pero también nos resbalamos con cáscaras de plátano.

El tono se hace más oscuro con Meal Ticket. Liam Neeson va de pueblito en pueblito con un espectáculo sin igual: un hombre sin piernas ni brazos que recita con brío y poder todo tipo de pasajes literarios, desde Shakespeare hasta poemas de Shelley pasando por el discurso de Gettysburg. El problema es que a cada pueblo que llegan, menos público acude a ver el show, por lo que el empresario tendrá que tomar una decisión al respecto. Probablemente sea el episodio más cruel de todos, uno que además se relata sólo con imágenes y casi sin diálogos, más allá de los recitales del pobre muchacho interpretado por Harry Melling (si, el de Harry Potter).

En el siguiente, Gold Canyon, repiten un poco el truco. Tom Waits es un solitario gambusino en busca de oro, para ello afanosamente hace agujeros, examina la tierra y básicamente comienza a destruir el bello paisaje del oeste por su ambición de encontrar el brillante metal. Aquí tampoco hay diálogos (apenas si acaso los breves monólogos del personaje de Tom Waits para sí mismo). Breves reminiscencias No Country For Old Men y el concepto de justicia.

Conforme van pasando los episodios, la fotografía de Bruno Delbonnel va de lo evidentemente digital al despliegue puro de la belleza del viejo oeste, haciendo obvio y necesario homenaje a los viejos westerns de Sergio Leone y John Ford. Así, para cuando llegamos a The Gal Who Got Rattled, la foto es cada vez más naturalista, apuntando a los bellos parajes clásicos del cine del viejo oeste. Aquí, como en True Grit (2010) la protagonista es una joven, Alice (Zoe Kazan), quien viaja en una caravana que va a Oregon donde le espera una mejor vida (su prometido la espera para casarse). Pero esto es una película Coen, por lo que todo se irá complicando, arreglando, y volviéndose a complicar, en lo que sería el relato más cruel de los seis.

Y finalmente, en The Mortal Remains, el relato más lúgubre de todos. Un grupo de personas viaja en una diligencia, una mujer madura, un cazador y un tahúr francés, que comienzan a discutir sobre cómo se divide el mundo, ¿acaso entre pecadores y hombres rectos?, ¿acaso entre fuertes y débiles?, ¿entre astutos y cobardes? al frente de estos tres, un cazarrecompensas los escucha, divertido. La diligencia, por cierto, tiene una sola regla, no se puede detener hasta llegar a su destino.

La alegoría final de la película es la que está presente en toda la filmografía de los Coen. Así, más que un homenaje al western y su autores, La Ballada de Buster Scruggs es un elegante, divertido y soberbio muestrario de su filmografía y de su visión del mundo: un lugar hostil, impredecible, lleno de absurdos y mala leche pero que por más que pidamos que la diligencia se detenga, eso no pasará hasta llegar al destino final, aquel lugar al que todos, sin excepción, tendremos que llegar.

-O-

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